Las palabras con las que dialogaré en este post pertenecen al Card. Sarah, presidente del Pontificio Consejo Cor Unum; sin embargo, debo decir que no tengo el mensaje completo, sólo lo que salió publicado en
Vatican Insider, por lo que no puedo asegurar que esto es lo que él piensa, pero como lo que dice es bastante usual en algunos círculos de la Iglesia, sitios "muy" catolicos, etc. (y de hecho a dos días ya fue reproducido hasta el hartazgo), me animo a explicar y replicar desde otro lugar desde donde parece estar hablando el cardenal.
«Incluso entre los bautizados y los discípulos de Cristo hay hoy una especie de apostasía silenciosa, un rechazo de Dios y de la fe cristiana en la política, en la economía, en la dimensión ética y moral y en la cultura post-moderna occidental.»
Considero realmente injusto calificar de "apostasía silenciosa" al múltiple esfuerzo, en todos los frentes, que estamos haciendo millones de católicos por vivir nuestra fe de una manera que supere la relación directa e inmediata de la fe con el mundo tal como se practicó en otras épocas, y que ha dado lugar a una cristiandad ruinosa, que desde hace cuatro siglos hace cada vez más agua por todos lados.
Posiblemente muchos nos equivoquemos, estoy seguro de que de todos los intentos, sólo unos pocos valdrán la pena y "harán época". Pero la Iglesia siempre ha confiado en el "sensus fidelium", en el buen sentido de los fieles, en su "olfato" en cuestiones que atañen a la fe. Es hacer trampa hablar de "sensus fidelium" cuando los fieles coinciden con lo que la Iglesia propone en los documentos, pero hablar de apostasía silenciosa cuando esos mismos fieles simplemente le dan la espalda en masa a una forma de solucionar el problema de la relación fe-mundo. No a la fe, sino a una forma eclesiástica de resolver esa delicada cuestión.
Habrá, quizás, muchos bautizados que dan la espalda a Dios, pero muchos otros lo que rechazamos no es a la Iglesia, ni mucho menos a Dios, sino a confundir Iglesia con estructuras mundanas de lucha por el poder, rechazamos que se equipare presencia de la Iglesia en el mundo con casilla de la renta, que se confunda enseñanza de la religión con monopolio catequético en las aulas de escuelas laicas, que se usen las tradiciones de los pueblos (que tienen orígenes religiosos) para afirmar que "España [o Argentina, Brasil, Perú, etc] es católica", y pretender usar ese "dato" para interferir en la autonomía del mundo. Muchos, en suma, queremos volver al mandato de Cristo, de ir, enseñar, convertir, a través del testimonio personal, la coherencia de vida, la propuesta, sin ninguna -porque no hace falta ninguna- relación con el poder.
Por mi parte considero la postmodernidad una bocanada de aire fresco; pero sea positiva o negativa la valoración que se haga de nuestra época, ¿por qué algunos se empeñan en seguir considerando como si las épocas de la cultura fueran una camisa que uno se saca y se pone a voluntad? ¿tan brillante le parece al cardenal Sarah la deplorable Iglesia de la modernidad, aliada de los peores aspectos del poder mundano, amiga de príncipes, politiquera, de lenguaje diplomático y ambiguo, reacia a cualquier intento de justicia histórica para los oprimidos de cada momento, como para rechazar este intento de sacarse de encima esa época, que hacemos presionados por la vacuidad y ahogamiento del proyecto moderno?
No hablo de acciones individuales: en cada momento -y por tanto también en la modernidad- hubo hombres evangélicos, dentro y fuera de la estructura eclesiástica, pero en la modernidad han tenido que actuar de manera sistemática a contrapelo de la Iglesia, en principio rechazados, ¡no por el mundo, como sería lógico, sino por la propia Iglesia!
«Involuntariamente [los hombres actuales] respiran con todos sus pulmones doctrinas que van en contra del hombre y que generan nuevas políticas que tienen un efecto de erosión, destrucción, demolición y grave agresión, lentas pero constantes, sobre todo en la persona humana, su vida, su familia, su trabajo y sus relaciones interpersonales. No tenemos ni siquiera el tiempo para vivir, amar, adorar. Este es un desafío excepcional para la Iglesia y para la pastoral de la caridad. La Iglesia, de hecho -subrayó el cardenal- denuncia también las diferentes formas de sufrimiento de las que es víctima la persona humana»
Por momento no entiendo en absoluto cuál es el punto de partida de la forma de catolicismo al que da voz el Card. Sarah. Me da la impresión de que quisiera un mundo católico, así se lo puede evangelizar... El desafío es, precisamente, que el hombre librado a sí mismo, no se vuelve un dios para sí, sino un demonio. La historia muestra que en cuanto quitamos el diálogo con Dios, el hombre se vuelve realmente lobo para el hombre, incluso para sí mismo. Pero esa no es la fuerza del hombre, sino su debilidad, esa es su enfermedad, y puesto que es una enfermedad, debe ser tratada con toda delicadeza.
Bajo algunos aspectos, la nueva autonomía del hombre es una conquista, y debe ser ayudada y promovida, bajo otros, la autonomía no nos da sino un hombre herido y sin norte:
«Solicitado por la publicidad, el hombre se descubre como un ser de deseos sin límites y con un poder tal, que quisiera anular el tiempo, el espacio, el destino de la muerte y del nacimiento. El precio que debe pagarse por esta actitud es la transformación de todas las cosas en instrumentos, en utensilios manipulables y disponibles. Detrás del problema de la autonomía, detrás de la cuestión del goce y del poderío, emerge la pregunta acerca del sentido y de la ausencia de sentido.» (Ricoeur, «Las ciencias humanas y el condicionamiento de la fe»)
Tengo la sensación de que posturas como la del cardenal Sarah han tragado el peor aspecto de la antropología de la modernidad, han "acristianado" sin crítica la concepción moderno-liberal del hombre: el hombre -esa "persona humana" abstracta de este discurso- es bueno, pero la sociedad (los medios, los lobbys, los poderosos, los malos, los ateos, los posmodernos) les quieren imponer una antropología errada.
Es un mal punto de partida hermenéutico para comprender lo que nos pasa como hombres en esta época (porque sí, lo siento, el Card. Sarah, mal que le pese, pertenece a la misma postmodernidad); naturalmente, tal equivocado enfoque hermenéutico no puede dar lugar más que a errores de perspectiva, y no digamos cuando eso se transforma en "estrategias evangelizadoras".
Mi sugerencia al Card. Sarah y a quienes sientan lo que él frente al hombre actual y a la cultura actual, es que por un rato traten de pensar al ser humano actual no como títere de lobbys y poderes ocultos (lo cual es, entre otras cosas, una enorme falta de respeto hacia el destintario de su evangelización), sino como una conciencia desdichada que se experimenta poseedora del inmenso poder de la autonomía, pero cuya clave última, el sentido de esa autonomía, no acierta a nombrar.
Nuestra auténtica tarea cristiana, evangelizadora, incluso en el contexto de las obras de caridad en relación a las que hablaba el cardenal, no está en recordarle los beneficios del mundo idílico que podría construir la fe cristiana si la dejaran, sino acompañar a ese hombre en esa desdicha, como se acompaña a cualquier persona incapacitada, a la que se la alienta a superarse, no se la hunde en la denuncia de su incapacidad.
En definitiva ¡tampoco nosotros poseemos la llave del «sentido», nuestra salvación es en esperanza!
«un humanismo sin Dios, al lado de un subjetivismo exacerbado, ideologías que son difundidas por los medios de comunicación y por los grupos extremadamente influyentes y financieramente potentes, se esconden detrás de las apariencias del servicio internacional y actúan incluso en el ambiente eclesial y en nuestras agencias de caridad»
Considero este párrafo comentado con lo anterior, sólo lo pongo para que se vea hasta qué punto semejante visión sesgada de la realidad tiene que por fuerza inventarse un demonio, ya que no es capaz de imaginar que el mundo pueda sufrir sin que haya un malvado a la mano. En el fondo no se ha pasado del Deuteronomio y su teología retribucionista: al que obra mal, le va mal, y al que obra bien, le va bien; a esa mirada le falta Job, para entender que la conciencia desdichada del hombre contemporáneo puede obedecer a un destino y un desafío de significado divino.
«¡qué tentador puede resultarnos, en ciertos momentos, darle la espalda a este mundo sombrío y descarnado! Pero esta época es la nuestra, y no podemos vivir odiándonos. Ha caído así de bajo tanto por el exceso de sus virtudes como por la grandeza de sus defectos.» (Camus, «El destierro de Helena»)
Ese desafío lleva a reencontrar el Dios de este humanismo, que puede parecer por momentos, al ojo despistado, un humanismo sin Dios.