Estaba leyendo en el blog Todo Era Bueno (TEB), como hago habitualmente, y un comentario de un lector me disparó una reflexión. El comentario decía:
«Yo un problema muy gordo que le veo al cristianismo que yo conozco es la cantidad de cristianos que creen que no necesitan sacramentos, sobre todo confesión. Porque, en lugar de considerarnos pecadores y sufridores de las consecuencias del pecado original y necesitar, por tanto, perdón de los pecados y reconciliación con Dios, pues consideramos que nuestro mal es fruto de las circunstancias sociales al más puro estilo del materialismo histórico. Como decía el bueno de Marx: "No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia." Y por eso vemos obispos diciendo que lo mejor es que los divorciados adúlteros comulguen y otros desastres. Y claro, si no necesitamos conversión sino subsidios, pues... el cristianismo no vale para mucho, la verdad.» (user: quebellassontustiendas)
A decir verdad, mi reflexión se disparó muy pronto de ese comentario, y no digamos del tema principal del post... sin embargo se me unió al diálogo el P. Javier Vicens, con quien frecuentemente tenemos intercambios allí mismo, a partir de puntos de vista bastante disímiles.
El tema se fue profundizando y ramificando, y me resultaba vergonzoso ya utilizarle el blog a TEB para responder, así que traigo aquí toda la conversación, agrego un paso más, y si quiere D. Javier (o quien lo desee), podemos continuar.
Abel:
Ese que dijo que "los publicanos y prostitutas os precederán en el Reino", sin aclarar si tenían que dejar de serlo para preceder, seguramente era un populista, qué fácil es prometer utopías para ganarse al pueblito: "liberación a los cautivos...", "Yo os aliviaré..." ¡demagogo!
Afortunadamente al Demagogo populista lo crucificaron, si no, no sé a dónde hubiéramos llegado... tras lo cual la paciente obra del Gran Inquisidor (en distintas versiones, pero idéntica pasión por la Verdad), año tras años ha conseguido poner un poco de orden en tanto revuelto que casi amenazaba con acabar con nuestra religión.
Lo importante ahora sería completar la obra, sacar del medio a toda la antiiglesia, a todos los pecadores que no consiguen dejar de serlo, a todos los manchados cuya mancha no se puede tapar ni dejar a cero; que se vayan, así no habrá salvación ni alegría de redimidos, ni segundas oportunidades, pero al menos sabremos quién es quién.
Javier:
Si Nuestro Señor, tan amable siempre, le dijo a la amable adultera que no pecase mas, me extrañaría que hubiera propuesto a las prostitutas como ejemplo a seguir sin hacer mención de su arrepentimiento. Herodes escuchaba con gusto a Juan -el bautizador- pero no se arrepentía de estar con la amable mujer de su hermano. Si Herodes se hubiera arrepentido, Jesus -Nuestro Señor- nos habría dicho: "hasta el mismo Herodes os precederá en en el Reino".
Y perdonen las faltas de acentuación. Es que mi tablet -como los teólogos modernos- pone los acentos no según las reglas de acentuación sino siguiendo los impulsos de su noble corazón o, por decirlo al modo antiguo, a su albur.
Abel:
Lo interesante del relato de la adúltera es que muestra que Jesús daba con mucha facilidad y liberalidad cheques en blanco: "en adelante no peques más"... y nosotros convertimos esa afirmación en su contraria: "Jesús la perdonó A CONDICIÓN de que no pecara más". En realidad nadie sabe si la adúltera siguió pecando o no; ni siquiera es exactamente una condición, bien puede ser un consejo, o un deseo; y a la vista de nuestra naturaleza humana, podemos casi asegurar el resultado.
Pero mientras tanto salió de la arena feliz con su cheque en blanco, y nadie le pudo quitar ese perdón ya dado de antemano, sin condiciones, sin racionalizaciones, y sin proporciones.
Jesús predicó y enseñó cosas muy contrastantes, sobre la puerta angosta, pero también con la mano ancha, y cuando dijo el apotegma del camello por el ojo de la aguja y los discípulos sacaron la consecuencia lógica: "entonces ningún rico se puede salvar", les salió por la tangente: "no hay nada imposible para Dios".
La verdad es que no termino de entender de dónde sacamos y justificamos este agobiante racionalismo que convierte una fe auténticamente liberadora en una religión como todas las demás, "y si no te gusta, vete".
Luego al propio TEB le contraría un tanto que el Papa aparezca mencionado entre "los demás líderes religiosos"
Javier:
Más que dar cheques en blanco, tal como lo veo yo, Jesus pedía y pide cheques en blanco. Nunca -que yo sepa- dijo: "poned lo que queráis y yo lo firmo y os lo pago" Esa era la actitud de Herodes cuando había bebido más de la cuenta y se emocionaba con el baile de Salomé: "pídeme lo que quieras, la mitad de mi reino o la cabeza del bautizador, tan amable". Nuestro Señor no es Herodes. Lo que vino a decir y dice es, mas bien, "Firmadme un cheque en blanco y dejad que yo ponga la cantidad que me debéis. Todos me debéis mas de lo que podeis pagar pero no os preocupéis. Cualquier deuda reconocida será perdonada porque no he venido al mundo para cobrar deudas sino para perdonar deudas reconocidas".
El "yo confieso" es un cheque en blanco que firmamos en cada Misa confiando en Nuestro Señor Jesucristo que no pondrá ni mas ni menos de lo que le debemos. Una sola gota de su sangre puede librar al mundo entero de todos sus crímenes. Pero el mundo debe firmar algo así como un cheque en blanco o algo así como un reconocimiento de sus crímenes.
Abel:
Ya que estamos en el "tal como lo veo yo", te diría que estoy completamente de acuerdo con lo que dices excepto en un punto: puedo firmar el cheque en blanco, porque Él me lo firmó primero.
Tú pones el acento en lo que el mundo (la comunidad, el individuo) DEBE hacer primero; lo que yo pienso es que lo bueno y saludable, lo mejor para el mundo y para cada hombre es llegar en algún momento, en esta vida o en la otra (que para algo creemos en el purgatorio) a reconocer los crímenes. Pero eso, que es lo bueno, lo saludable y la salvación, aunque quizás DEBERÍA reconocerlo primero, no PUEDE reconocerlo primero (yo no puedo, y por solidaridad de naturaleza, me atrevo a pensar que tú tampoco); así que se nos da un cheque en blanco, un perdón gratuito de manera absoluta, no relativa, sino absoluta, y gracias a ese perdón, y en la medida en que vamos penetrando en él, que vamos interiorizando ese perdón, que se van curando las heridas de nuestro corazón, nos vamos haciendo capaces (no nosotros a nosotros mismos, sino que ese perdón nos hace capaces) de salir de nuestro pecado.
Eso tarda en unos lo que una confesión, en otros toda una vida, y otros necesitan un vida terrena + un plus de purgatorio...
Por racionalizar esto y tomar el efecto como causa, es que convertimos nuestra fe en una máquina de desesperar pecadores: tú no vengas, tú no te acerques, tú no estás limpio, tú no crees lo suficientemente bien, tú no comprendes, tú no ves, tú no sabes, tú no vives, tú no alcanzas la contrición necesaria, tú no pones los medios para dejar de pecar...
Pero en fin, es "como lo veo yo", así que no hace falta que me hagas más caso que el justito.
Javier:
Conste que sus puntos de vista me interesan muchísimo y que disfruto de lo lindo -y aprendo- leyendo su blog. No discuto la verdad -misteriosa- del perdón de Dios que precede a nuestro arrepentimiento: perdónalos, no saben lo que hacen. Y si, en efecto, nuestro arrepentimiento no es condición para su perdón, si (acento) que lo es para que su perdón nos salve: Dios que te creo (no sale el acento) sin ti, no te salvara (acento) sin ti. Tenemos ante los ojos a Uno que da su Vida por nosotros. Tenemos una vida para reconocer ese Amor. Se nos dice que no desesperemos y que -pase lo que pase- confiemos en ese Amor que siempre perdona. Pero también se nos dice: no tentaras (acento) al Señor. Y se nos advierte así tanto contra la desesperación como contra la presunción. Cierto que la Ley sin gracia es una carga que ni nuestros padres pudieron llevar ni podemos llevar nosotros. Pero no en vano el anuncio del Evangelio va unido a la llamada a la conversión. Podemos convertir nuestra fe en una maquina de desesperar o en una máquina de fabricar presunción. De todo se ha dado en la historia del cristianismo. Gracias por su atención.
Hasta aquí lo ya habido, en comentarios agregaré mi respuesta a esto último, y queda abierto para continuar.
Lo primero agradacerle: su respuesta me orienta muchísimo... deberé estar atento de no "predicar presunción".
ResponderEliminarSin embargo, me da la impresión de que el planteo va por el lado del "justo medio", y pensándolo bien, la presunción y la desesperación no son contrarios en ese sentido, en el sentido de que se puedan equilibrar en el justo medio.
Kierkegaard llama a la desesperación "La enfermedad mortal", y la identifica (en esto no está solo) con el pecado contra el Espíritu Santo, el único que no tiene perdón ni en esta vida ni en la otra.
Creo que tiene razón, es decir: si lo único que se nos pide inicialmente es que confiemos, que esperemos, que creamos (según se deduce de Heb 11 de que la fe es la cara visible de la esperanza), la desesperación es lo único que nos deja irremediablemente fuera de la fe. La presunción, con ser grave, es sin embargo una aplicación errada de la fe, se puede tener una fe defectuosa, y presumir de una salvación que aun no tenemos en acto, pero no se está en la fe cuando se está en la desesperación: no se trata de encontrar el justo medio. En suma: la presunción se corrige a mamporros (esos que nos da el buen Dios), la desesperaciuón es la oscuridad total.
Cuando me refiero a "máquinas de desesperar", me refiero exactamente a eso: vivimos en un mundo sumido en tinieblas, tal vez como ninguna otra época estuvo sumida (esto sencillamente no lo sé, es mi impresión). En parte, de esas tinieblas somos responsables indirectos nosotros, que hemos conducido 15 de los últimos 20 siglos de Occidente. No podemos sencillamente ir y exigir "en nombre de Dios", como si las exigencias no cambiaran en relación al mundo que nos rodea, como si el mismo Cristo no hubiera tenido una infinita paciencia a las memeces de los que lo rodeaban, como si el propio Dios para darnos su Palabra, no hubiera sabido adaptarse perfectamente a nuestra palabra.
Interesantísimo. Espero pacientemente que el debate continúe; después quizá haga un par de preguntas que me surgen tras leer los comentarios, pero las postergo por el momento para no desviar demasiado el tema. Ánimo a los dos.
ResponderEliminarEn vista de que el diálogo no parece continuar, me atrevo a poner mi granito de arena que, aunque no creo que aporte gran cosa quizá contribuya a estimular la continuación de este tema a mi juicio muy importante, pues en ello se juega la fe de muchísimas personas.
ResponderEliminarCreo que en ambas posturas se encuentran argumentos de peso, y en primera instancia a mi me cuesta decantarme por una de ellas, al menos desde el punto de vista racional. Otra cosa es si metemos el corazón y la propia experiencia vital en ello. Haciendo esto, no puedo hacer otra cosa que situarme más cerca de Abel que del P. Vicens, y explicaré porqué.
Mi experiencia es la del que ha estado fuera, el que se ha sentido alejado porque no cumplía los requisitos, el que pensaba que sus pecados no eran perdonables porque no podía cumplir las condiciones que se le exigían...vivía en la desesperación.
Mi experiencia es también la del que en un momento dado descubre un Dios nuevo, que ofrece su mano sin poner condiciones; un padre que abraza al hijo pródigo antes de que diga nada; un Hermano que ha estado ahí todo el rato a tu lado, mientras le odiabas y blasfemabas contra Él; un Dios que te "primerea", que da el primer paso en el acercamiento porque tú, paralizado, eres incapaz de darlo. Y todo ello sin pedirte nada que no sea dejarte acariciar y amar por Él. Yo no habría podido volver si todo dependiera de cumplir preceptos y leyes. Ni siquiera hoy, después de tantos años " dentro" soy capaz de cumplir lo que dice la Iglesia, pero estoy "dentro", y no porque sea un buen cristiano, sino porque Él me conoce, sabe de qué estoy hecho y me permite estar.
Los mandamientos y preceptos son una valiosa orientación y nos ayudan a saber cómo dirigir nuestra vida para ser felices. Lo que no son es un conjunto de requisitos para decidir quién está dentro y quién fuera, o hacer distingos entre cristianos de primera y de segunda. No podemos poner límites ni obstáculos a la acción salvadora de Dios, que puede hacer santos a gente como Saulo o Agustín, por poner dos ejemplos bien ilustrativos.
Pues es que acabo de leer esta entrada y estoy encantado de poder seguir charlando aquí. Encantado y honrado. Y no veo que nuestros puntos de vista sean tan disímiles. Ya digo que no niego que la iniciativa es de Dios. Más aún, digo que el arrepentimiento serviría de muy poco si no existiera Dios. Y, desde luego, sería imposible ese arrepentimiento perfecto: por ser Vos quien sois, Bondad Infinita.
ResponderEliminarDel "justo medio" yo no he hablado porque también yo tengo la impresión de que la cobardía -por ejemplo- está más lejos de la valentía que la temeridad. Tengo la impresión de que la prodigalidad está más cerca de la generosidad que la avaricia. Y así. Por eso no he hablado del "justo medio". De todas formas ni la temeridad es valentía ni la prodigalidad es generosidad ni la presunción es esperanza.
En ningún caso he pensado que usted ande predicando la presunción. Se lo digo de veras. Si lo pensara le habría llamado a usted presumido. Es solo que quise poner mi contrapunto a su contrapunto y, ya digo, me honra mucho que usted haya querido seguir con este hilo musical.
El comentario de don Jorge me da pie para hablar del Papa Francisco y de mi propia experiencia. Del Papa Francisco digo que es una bendición de Dios. Tampoco el (acento) predica la presunción y también el (acento) llama al arrepentimiento, nos convoca a una penitencia saludable y dice -inspiradisimamente- que hay una gran diferencia entre el pecador y el corrupto porque todos somos pecadores y tenemos -en cuan tales- un sitio en la Iglesia; pero que no hay sitio en la Iglesia para el corrupto entendiendo por tal al cínico que se jacta de su maldad y no se arrepiente. La hipocresía es mala, pero tengo la impresión de que el cinismo es aún peor.
De mi experiencia diré que coincide en parte con la de don Jorge porque si repaso mi vida no encuentro en ella ni una sola etapa en la que haya sido lo que se llama un tipo cumplidor. Dado que son ustedes tan amables no me importa abrir aquí mi alma para contarles que mis primeros recuerdos de la infancia tienen que ver -por este orden- con la catequesis que recibí en mi casa y en un colegio de monjas y en la que se hablaba fundamentalmente de Dios; con un pecado de latrocinio continuado que yo cometí hurtando pequeñas cantidades del bolso de una mi hermana; con la sentencia de mi padre que me condenó a restituir lo robado entregándole a mi hermana lo que mi propio padre me daba como premio por mis calificaciones escolares y, por último, con las lagrimas que yo derramé y que no estaban provocadas por una contrición perfecta sino por una mezcla de vergüenza por haber sido descubierto y de lástima de mí mismo por tener que devolver lo robado. A pesar de todo eso nunca dudé del amor y del perdón de Dios que -como mi padre y mi hermana- sentían más lástima de mi que yo mismo.
Sigo pensando que el anuncio del Evangelio es inseparable de la llamada a la conversión y agradezco a don Abel la ocasión que me ha dado para explayarme.