Más claro, y también más audaz y espinoso -no digamos de caer con estos planteos en InfoCatolica (los aullidos de repulsa congestionarían la red) pero, digamos... un Ratzinger, no termino de ver que esté muy en línea.
Jajaja, hombre! la iglesia tóxica no necesita llegar a un post como este para crucificar a gente como yo, con cualquiera de mis anteriores ya tendrían para hacerse un banquete.
En cuanto a Ratzinger, no lo sé, es difícil separar en él la audacia del Pensador de la rigidez del Prefecto y la posterior prudencia del Pastor. Aunque no soy un sistemático seguidor de sus escritos, me da la impresión de que, sobre todo en sus años de pontificado, caminó mucho en la dirección de la admisión de la autonomía del mundo. El texto que cité de su encíclica sobre el amor me dejó en su momento sobrecogido, no sé si se ha calibrado la enorme novedad que representa el incluir el Eros en la serie ascendente del amor divino; y la calificación de "divino" entre comillas indica que no está pensando en el amor divino en el sentido clásico de la literatura espiritual-teológica, sino de una divinidad que se aplica de una manera nueva.
También cuando hablaba de laicicidad (en el sentido político) buscaba expresar la autonomía del mundo, recuerda cuando habló de "sana laicicidad" nada menos que con Sarcoszy!... cuando la iglesia tóxica se llenaba la boca repitiendo que sólo había hablado de "sana" y que por tanto había una laicicidad enferma, no calibró con quién y en qué contexto se estaba hablando de "sana" laicicidad, es decir, a qué estaba llamando "sana" :-)
Por lo demás, la "prudencia pastoral" no sé si debe ser así o no, pero con frecuencia, y sobre todo con los papas, se traduce en una lisa y llana ambigüedad, que permita a cada sector de la Iglesia tirar de la manga de la sotana blanca y quedar casi todos conformes, aunque nunca del todo.
Es verdad que en el fondo todos los creyentes que nos interesan estas cosas aspiramos a la teo-nomía del mundo, no a su auto-nomía. Pero esa teo-nomía tal vez sea alcanzable al cabo de la auto-nomía (unos serán más optimistas que otros en ese punto), nunca al cabo de la hetero-nomía moralinera y tóxica. ¿Y si la teo-nomía fuese simplemente el Reino?
Sobre estas tres creo que trabaja "Moralidad y algo más" de Paul Tillich, aunque lo recuerdo vagamente, no fue lo que más me interesó de él.
De Belloc leí otros, pero creo que "El Estado servil " no, anoto- la verdad es que B nunca me cayó muy bien.Jajajaja, si, provoca cierto rechazo si uno es un poco sensible. Te cuento una aneda: el primer libro que compré de él fue "Europa y la fe", y solo porque estaba de oferta en la librería Libertador, de calle Corrientes, y compraba tanto por semana y me conocía tanto lo que ofertaban, que estaba aburrido. No conocía al autor. Cuando llegué a casa y lo abrí, y leí "Europa es la fe y la fe es Europa" -la frase inicial- lo odié con toda mi alma. No porque odie a Europa, ni muchísimo menos, pero con todo lo que amo a Europa (al menos a cierta Europa, quizás románticamente ideal), más amo la fe, y no podía leerla así instrumentalizada. Con otro libro lo hubiera simplemente descartado, pero a este lo odié, así que lo pasé a prisión: a sostener un estante enclenque de libros, "no para castigo, sino para reeducación del reo". Llegada una mudanza, años después, reapareció, lo abrí, lo leí con cierta atención, y me cautivó, era ya más grande y podía comprender cierto nivel de ironía -inexpresable en otras palabras- que estaba contenido en la frase dichosa. Ninguno de sus libros, de todos modos, llegó nunca al nivel de fascinación que me produjo la lectura de El estado servil, aunque desde hace unos cuantos años no he vuelto a verlo, porque es difícil de conseguir, y sólo lo he tenido en fotocopias.
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Vayamos a lo más medular de tus notas:"nuestra apuesta por la inversión del paganismo, preparó el terreno para una repetición en un nuevo nivel" La duda (obvia) es si al cristiano le cabe festejar esto, imaginar que ese "grandioso fruto" y esa "completa autonomía" es una especie de progreso o de resultado providencial - o sólo una problemática aplicación de aquello de que "Dios saca bien del mal".
Depende de qué idea del cristianismo se tenga, cómo se reciba el mandato de Jesús de construir la Iglesia. Desde el punto de vista del Reino, entiendo que es trascendente de manera absoluta; "mi Reino no es de este mundo" lo recibo no en sentido fuerte sino fortísimo. Entenderás por qué no me gusta hablar de "distancia infinita": una distancia, aunque sea infinita, es algo inmanente.
Desde ese punto de vista, sólo nos tocaría algo que tenga que ver con construir este mundo, si Dios lo pide, como parece haberlo hecho a través de "signos de los tiempos" en el siglo IV-V. Fuera de eso, no deberíamos ser como el perro del hortelano, ¿por qué habríamos de sentir envidia de que el mundo busque a Dios y lo encuentre a su manera, y lo refleje en sus instituciones y en su vida a su manera? (esa manera necesariamente va a diferir de la nuestra, si no sería evangelio y no mundo). Dios mismo desperdigó "semina verbi", ¿seremos nosotros los malvados segadores que quitan -o envenenan, intoxican- esa semilla antes de tiempo, sólo porque no nos la dieron a nosotros para sembrar?
Ya instaurará Dios mismo su Reino definitivo, donde sea todo en todos, y lo hará a su manera, tomando de cada uno lo que desee tomar; de nuestra obra -quizás-, pero también de la de los demás: "si yo quiero que se quede aquí hasta mi venida, ¡a ti qué?". No me atrevo a poner ningún límite a su obra, al contrario, me alegra que incluso en lo que parece más alejado de Dios se esté de alguna manera trabajando por el Reino, aun sin saberlo.
A esta comprensión del Reino como absolutamente trascendente le va como anillo al dedo la visión de Papa Francisco sobre la Iglesia en este mundo como restañheridas, como hospital de campaña. Es verdad que su expresión y claridad no llega a la altura de BXVI, pero ¡cuánto ha dicho con solo esa imagen!
Sin pretender haberme adelantado a nada, yo había comenzado a contemplar (lentamente, con muchos años y peldaños) de esa forma a la Iglesia a partir de una frase del cínico Jean-Baptiste Clemence, de la Caída de Camus:
«yo más bien vería a la religión como una gigantesca empresa de lavandería, algo que por otra parte ya fue brevemente, durante sólo tres años, y no se llamaba religión. Desde entonces falta el jabón, tenemos la nariz sucia y nos limpiamos los mocos mutuamente.» (La Caída, creo que jornada V, aunque no están numeradas en la edición electrónica que uso ahora).
¿Cuál es la misión de la Iglesia? ¿hacer presente el Reino en el mundo? ¿de qué manera? ¿transformando el "mundo" en "Reino"? ¿pero es eso siquiera posible manteniendo la trascendencia del Reino? ¿anticiparlo en la forma de "figuras" destinadas a perecer? es MUY difícil articular la misión de la Iglesia con la trascendencia del Reino y con la dialéctica de un hombre que está ya redimido y a la vez es y se mueve en el horizonte del pecado (la gran intuición de Lutero, que nunca le hemos agradecido: "simul justus et peccator", al mismo tiempo justo y pecador).
Este hombre que somos todos, que somos cada uno, produce pecado, a cada paso, pato criollo más que hombre. Este hombre que somos no puede dejar de dolerse y afligirse de su pecado, a la vez que de producirlo. La frase de Isaías que retoma Jesús en el inicio de su ministerio (según Lucas) articula a la perfección la misión de la predicación con la trascendencia del Reino:
«anunciar a los pobres la Buena Nueva, proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.» (Lc 4,18-19, de Is 61,1-2)
La cita de Isaías continúa: «para consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido...»
En suma, creo que la Iglesia en este mundo está para dar, no para exigir, ni siquiera en nombre de Dios. Entiendo que puedo estar muy equivocado en esto, pero de momento es lo que pienso, y lo que mi pobre experiencia de evangelización me va mostrando que hace presente el poder de Dios. En vez de sonarnos los mocos unos a otros, está la Iglesia para hacerlo, ¡y en nombre de Dios! (venid a mí todos los que estáis agobiados...).
¿Acaso Jesús no exige? sí, Jesús, él puede hacerlo, nosotros, creo que con ofrecer la palabra trascendente en la que él exige, tenemos más que suficiente, a partir de allí, el que pueda con ello, que se sienta exigido, y el que no, consolado. ¿Por qué aguardamos un juicio final, si nosotros lo anticipamos cada día juzgando -con pretendidos criterios religiosos- al mundo y a los otros?
Poco después, la cita de Camus dice: «Le voy a decir un gran secreto, querido amigo. No espere el Juicio Final. Tiene lugar todos los días.» ¿Por qué introduciremos nosotros más juicios, si ya el mundo se juzga y se condena a cada minuto? Lo nuestro no es recordar el juicio divino, sino la Clemencia que lo ha aplazado, el Año de gracia: «La paciencia de nuestro Señor juzgadla como salvación» (2Pe 3,15)
Yo no sé si la inversión posmoderna dará lugar a un "adviento inmanente", a una época de manifestación de Dios. No soy especialmente optimista en nada, y en esto, no tendría en qué basarme para ser optimista, desde luego que no en la historia humana... Aunque si te lo piensas, el elogio del Martirologio Romano del 25 de diciembre, el precioso y antiquísimo pregón navideño (las Kalendas), dice:
«estando todo el orbe en paz, Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, queriendo consagrar el mundo con su piadosísima venida, concebido del Espíritu Santo, nueve meses después de su concepción, nace en Belén de Judea, hecho hombre, de María Virgen»
¿No es una belleza? ¿Por qué no va a poder el mundo alcanzar -aunque sea inmanente y provisoria- su paz? ¿por qué no se va a manifestar Dios, que tantas veces en la historia, desde la Creación hasta ahora, se manifestó 'polymerós kai polytrópos', de muchas maneras y modos, como dice Hebreos 1,1? No estoy hablando de Milenios, no creo en ellos, pero sí creo en la verdad contenida en el ansia mundana de milenios: la manifestación de Dios es posible -aunque no definitiva- en este mundo:
«La vida es la tarea del hombre en este mundo,
Y así como los años pasan, así como los tiempos hacia lo más alto avanzan,
Así como el cambio existe, así
En el paso de los años se alcanza la permanencia;
La perfección se logra en esta vida
Acomodándose a ella la noble ambición de los hombres...»
Un poema de Hölderlin que lleva el significativo título de Zeitgeist (Espíritu del tiempo, sabes que me es una expresión predilecta, precisamente la conocí en su momento con esta poesía)
No creo que debamos mirar con rabia ni con envidia si el mundo progresa por sí mismo -si es que progresa-, y más bien con pena que con espíritu de "ya lo decía yo", si no lo hace. ¿Festejar? ¿por qué no? ¿no festejamos que se descubran vacunas, a pesar de que todo eso consolida la autonomía del hombre, e incluso lo aleja de los motivos (falsos) con los que la religión infantilmente lo tuvo retenido por siglos? ¿no consagran los descubrimientos científicos la sensación de que Dios no es necesario? y sin embargo los festejamos.
Es verdad que quizás algunos los festejan con espíritu de "Dios escribirá seguramente derecho incluso con esas líneas torcidas", pero creo que lo podemos festejar en su verdad: si cae una falsa imagen de Dios, es porque queda preparado el terreno para una más verdadera. Si perdemos poder, ganamos verdad, en fin, de todo punto de vista, la autonomía del mundo, sin ser la verdad trascendente, sin ser el Reino, es una ganancia y un acontecimiento de gracia para todos, entre tanta desgracia, aunque solo nosotros nos demos cuenta de ese aspecto de ser "de gracia".
Lo que sigue en tus notas, creo que está ya contenido aquí.