De su persona no me ocuparé porque no soy quién. Pero hay algunas cuestiones que dice que, convertidas en principios, son habituales y dan que pensar. Dice, por ejemplo:
«Hay mucho de verdad en las 'intrigas vaticanas'. El Vaticano es una corte donde a veces falta aplicar el Evangelio». Cierto, aunque como "denuncia profética" llega un poco a destiempo, quiero decir que lo han dicho muchísimos antes:
«Yo vy allá en Roma, do es la santidat,Pero es verdad que debe ser denunciado una y otra vez, y siempre de nuevo; en definitiva Jesús no prometió una Iglesia impecable, sino una Iglesia que se vigilara como para no pecar: «No sea así entre vosotros...»
que todos al dinero fazianl' omilidat,
grand onrra le fazían con grand solenidat:
todos a él se omillan como a la magestat.» (Libro de Buen Amor)
Más que con el dinero (que también) la cuestión tiene que ver con el poder: las relaciones entre los hombres expresan poder en circulación; en definitiva, el signo del Pecado es el poder: la tierra puede sobre el hombre, y en la pareja uno de los dos domina sobre el otro, y con el demonio se lucha cuerpo a cuerpo, a vencer o morir (Gn 3,14-19). Pecado y poder van de la mano. Las relaciones en el mundo son poder, porque el mundo está bajo el dominio del Pecado.
No se puede decir que no tengan buena intención las utopías de tipo anarquista, pacifista, ecologista, etc. que lo que hacen es plantear el no-poder como solución. El no-poder es la solución, el no-poder es el signo de la salvación... la cuestión es si podemos llegar al no-poder por nosotros mismos.
Jesús predicó un evangelio que es todo un programa del no-poder, y lo garantizó con su muerte en la cruz, pero al revés de las utopías, no empezó por diseñar el objetivo, sino por la cuestión de la efectividad: "esto se ha cumplido hoy", "hoy ha llegado la salvación a esta casa", "El que cree en el Hijo tiene [ya] vida eterna". En él está el no-poder y la posibilidad del no-poder.
Todo esto es catecismo básico, ya lo sé, pero me gusta recordármelo.
Efectividad: es posible el no-poder, puesto que lo realiza Cristo en el mundo, él mismo o entre los suyos y a través de ellos.
Programa: la presencia del no-poder (que es Cristo en la cruz) hace reales, en vez de utópicas, las acciones del no-poder.
Realidad: "no es el discípulo más que el Maestro" y si Cristo pasó por la cruz, la vida del cristiano tiene que pasar por la cruz, si no no se manifiesta la vida que de antemano está dada.
¿Cómo se llega, sin embargo, a hacerse uno con la efectividad del no-poder? No en el programa. Comenzando con el programa del no-poder se llega a la utopía, no a la realidad; es necesario comenzar más atrás: en la disposición total y completa a la acción de Cristo en el mundo: ser simplemente un canal a través del cual pase la gracia hacia el mundo; siquiera un canal, un tubo, abierto por los dos extremos: recibe gracia, mana gracia. En suma: la efectividad inicial para realizar adecuadamente la presencia del no-poder de Cristo entre el poder del mundo la alcanza el no-ser yo mismo.
Pero no cualquier no-ser yo mismo. No el no-ser del suicidio, por ejemplo (que más bien es lo contrario); no el no-ser del abandonarme a mí mismo entre los vaivenes del hado y la fortuna; el único no-ser adecuado a esta efectividad de Cristo en el mundo es el no-ser del amor: como el que ama no quiere nada de sí que no tenga su origen o su término en el amado, así en el creyente enamorado de Cristo se realiza, por la fuerza misma de ese amor, el no-ser suficiente para hacer presente la efectividad del no-poder de Cristo entre el poder del mundo. No se trata de ir a socorrer pobres "porque" le gusta a Cristo, como si el mandato de amor al prójimo fuera un mandato distinto del amar a Dios; se trata de estar tan vacío de sí que lo que ocurra sea que Cristo socorre, con los brazos y las piernas del creyente, a los débiles según el mundo.
Precisamente hoy san Agustín decía en la segunda lectura del Oficio de lecturas una frase que resume esto mismo que estoy tratando yo de balbucir: «Cristo toma forma en aquel que recibe la forma de Cristo, y recibe la forma de Cristo el que vive unido a él con un amor espiritual.» Dicho queda.
Pero volvamos a los dichos de Vidal: nos decía él que en la Iglesia hay mucho poder, es más, nos dice: «Primero uno es periodista y luego es creyente. Uno es antídoto del poder, y la Iglesia siempre es el poder.»
Es verdad que en el mundo los periodistas son un freno a los tres poderes del Estado: denunciando, sacando a la luz, investigando, rompen las cadenas del ocultamiento en el que trabajan silenciosamente los tres poderes; no en vano la profesión ha merecido el nombre de "cuarto poder". Pero precisamente la frase de Vidal suena un poco disparatada: si para denunciar el poder en la Iglesia (¡y hay que denunciarlo!) se debe actuar como periodista antes que como creyente, se trata de una denuncia mundana, de una denuncia que busca poder: no es la denuncia del no-poder, sino la denuncia de un poder frente a otro poder. Y en ese obtener poder frente aotro poder tiene ya su recompensa. Por muy justa y verdadera que sea la denuncia (algunas lo son, naturalmente, por la simple estadística de que la no-verdad absoluta no existe) no es una denuncia hecha desde el camino del no-poder, y por tanto no sirve en el camino del Reino de Cristo en este mundo.
Dicho de otra manera: si la denuncia del poder en la Iglesia que hace el creyente, del santo, triunfa, se manifiesta de una manera renovada la presencia de Cristo; si la denuncia del poder en la Iglesia que hace el periodista especializado en cuestiones religiosas triunfa, se suplanta un poder por otro poder, y es necesario, a su vez, denunciarlo.
Lo que plantea Vidal es enteramente mundano, de cabo a rabo, independientemente de que pueda él tener buena intención al plantearlo, e incluso que crea que sirve al Reino: muchos en la Iglesia actúan desde el poder, y en esa misma medida, son mundanos y no sirven al Reino. No sólo no sirven, claro, es que lo retrasan e incluso impiden.
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