jueves, 24 de octubre de 2013

Notas sobre la Inversión

Me decías, Hernán, que las tuyas eran notas que no requerían respuesta. A mi vez me puse a anotar tus notas, y quedaron estas notas, así que haz de cuenta que no son una respuesta :-)

Más claro, y también más audaz y espinoso -no digamos de caer con estos planteos en InfoCatolica (los aullidos de repulsa congestionarían la red) pero, digamos... un Ratzinger, no termino de ver que esté muy en línea.

Jajaja, hombre! la iglesia tóxica no necesita llegar a un post como este para crucificar a gente como yo, con cualquiera de mis anteriores ya tendrían para hacerse un banquete.
En cuanto a Ratzinger, no lo sé, es difícil separar en él la audacia del Pensador de la rigidez del Prefecto y la posterior prudencia del Pastor. Aunque no soy un sistemático seguidor de sus escritos, me da la impresión de que, sobre todo en sus años de pontificado, caminó mucho en la dirección de la admisión de la autonomía del mundo. El texto que cité de su encíclica sobre el amor me dejó en su momento sobrecogido, no sé si se ha calibrado la enorme novedad que representa el incluir el Eros en la serie ascendente del amor divino; y la calificación de "divino" entre comillas indica que no está pensando en el amor divino en el sentido clásico de la literatura espiritual-teológica, sino de una divinidad que se aplica de una manera nueva.
También cuando hablaba de laicicidad (en el sentido político) buscaba expresar la autonomía del mundo, recuerda cuando habló de "sana laicicidad" nada menos que con Sarcoszy!... cuando la iglesia tóxica se llenaba la boca repitiendo que sólo había hablado de "sana" y que por tanto había una laicicidad enferma, no calibró con quién y en qué contexto se estaba hablando de "sana" laicicidad, es decir, a qué estaba llamando "sana" :-)
Por lo demás, la "prudencia pastoral" no sé si debe ser así o no, pero con frecuencia, y sobre todo con los papas, se traduce en una lisa y llana ambigüedad, que permita a cada sector de la Iglesia tirar de la manga de la sotana blanca y quedar casi todos conformes, aunque nunca del todo.

Es verdad que en el fondo todos los creyentes que nos interesan estas cosas aspiramos a la teo-nomía del mundo, no a su auto-nomía. Pero esa teo-nomía tal vez sea alcanzable al cabo de la auto-nomía (unos serán más optimistas que otros en ese punto), nunca al cabo de la hetero-nomía moralinera y tóxica. ¿Y si la teo-nomía fuese simplemente el Reino?
Sobre estas tres creo que trabaja "Moralidad y algo más" de Paul Tillich, aunque lo recuerdo vagamente, no fue lo que más me interesó de él.

De Belloc leí otros, pero creo que "El Estado servil " no, anoto- la verdad es que B nunca me cayó muy bien.
Jajajaja, si, provoca cierto rechazo si uno es un poco sensible. Te cuento una aneda: el primer libro que compré de él fue "Europa y la fe", y solo porque estaba de oferta en la librería Libertador, de calle Corrientes, y compraba tanto por semana y me conocía tanto lo que ofertaban, que estaba aburrido. No conocía al autor. Cuando llegué a casa y lo abrí, y leí "Europa es la fe y la fe es Europa" -la frase inicial- lo odié con toda mi alma. No porque odie a Europa, ni muchísimo menos, pero con todo lo que amo a Europa (al menos a cierta Europa, quizás románticamente ideal), más amo la fe, y no podía leerla así instrumentalizada. Con otro libro lo hubiera simplemente descartado, pero a este lo odié, así que lo pasé a prisión: a sostener un estante enclenque de libros, "no para castigo, sino para reeducación del reo". Llegada una mudanza, años después, reapareció, lo abrí, lo leí con cierta atención, y me cautivó, era ya más grande y podía comprender cierto nivel de ironía -inexpresable en otras palabras- que estaba contenido en la frase dichosa. Ninguno de sus libros, de todos modos, llegó nunca al nivel de fascinación que me produjo la lectura de El estado servil, aunque desde hace unos cuantos años no he vuelto a verlo, porque es difícil de conseguir, y sólo lo he tenido en fotocopias.

* * *
Vayamos a lo más medular de tus notas:
"nuestra apuesta por la inversión del paganismo, preparó el terreno para una repetición en un nuevo nivel" La duda (obvia) es si al cristiano le cabe festejar esto, imaginar que ese "grandioso fruto" y esa "completa autonomía" es una especie de progreso o de resultado providencial - o sólo una problemática aplicación de aquello de que "Dios saca bien del mal".

Depende de qué idea del cristianismo se tenga, cómo se reciba el mandato de Jesús de construir la Iglesia. Desde el punto de vista del Reino, entiendo que es trascendente de manera absoluta; "mi Reino no es de este mundo" lo recibo no en sentido fuerte sino fortísimo. Entenderás por qué no me gusta hablar de "distancia infinita": una distancia, aunque sea infinita, es algo inmanente.
Desde ese punto de vista, sólo nos tocaría algo que tenga que ver con construir este mundo, si Dios lo pide, como parece haberlo hecho a través de "signos de los tiempos" en el siglo IV-V. Fuera de eso, no deberíamos ser como el perro del hortelano, ¿por qué habríamos de sentir envidia de que el mundo busque a Dios y lo encuentre a su manera, y lo refleje en sus instituciones y en su vida a su manera? (esa manera necesariamente va a diferir de la nuestra, si no sería evangelio y no mundo). Dios mismo desperdigó "semina verbi", ¿seremos nosotros los malvados segadores que quitan -o envenenan, intoxican- esa semilla antes de tiempo, sólo porque no nos la dieron a nosotros para sembrar?

Ya instaurará Dios mismo su Reino definitivo, donde sea todo en todos, y lo hará a su manera, tomando de cada uno lo que desee tomar; de nuestra obra -quizás-, pero también de la de los demás: "si yo quiero que se quede aquí hasta mi venida, ¡a ti qué?". No me atrevo a poner ningún límite a su obra, al contrario, me alegra que incluso en lo que parece más alejado de Dios se esté de alguna manera trabajando por el Reino, aun sin saberlo.
A esta comprensión del Reino como absolutamente trascendente le va como anillo al dedo la visión de Papa Francisco sobre la Iglesia en este mundo como restañheridas, como hospital de campaña. Es verdad que su expresión y claridad no llega a la altura de BXVI, pero ¡cuánto ha dicho con solo esa imagen!
Sin pretender haberme adelantado a nada, yo había comenzado a contemplar (lentamente, con muchos años y peldaños) de esa forma a la Iglesia a partir de una frase del cínico Jean-Baptiste Clemence, de la Caída de Camus:
«yo más bien vería a la religión como una gigantesca empresa de lavandería, algo que por otra parte ya fue brevemente, durante sólo tres años, y no se llamaba religión. Desde entonces falta el jabón, tenemos la nariz sucia y nos limpiamos los mocos mutuamente.» (La Caída, creo que jornada V, aunque no están numeradas en la edición electrónica que uso ahora).

¿Cuál es la misión de la Iglesia? ¿hacer presente el Reino en el mundo? ¿de qué manera? ¿transformando el "mundo" en "Reino"? ¿pero es eso siquiera posible manteniendo la trascendencia del Reino? ¿anticiparlo en la forma de "figuras" destinadas a perecer? es MUY difícil articular la misión de la Iglesia con la trascendencia del Reino y con la dialéctica de un hombre que está ya redimido y a la vez es y se mueve en el horizonte del pecado (la gran intuición de Lutero, que nunca le hemos agradecido: "simul justus et peccator", al mismo tiempo justo y pecador).
Este hombre que somos todos, que somos cada uno, produce pecado, a cada paso, pato criollo más que hombre. Este hombre que somos no puede dejar de dolerse y afligirse de su pecado, a la vez que de producirlo. La frase de Isaías que retoma Jesús en el inicio de su ministerio (según Lucas) articula a la perfección la misión de la predicación con la trascendencia del Reino:
«anunciar a los pobres la Buena Nueva, proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.» (Lc 4,18-19, de Is 61,1-2)
La cita de Isaías continúa: «para consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido...»

En suma, creo que la Iglesia en este mundo está para dar, no para exigir, ni siquiera en nombre de Dios. Entiendo que puedo estar muy equivocado en esto, pero de momento es lo que pienso, y lo que mi pobre experiencia de evangelización me va mostrando que hace presente el poder de Dios. En vez de sonarnos los mocos unos a otros, está la Iglesia para hacerlo, ¡y en nombre de Dios! (venid a mí todos los que estáis agobiados...).
¿Acaso Jesús no exige? sí, Jesús, él puede hacerlo, nosotros, creo que con ofrecer la palabra trascendente en la que él exige, tenemos más que suficiente, a partir de allí, el que pueda con ello, que se sienta exigido, y el que no, consolado. ¿Por qué aguardamos un juicio final, si nosotros lo anticipamos cada día juzgando -con pretendidos criterios religiosos- al mundo y a los otros?

Poco después, la cita de Camus dice: «Le voy a decir un gran secreto, querido amigo. No espere el Juicio Final. Tiene lugar todos los días.» ¿Por qué introduciremos nosotros más juicios, si ya el mundo se juzga y se condena a cada minuto? Lo nuestro no es recordar el juicio divino, sino la Clemencia que lo ha aplazado, el Año de gracia: «La paciencia de nuestro Señor juzgadla como salvación» (2Pe 3,15)

Yo no sé si la inversión posmoderna dará lugar a un "adviento inmanente", a una época de manifestación de Dios. No soy especialmente optimista en nada, y en esto, no tendría en qué basarme para ser optimista, desde luego que no en la historia humana... Aunque si te lo piensas, el elogio del Martirologio Romano del 25 de diciembre, el precioso y antiquísimo pregón navideño (las Kalendas), dice:
«estando todo el orbe en paz, Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, queriendo consagrar el mundo con su piadosísima venida, concebido del Espíritu Santo, nueve meses después de su concepción, nace en Belén de Judea, hecho hombre, de María Virgen»
¿No es una belleza? ¿Por qué no va a poder el mundo alcanzar -aunque sea inmanente y provisoria- su paz? ¿por qué no se va a manifestar Dios, que tantas veces en la historia, desde la Creación hasta ahora, se manifestó 'polymerós kai polytrópos', de muchas maneras y modos, como dice Hebreos 1,1? No estoy hablando de Milenios, no creo en ellos, pero sí creo en la verdad contenida en el ansia mundana de milenios: la manifestación de Dios es posible -aunque no definitiva- en este mundo:

«La vida es la tarea del hombre en este mundo,
Y así como los años pasan, así como los tiempos hacia lo más alto avanzan,
Así como el cambio existe, así
En el paso de los años se alcanza la permanencia;
La perfección se logra en esta vida
Acomodándose a ella la noble ambición de los hombres...»

Un poema de Hölderlin que lleva el significativo título de Zeitgeist (Espíritu del tiempo, sabes que me es una expresión predilecta, precisamente la conocí en su momento con esta poesía)

No creo que debamos mirar con rabia ni con envidia si el mundo progresa por sí mismo -si es que progresa-, y más bien con pena que con espíritu de "ya lo decía yo", si no lo hace. ¿Festejar? ¿por qué no? ¿no festejamos que se descubran vacunas, a pesar de que todo eso consolida la autonomía del hombre, e incluso lo aleja de los motivos (falsos) con los que la religión infantilmente lo tuvo retenido por siglos? ¿no consagran los descubrimientos científicos la sensación de que Dios no es necesario? y sin embargo los festejamos.
Es verdad que quizás algunos los festejan con espíritu de "Dios escribirá seguramente derecho incluso con esas líneas torcidas", pero creo que lo podemos festejar en su verdad: si cae una falsa imagen de Dios, es porque queda preparado el terreno para una más verdadera. Si perdemos poder, ganamos verdad, en fin, de todo punto de vista, la autonomía del mundo, sin ser la verdad trascendente, sin ser el Reino, es una ganancia y un acontecimiento de gracia para todos, entre tanta desgracia, aunque solo nosotros nos demos cuenta de ese aspecto de ser "de gracia".

Lo que sigue en tus notas, creo que está ya contenido aquí.

miércoles, 23 de octubre de 2013

La inversión explicá

Ay ay! si Hernán no lo entendió, estoy como Houston, tengo un problema... Dices:
"fórmula bastante parecida a la inversión posmoderna"
Todo muy bien, pero no acabo de veo cómo encaja eso, no habías hablado de ninguna inversión posmoderna sino de la inversión cristiana ¿Estás poniendo que el -digamos- posmodernismo está revirtiendo la inversión cristiana y volviendo a la formulación pagana? No lo veo.

Contesto a este comentario en un nuevo post más que nada por la extensión de la respuesta.

El artículo tiene trampa: parece que va a hablar de la inversión cristiana, pero el centro es la inversión posmoderna:

El amor es un dios --> Dios es amor --> El Amor es Dios

La inversión posmoderna no es exactamente una reversión, sino una recuperación en un nivel de mayor profundidad de la verdad contenida en el paganismo. Hemos acompañado al mundo mezclándonos con él (en instituciones, formulaciones, políticas, etc) y propiciando el descubrimiento de una dimensión de mayor profundidad, de la que el propio mundo es capaz; y ese acompañamiento ha dado un grandioso fruto: un mundo que ha quedado habilitado para encontrar a Dios por sí mismo, en el mismo lugar donde antes encontraba al ídolo.
Llegados a un punto, el mundo puede ahora invertir la fórmula cristiana, y en esa inversión adquirir su completa autonomía, ya que el amor es una experiencia que se realiza en todos los seres, en diversidad de grados, desde lo más mínimo, y no requiere de ninguna convicción ni afirmación previa, externa, trascendente, ni de nada que lo motive o suscite. Posiblemente haya que decir que es el primer trascendental del ser viviente: donde algo vive, ama.

* * *

Algunos autores señalan que la pérdida de la fe cristiana como base de la sociedad [occidental] no hará sino propiciar el retorno del paganismo. No tomemos los subproductos tribales, sino los grandes autores de esa línea, como son un Chesterton o un Belloc. Este último lo plantea con todas las letras, en un ensayo de 1913 (quizás me equivoque de año, poco más o menos) realmente apasionante: «El estado servil». Su tesis es que la retirada del cristianismo [como base de las instituciones de Occidente] traerá necesariamente el retorno de la institución básica del paganismo: la esclavitud; ya que los valores paganos no están pensados para ser ejercidos por una gran cantidad de seres humanos, sino por un pequeño núcleo de ciudadanos, que requiere una ingente masa de esclavos a su alrededor.
Eso lo desarrolla de manera muy sugestiva, con multitud de ejemplos, muchos de los cuales los vemos realizarse en el estado neoliberal a la vista de todos. No se ha restaurado la palabra "esclavo", pero en muchísimos aspectos la evolución del mundo 100 años después de esa obra parece darle por completo la razón.
Por mi parte soy un fan de ese escrito, sobre todo porque me parece visionario en lo fenoménico. Sin embargo creo que en lo profundo contiene un fallo fundamental: suponer que en la historia ocurren repeticiones exactas. Ocurren, sí, recuperaciones, pero no repeticiones. Tal vez le cabría a ese fenómeno el nombre de "repetición", pero sólo en el sentido kierkegaardiano del término, es decir: repetición en otro nivel, en una nueva dimensión de realidad.
Por supuesto que no es fácil hablar de estos temas ahora, puesto que nos encontramos apenas en la posmodernidad, y una época postotra es apenas una nada con un impulso uniformemente acelerado. Sin embargo creo yo que el descubrimiento que el mundo va haciendo de que "el Amor es Dios", contiene esa repetición con salto de nivel que permite augurar la epoca futura con algo de esperanza (humana), no exenta, desde luego, de ambigüedad.
Tomo la fórmula "el Amor es Dios" de Bergman, porque la expresa con claridad. No es, desde ya, el único poeta que a lo largo del siglo XX y comienzos del XXI ha cantado el advenimiento de algo que no sea ya postotro. El cine de Bergman me parece especialmente revelatorio en ese punto, y la fresa del postre es el uso literal de la fórmula invertida, tan cercana a ese lenguaje de la encíclica de BXVI, lejana por lo demás a Bergman en el tiempo, el espacio y el entorno espiritual.

* * *

De todos modos yo no estoy especialmente interesado en el destino de este mundo. Me da lo mismo si dura un año que cien mil. Lo que sea que se haga en este mundo deseo que se haga desde la mayor verdad posible, pero si el mundo desea restaurar la esclavitud, y comerse unos a otros con ensalada, allá ellos. Como cristiano no soy ciudadano de este mundo en sentido estricto, sólo tengo que soportar sus contradicciones. Pero sí me preocupa la cuestión por dos aspectos:

-Porque se nos encargó el mundo por algunos siglos, unos 14 (si tomamos muy imprecisamente del V al XIX), y es de malnacidos lavarnos las manos de las contradicciones en que queda encerrada la posmodernidad. Suponiendo que fuera cierta la tesis de Belloc (y que el catolicismo tóxico internético da por excelente sin siquiera molestarse en pensarla), muy mal lo hemos hecho del momento en que nos retiramos y todo (supuestamente) se cae y revierte hacia el sinsentido. Si llegara a tener razón Belloc en lo profundo, la tiene contra la verdad de todo lo que afirma el catolicismo tóxico como grandes realizaciones cristianas del pasado.
Por el contrario, lo que afirmo es que nuestro paso por el mundo, nuestra apuesta por la inversión del paganismo, preparó el terreno para una repetición en un nuevo nivel, para una inversión que abre las puertas a una convivencia humana de otra especie, que no es la del paganismo, aunque no me chupo el dedo: no digo que eso esté ya a la puerta, ni mucho menos que se vaya a lograr automáticamente.

-El otro aspecto que me preocupa es en qué medida seremos capaces nosotros, en el mundo pero no-del-mundo, de acompañar a este mundo en su proceso de identidad. Siendo ante todo capaces de mantener la nuestra, de convocar (especialmente por contagio) a otros al anticipo del Reino y su específica alegría, sin convertirnos en los amargos aguafiestas que contraponen una civilización a otra, lo que además implicaría la enorme mentira de confundir el Reino con una conquista social y cultural.

martes, 22 de octubre de 2013

La inversión


El paganismo llegaba a formular que el amor es un dios. Es a lo más a lo que puede llegar la religión natural, ese impulso interior y espontáneo hacia el misterio último -dirían unos-, o hacia la ilusoria redención de nuestra debilidad -dirían otros-. El amor, una fuerza entre tantas otras de las que que pugnan por atraer y conducir al hombre; el valor, el deber, la sabiduría... cada una de ellas queriendo llegar a ser el principio de los principios. De entre todas esas fuerzas, sin embargo, el amor parece la más extraña, la más híbrida, ¿es racional, en tanto conduce al logos, la razón del hombre, a la unidad? ¿o es irracional, en tanto, tocado por él el hombre pierde todo freno, brida y vergüenza?
El paganismo no podia resolver esto, y ahí lo tenemos al pobre Platón haciendo esfuerzos por fundar en el Amor la redención del hombre en la alta contemplación del Bien (Banquete, Fedro), aunque sin perder la oportunidad en esos mismos diáologos de mofarse un poco de las locuras del amor.

Si hubiera que decir un aporte del cristianismo a la cultura humana, que merecería subsistir incluso aunque la fe cristiana fuera falsa, es la inversión: Dios es amor. Eso que buscaba la cultura natural expresar: cómo es que eso que sale del hombre, parece que le es a la vez ajeno, exterior, viene de atrás, de lejos, de arriba. El cristianismo lo expresó con esa sencilla fórmula: Dios es amor.
Sin embargo no es una mera fórmula, es un nuevo principio, un nuevo punto de partida, un nuevo lugar desde donde comenzar a construir una existencia con sentido, con un nuevo sentido. Si Dios es amor, aquello en lo que se trasluce el amor, está teñido de divinidad. Las instituciones más elementales de cualquier sociedad deben por fuerza quedar trastrocadas por esta inversión.
Tomemos por caso la institución del matrimonio. En el Derecho Romano es una cuestión "de hecho": dos personas forman un matrimonio porque afirman estar casadas, o porque conviven como tales, se profesan un afecto y respeto matrimoniales, y llevan una comunidad de vida, que incluye alguna forma de comunidad de bienes. Recién cuando la cuestión de la unión de dos personas tiene necesarias consecuencias patrimoniales, como en la unión de dos patricios, el matrimonio requiere ser una institución "de derecho".
No es el sitio ni el contexto para desarrollar la complicada cuestión del matrimonio en el Derecho Romano (ni mucho menos en el derecho antiguo, más amplio), con sus diversas etapas de evolución; lo que me interesa destacar es que para el antiguo el amor conyugal (la affectio maritalis) crea el hecho, no el derecho, el derecho proviene de la cuestión patrimonial.
Pero en tanto el cristianismo aporta como novedad que Dios es amor, saca también unas primeras consecuencias prácticas: lo que une a Dios con el mundo no es entonces la relación de servicio del hombre hacia él (que es la perspectiva de la religión "natural"), sino el afecto de Dios hacia lo suyo, su mundo, su creatura humana. De allí a presentar la relación de Dios con el hombre como «matrimonio» hay un solo paso, y lo da San Pablo, cuando ve en la unión de dos esposos un "mysterium" de la unión de Cristo con su Iglesia. Por tanto la «affectio matrimonialis» no es sólo una nota indicativa de una unión estable, sino el verdadero centro de esa unión. Fue el cristianismo el que poco a poco y por sus propias necesidades mistéricas puso en el centro del matrimonio el amor.
De todos modos, las consecuencias de la inversión se dejan ver en todos los aspectos de la sociedad, en todas sus instituciones, no sólo en el matrimonio.

Ahora bien, estamos en una epoca postcristiana (puede ampliarse la cuestión con esto y esto). No significa esto que ya no hay fe cristiana, sino que el cristianismo ni informa la civilización, ni es convocado para interpretarla. Aunque algunos no se resignen a esto, hemos vuelto a ser lo que somos: una fe. No somos los intérpretes autorizados de la Naturaleza, no somos los campeones del Sentido Común... somos creyentes que tienen una interpretación (por cierto bastante paralógica) de la existencia, y a quienes -aleccionados por la fe en la resurrección de su Maestro- anima la esperanza de que todo esto que nos rodea, que parece marchar hacia menos vida, marcha hacia más, hacia toda la vida posible, hacia Dios todo-en-todos.
La época moderna fue la última parte de la era cristiana, que acabó, creo yo (las fechas de estos acontecimientos son siempre extremadamente discutibles), en el siglo XIX. Nos encontramos encaminados ahora hacia donde no sabemos, conducidos por nadie. A falta de nombre llamamos a nuestra época "postmoderna", lo que no quiere decir demasiado, sólo que lo antiguo ya no vige, y no hay nada nuevo que lo haga.

Sin embargo, bajo un aspecto creo que va despuntando algo nuevo, una nueva fuente de valores seculares que (para nuestro consuelo) emerge de la inversión misma operada por la fe cristiana. Como siempre: "lo que permanece lo fundan los poetas", así que es entre ellos donde corresponde buscar eso nuevo.
Bergman (me refiero a Ingmar) habla a propósito de sus películas de crisis religiosa-existencial del 60 (El manantial de la doncella, Los comulgantes, Como en un espejo, El silencio...) de una "certeza conquistada" en "Como en un espejo" (titulada impropiamente en Argentina "Detrás de un vidrio oscuro"); esa certeza es una nueva inversión: El amor es Dios; y lo desarrolla así: «El que está rodeado de amor, también está rodeado de Dios.» (Imágenes, pág 217; el tema lo desarrolla en pág 210 y ss. con su característica neurosis de autoinfravaloración).

No ser podría haber alcanzado esto sin el cristianismo, pero esto excede al cristianismo, se transforma por su propia fuerza en un valor secular, capaz de movilizar todas las fuerzas humanas, independientemente de la fe. La religiosidad natural lo intuye, pero su radicalidad no había llegado nunca a ser adecuadamente desvelada. Esta radicalidad es capaz de dar lugar a nuevas instituciones, pero también a una nueva alegría común: si el amor es Dios, nadie, ni el más abyecto de los hombres, está exento de una experiencia de Dios posible y a la mano.

Un delicado guiño de ojo a la nueva época que va despuntando lo hizo, para quien deseara oírlo, la encíclica de Benedicto XVI "Deus Caritas", que desarrolla (a lo que creo por primera vez de manera oficial) la articulación del "eros" en la serie del amor que alcanza a Dios, de manera que puede incluso terminar su primera parte con una fórmula bastante parecida a la inversión posmoderna: «El amor es "divino"» ("divino" lleva comillas en el original).

¿Seremos capaces, desde nuestra experiencia de un Dios que es Amor, y en la convicción del carácter «divino» del amor, de acompañar al mundo que emerge en la creación de intuiciones e instituciones propias de un Amor que es Dios?

viernes, 18 de octubre de 2013

Caminos

Francisco que borda cuestiones interesantes sobre la idea, y yo que tengo interés en este tema y ganas de escribir (lo que no siempre ocurre). Una mezcla explosiva, así que allí vamos con otra cuestión surgida de este post. En realidad hay que aclarar: la respuesta de Francisco comprende dos planteos, naturalmente cercanos entre sí, pero creo yo que separables. Como el segundo no me termina de quedar claro, mientras espero una aclaración trataré en este post sólo del primero.

Afirmas que "el criterio del Evangelio no es escoger un acta fundacional, una "constitución", y ser coherentes con esa letra..."
Después afirmas que la Palabra de Dios entrega un designio creatural que incluye "un ideal de matrimonio heterosexual, monógamo e indisoluble"
A mi me parece que ese designio creatural hace las veces de constitución.

Es verdad que muchas veces se presenta el "plan de Dios sobre el hombre" como una especie de camino trazado de antemano, que el hombre está obligado a recorrer, si quiere ser santo; en este plan de Dios (que tiene sus componentes para toda la humanidad, y sus aspectos designados sólo para mí, mi "vocación personal") entraría como uno de sus momentos esenciales el designio creatural.
Eso no es otra cosa, creo yo, que reeditar la vieja fórmula de la salvación por la ley, desechada por san Pablo, y con él por  la fe cristiana, que no entendió la solución paulina como una mera "idea de escuela", contrapuesta a otras posibles. ¿Qué rechaza san Pablo cuando rechaza la "salvación por la ley"? En definitiva lo que rechaza es que la llave de la salvación esté en manos del hombre: si cumplo, me salvo, si no, me pierdo. Si realizo "el plan"...
A eso me refería cuando decía que el criterio no es escoger una constitución o un acta fundacional, al modo como en nuestras democracias formales se llama "justo" a lo que cumple con la constitución, aunque sea ella misma un semillero de injusticia.

Transcribo lo que escribí en otro sitio acerca del "plan de Dios":
«Todo lo que decimos de Dios debe pasarse por el registro de lo paterno para poder entenderlo mejor. Incluso aunque la paternidad humana es limitada y no está exenta de egoísmo, es quizás la relación humana de mayor autodonación y gratuidad (cuando digo "paternidad" me refiero a los dos complementarios, padre y madre: también la Biblia habla de Dios en los dos términos, por ejemplo Isaías 66,13, Oseas 11).
Todo padre tiene un plan para sus hijos, pero ese plan no es el de una arquitectura cerrada, donde el hijo se limita a ejecutarlo. En sentido paterno, tener un plan es abrir un ámbito protectivo donde el hijo, a través de su propia libertad y con el uso de sus propias facultades, va realizándose a sí mismo, y abriéndose a los demás, descubriendo la verdad de los propios deseos e inclinaciones.
El plan de Dios sobre cada uno de nosotros, sobre la humanidad en conjunto y sobre la entera creación, es el plan propio de un Padre, no de un arquitecto: somos nosotros los actores de ese plan, es decir, los que nos movemos en el ámbito protectivo de su providencia y bondad, y vamos descubriendo, en diálogo con él, la verdad de nosotros mismos, y cómo realizar eso que en el fondo somos: seres de amor.» (el original de este texto, aquí, preg. 10)

Cuando hablo de un "designio creatural" vinculado a la matrimonialidad en la diferencia (heterosexual), la promoción del "alter" a su entera dignidad (monógamo) y la fidelidad al propio camino trazado (indisoluble), lo entiendo en este sentido de un ámbito protectivo y dialógico en el que el hombre podrá descubrirse a sí mismo en reclamos verdaderamente limítrofes; sobre todo la comprensión y acogida en mi interior de un otro que me es totalmente otro, casi como un Dios (¿no resuena aquí la frase de san Pablo: el casado se preocupa de cómo agradar a su mujer, y lo mismo la mujer, de cómo agradar al marido? entendido de manera positiva, sin el deje dualista con el que puede leerse ese pasaje paulino, 1Cor 7,32-35). Yo creo que el reclamo de este tipo de matrimonialidad "trascendente" está presente siempre, en toda pareja, incluyendo en parejas homosexuales.

Otra cosa es si todos pueden con ello, y sobre todo, si las instituciones sólo tienen que reflejar el ideal, o pueden atender a situaciones más diversas y menos ideales, pero acordes a la pesada carga de la existencia en este mundo. Si me preguntas por ello, te diré que cualquier concreción institucional del matrimonio como designio creatural se queda tan corta, resulta tan lejana al sentido de esa matrimonialidad, que pienso que da juego para el surgimiento de otras formas de relación, formales o informales.

Estaba releyendo -a propósito de un post de ayer- un capítulo de esa magnífica obra de von Balthasar, «La verdad es sinfónica», el que se refiere al pluralismo en la ética (pág 73ss), y te lo recomiendo porque plantea muy bien el dilema a resolver en una ética que tiene que atender a la vez el ideal de perfeccción abierto en el designio creatural del hombre, y la acogida de todos (justos y pecadores), sobre la base de un mismo y único mandamiento (trascendente) del amor. Von Balthasar rechaza dividir la ética en una para "los perfectos", y una para "los pecadores", pero finalmente no termina más que presentando los términos del problema.

Pienso que la cuestión fundamental es no partir de la ética, sino de una pragmática: aceptemos que las instituciones no expresan propiamente la verdad de las cosas, apenas si la reflejan... a veces... Quizás las instituciones cristianas, en vez de ser propuestas y vividas como manifestación del ideal, podrían (¿y deberían?) ser propuestas como expresiones de ese ámbito protectivo paterno en el cual Dios Padre nos llama a realizar su verdad en la medida de las posibilidades de cada uno, y acorde con el ideal aceptado por la comunidad, en diálogo con lo que a cada paso la conciencia del hombre encuentra como adecuado y posible para sí.

El juicio sólo pertenece a Dios. La salvación también.

Más de relatividad y relativismo


No puedo resistirme a las objeciones de Hernán, en este caso, comentario a este post:
Nos das lo que juzgas el verdadero significado del relativismo, en lo que tiene de repudiable ("el relativismo es la verdad sofística" ...) pero no queda muy claro que ese significado no sea exclusivamente de tu cosecha. En particular, no queda nada claro que los papas estén pensando en eso cuando condenan el relativismo... por no hablar de los apologetas.
Si preguntas a cualquiera (católico o no católico, de acuerdo o no) qué significa ese slogan de "la dictadura del relativismo" ¿no te dirá, más o menos, esto? : la Iglesia reprocha al "mundo moderno" (o los poderes dominates, o los medios) por impulsar un ideal de convivencia y tolerancia que implica repudiar y reprimir aquellas religiones (como la católica) que pretenden tener ciertas verdades humanas universales y afirmar (sea por argumentos racionales o por revelación) que hay normas morales inmutables que obligan, de derecho, al hombre de cualquier cultura. Para el relativista, "no matarás" es una norma relativa (a la cultura y a la conciencia personal), para el católico es absoluta y obliga siempre.
Esta forma de entender el "relativismo" no parece muy conciliable con tu explicación, y da la impresión de que estás queriendo torcer el significado usual (católicamente usual) de una palabra para tu propio argumento. También parece que la distinción "relatividad" (buena) "relativismo" (malo) te la sacaste de la manga y es artificial, que habría sido más natural y honesto reconocer que "relativismo" no es niguna mala palabra y que el catolicismo se ha equivocado al machacar sobre ella como uno de los males a atacar.
No creo que estos conceptos de relatividad y relativismo sean de mi cosecha, aunque debo admitir que se trata de una elaboración mía; la forma de exponerlo, incluso el modo en que esos conceptos (sobre todo el de relatividad, que es el que me importa) sirven a mi vida, puedo admitir que son míos, pero las ideas que esas elaboraciones evocan, no son mías en absoluto.
Puse tres niveles de relatividad: el primero y el segundo son clásicos:
-el primero responde al lema escolástico «Quod recipitur, ad modum recipientis recipitur» («lo que se recibe, se lo recibe según el modo del que recibe» muy citado, de hecho santo Tomás lo utiliza abundantemente), sus implicancias gnoseológicas, religiosas, éticas, son innegables, y no puede ni remotamente decirse que sea de mi cosecha.
-el segundo es un poco más moderno, pero no cabe duda que me precede; sólo como referencia, a ese concepto se dedica buena parte de «La verdad es sinfónica» de von Balthasar, y ¿cómo más puede encomiarse? no hay documento de la Iglesia (Unitatis redintegratio, Gaudium et Spes, por poner algún ejemplo) que trate del diálogo que no tenga que ver con mostrar la unidad de la percepción bajo la diversidad de la formulación.
-Quizás el más dificultoso en este punto sea el tercero, porque allí, si bien la idea no es mía, la formulación sí que es enteramente mía: la distinción de verdades "de primera, segunda y tercera persona" es un modo mío de apropiarme de la cuestión.
No dicho así, pero lo de verdades de primera y segunda persona creo que lo retomé de Martin Buber (especialmente "Yo y Tú", librito que amo); pero no es ajeno a toda la filosofía existencial ("la subjetividad es la verdad", lema de Kierkegaard, que establece esta cuestión de la verdad "de primera persona"). Llamar a las verdades "objetivas" "verdades de tercera persona" era algo que salía solo, aunque es cierto que no uso nunca esa formulación sino solo las dos primeras.
Pero el concepto como tal, la profundización en al relatividad de la verdad en ese tercer nivel no es en absoluto mío. Para no ponerme a citar judíos, gitanos ni homosexuales, sino gente purasangre, intelectualmente intachables, mira este párrafo de Razinger:
«Hemos visto que en la religión existen patologías sumamente peligrosas, que hacen necesario contar con la luz divina de la razón como una especie de órgano de control encargado de depurar y ordenar una y otra vez la religión, algo que, por cierto, ya preveían los padres de la Iglesia (4). Pero a lo largo de nuestras reflexiones hemos visto igualmente que también existen patologías de la razón (de las que la humanidad hoy en día no es consciente, por lo general), una desmesurada arrogancia de la razón que resulta incluso más peligrosa debido a su potencial eficiencia: la bomba atómica, el ser humano entendido como producto. Por eso también la razón debe, inversamente, ser consciente de sus límites y aprender a prestar oído a las grandes tradiciones religiosas de la humanidad. Cuando se emancipa por completo y pierde esa disposición al aprendizaje y esa relación correlativa, se vuelve destructiva. Hace poco, Kurt Hübner formuló una exigencia similar, afirmando que esa tesis no implica un inmediato "retorno a la fe", sino "que nos liberemos de la idea enormemente falsa de que la fe ya no tiene nada que decir a los hombres de hoy en día, porque contradice su concepto humanista de la razón, la ilustración y la libertad" (5). De acuerdo con esto, yo hablaría de la necesidad de una relación correlativa entre razón y fe, razón y religión, que están llamadas a depurarse y redimirse recíprocamente, que se necesitan mutuamente y que deben reconocerlo ante el otro lado.
2. Esta regla básica debe concretizarse luego de modo práctico en el contexto intercultural de nuestro presente. Sin duda, los dos grandes agentes de esa relación correlativa son la fe cristiana y la racionalidad secular occidental. Esto puede y debe afirmarse sin caer en un equivocado eurocentrismo. Ambos determinan la situación mundial en una medida mayor que las demás fuerzas culturales. Pero eso no significa que las otras culturas puedan dejarse de lado como una especie de quantité négligeable. Eso representaría una muestra de arrogancia occidental que pagaríamos muy cara y que de hecho ya estamos pagando en parte. Es importante que las dos grandes componentes de la cultura occidental se avengan a escuchar y desarrollen una relación correlativa también con esas culturas. Es importante darles voz en el ensayo de una correlación polifónica en el que ellas mismas descubran lo que razón y fe tienen de esencialmente complementario, a fin de que pueda desarrollarse un proceso universal de depuración en el que, al cabo, todos los valores y normas conocidos o intuidos de algún modo por los seres humanos puedan adquirir una nueva luminosidad, a fin de que aquello que mantiene unido el mundo recobre su fuerza efectiva en el seno de la humanidad.» (Conclusión del Diálogo con J. Habermas, 2004)
Aunque por lenguaje no lo parece a simple vista, pero si ahondas en el concepto de "relación correlativa" en el diálogo intercultural que propone Ratzinger, se trata del mismo marco teórico: aportar el correctivo de la verdad "objetiva" a partir de la "verdad vivida".

* * * *

Lo que dices en el párrafo segundo ("si preguntas...") es enteramente cierto: los apologetas y demás sujetos tóxicos del ciberespacio católico son esencialmente restauracionistas, es decir, hablan de "diálogo" sólo porque los documentos los mandan hablar de diálogo (como ahora de repente todos se convirtieron en golpeados por la tragedia de Lampedusa), pero es sólo una conversión estratégica, es decir, si la cosa se tercia, piensan que lo mejor es la absolutez católica a la antigua usanza, "qué diálogo, ni qué gaitas", así que necesariamente tienen que rechazar un concepto positivo de relatividad.
Pero como dice una sana advertencia de Kitto en su estupendo ensayo «Los griegos»: cuando quieres saber algo de una época (yo pondría aquí, de una idea, de un pensamiento) hay que preguntarle a los que descuellan, no a los mediocres, «los panoramas deben divisarse desde las cumbres; los bribones, por lo demás, son casi iguales en todas partes...». Importan los conceptos de diálogo de un Ratzinger, de un Rahner, de un Balthasar, de un Buber, de un Camus, de un Levinas, de un Gadamer, de un Marcel; te hago una heterogénea lista de gente que ha abierto conceptos de diálogo que no tienen vuelta atrás, que "obligan" a la relatividad sin relativismo.
Pluralismo, tolerancia, relación correlativa, relatividad dialógica... son conceptos naturales, oscurecidos por algunos siglos, es verdad, pero presentes en todas las épocas creadoras de la historia. Sólo allí donde imperaron esos conceptos -con o sin mi forma de exponerlo- se creó algo con sentido y que aun perdura, ya sea entre los paganos como entre los creyentes.

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En cuanto a lo último:
También parece que la distinción "relatividad" (buena) "relativismo" (malo) te la sacaste de la manga y es artificial, que habría sido más natural y honesto reconocer que "relativismo" no es niguna mala palabra y que el catolicismo se ha equivocado al machacar sobre ella como uno de los males a atacar.

No lo creo: hay efectivamente una manera adecuada de habérselas con la relatividad de la verdad, y una manera relativista, ideológica, tóxica, que viene bien tener distinguida y estar prevenidos respecto de ella. El diálogo, la autentica confrontación de lenguajes (eso es "diá-logos", en definitiva), es un asunto demasiado serio, demasiado necesario a la subsistencia del ser humano, como para dejarlos exclusivamente en manos de quienes acabarían con gusto con él, ya sea por absolutez o por relativismo.

jueves, 17 de octubre de 2013

El día después

A Francisco no le basta mi «acogida sin reservas ni condiciones», él quiere saber qué pasa «el día después». Ya está, le hemos abierto los brazos sin condiciones a Raúl y Alberto, ya entran (de la mano, of course) a la comunidad cristiana... pero ahora qué? ¿les decimos que las relaciones homosexuales son buenas (así les demostramos que estamos aggiornados), o son indiferentes (así se quedan), o que comiencen a cuestionarse un cambio, porque han sido perdonados, pero bueno, bueno... que no se repita, si no nos veremos obligados a decirles que salgan por donde vinieron?

El "día después" es algo problemático para todos, para los que nos acogemos al perdón, y para los que tenemos en manos el decidir en nombre y con la potestad de Dios, pero con la pobreza de los medios humanos, cuál es la voluntad de Dios sobre este hombre que soy yo mismo, sobre esta comunidad de la que formo parte, "lo bueno, lo agradadable, lo perfecto" (Rom 12,2). Unos y otros sujetos somos fundamentalmente los mismos.

El criterio del Evangelio no es escoger un acta fundacional, una "constitución", y ser coherentes con esa letra, sino "transformarnos en la renovación de la mente". Por tanto no hay un día primero permisivo y un día después normativo.

Hay más bien un día del anuncio en el que recibes la invitación a formar parte de una comunidad dispuesta a transformarse por la renovación de sus criterios mundanos y exteriores, y unos días en los cuales se va experimentando esa transformación en diálogo con la experiencia personal, la de la comunidad (que incluye la experiencia histórica de la Iglesia), y, sobre todo, la confrontación con el evangelio.

No pretendo que esta respuesta no suene ambigua (sobre todo a los que están acostumbrados a pensar la vida por normas y leyes); incluso a mí me tiembla el suelo cuando me planteo la fidelidad al evangelio como una renovación permanente de la mentalidad, de la mirada, una permanente "metanoia" (conversión, pero literalmente: cambiar la cabeza).

Tú me dices que las relaciones homosexuales no son ni deuda ni no deuda, sino que son indiferentes. No me lo preguntas sino que me lo afirmas, ¿entonces para qué quieres mi respuesta? Y si, por otra parte, yo te dijera que no, que son malas (o si te dijera que son buenas) ¿de qué serviría tal respuesta? sólo tranquilizaría al que cree que tiene que renovar su mente de acuerdo a unos códigos preestablecidos, o a aquel que está experimentando lo bueno o lo malo, y mi palabra concuerda con su experiencia.


Cuando estaba estudiando el tema de "arsenokoites" en la Biblia (el neologismo que mencioné en el post anterior) tuve oportunidad de leer varios textos exegéticos de la cuestión de la homosexualidad en la Biblia; algunos más convincentes que otros, obedecían en general a dos series argumentales: los que querían mostrar que la Biblia "condena" la homosexualidad, con su consabida secuencia de Sodoma, Levítico, Romanos, Corintios, Timoteo; y los que querían mostrar que no la "condena", para quienes la mención de Romanos 1, tan inexcusablemente explícita, es realmente un problema.
Lo curioso es constatar que por más que las dos series argumentales estén en las antípodas en cuanto a su intención, a las dos las mueve un mismo espíritu: para que la Biblia diga algo, alguien tiene que quedar excluido. Pero nunca yo, siempre el Gran Bonete.

Respecto de Romanos 1,26-27 explica Justin R. Cannon, teólogo de la homosexualidad:
«Los hombres acerca de los que Pablo escribió, según él explica, tenían lo que a su respecto era, relaciones naturales con mujeres. Básicamente, diríamos hoy, que eran hombres heterosexuales, -hombres que naturalmente sentían atracción sexual por mujeres-. Estos hombres, como vemos, volvieron las espaldas a sus esposas y se consumieron de pasión unos con otros. Las mujeres en el pasaje hicieron lo mismo. Pablo no habla acerca de personas que han sentido atracción hacia personas del mismo sexo desde una edad temprana, que es el caso de la mayoría de los homosexuales hoy en día; sino de hombres que dejaron las relaciones con mujeres, que fueron llenos de lujuria y pasiones idólatras, y se envolvieron en relaciones homosexuales.» (La Biblia, El Cristianismo, y La Homosexualidad, pág. 24)
Reconozco que en contexto este párrafo suena menos infantil que citado aquí aisladamente, pero no deja de decir lo que dice, esto es: los excluidos son los otros, el pasaje excluye a alguien, pero no a mí. Sólo que los teólogos de la heterosexualidad dicen «incluye a todos los 'normales' [a mí], excluye a los homosexuales [los otros]», mientras que los teólogos de la homosexualidad dicen «incluye a los homosexuales [a mí], pero excluye a los promiscuos [los otros]».
Desde un punto de vista exegético es posible que en la disyuntiva, esta lectura tenga más razón que la anterior, y que si hay que excluir a alguien en base a esto, sea a los promiscuos. Pero la cuestión no es esta, sino el hecho de que leer la Biblia parece que deba ser el acto de exclusión religiosa fundado en reglas exegéticas.

Wolfhardt Pannenberg, en un breve ensayo (que conseguí en portugués, traducido del inglés, de un original alemán...) titulado «¿Deberíamos apoyar el casamiento homosexual?» señala con mucha contundencia un aspecto que no debemos olvidar en ningún momento de la discusión:
«Las afirmaciones bíblicas sobre la homosexualidad no pueden ser relativizadas como expresiones de una cultura que hoy está ya superada. El testimonio bíblico era deliberadamente opuesto a la cultura circundante, en nombre de la fe en el Dios de Israel que, en la creación, designó al hombre y a la mujer para una identidad especial.»

Todo puede ser discutido, y es bueno que lo sea, pero nuestro límite no puede ser lo que sentimos, lo que se lleva, lo que dice el Código de Derecho Canónico, o los códigos "del mundo", nuestro límite es sabernos juzgados una y otra vez por una Palabra que -con toda la relatividad de los métodos humanos de lectura- viene de Dios, y da un designio creatural. No una «ley natural» (sea lo que sea que ese sintagma signifique), sino una voluntad de Dios en su proyecto creador.

Yo creo firmemente que el designio creatural del hombre es heterosexual, creo firmemente que Jesús nos cargó -en nombre de ese designio creatural- con el pesado yugo de un ideal de matrimonio heterosexual, monógamo e indisoluble1.
Creo también que no se hubiera hecho mucho problema (¡que de hecho no se lo hace!) de que en su comunidad hubiera divorciados en uniones irregulares, parejas homosexuales, etc, y cada tanto algún matrimonio bien avenido como para que tengamos en cuenta de que "la perfección se logra en esta vida" (el verso es de Hölderlin). Lo único que -sigue siendo mi opinión- no admitiría, es gente que en nombre de él crea que tiene un palmo más de mérito que los demás, sea porque es homosexual y está aggiornado, sea porque es "ortodoxo" y se conoce los cánones a la perfección:
«Por eso, no tienes excusa quienquiera que seas, tú que juzgas, pues juzgando a otros, a ti mismo te condenas» (Rom 2,1)

Entiendo la vida cristiana -personal y comunitaria- como un camino, y en un camino se transita. No hay entonces, un "día después", o bien todos los días son después.

¿Tú no ves que la sexualidad humana tenga una significación, que va más allá de los actos singulares, que va más allá de lo bien o lo mal que uno "se siente"? Bueno, nadie te puede obligar a ver eso. Creo yo que en algún momento lo verás, o yo veré lo contrario. Es la práctica de la fe, la práctica de la comunitariedad de esa fe, la práctica del contacto vivo e interrogante con la Palabra de Dios y con la Carne de Cristo lo que llena el gran día después, no lo que veas, o yo vea, o estemos convencidos de antemano, aunque tengamos muchos argumentos.

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1 Lo que no quiere decir que yo crea que yo mismo soy capaz de todo eso a la vez, ni, sobre todo, que piense que las leyes civiles deben reflejar eso. En particular respecto de esto último, cada vez soy más favorable a la completa autonomía del mundo civil para establecer esas cuestiones.

sábado, 12 de octubre de 2013

Sexualidad objetiva

Francisco trae, como comentario a  este post, una interesante objeción:
«Estimados, Pienso que tanta distinción (acentos en el trabajo apostólico, saber vs sentir el pecado, jerarquías antropológicas, etc.) sólo es, a falta de una metáfora más apropiada, poner colchones sobre la arveja. Que alguien me diga por favor ¿Qué hay de malo en consumar una relación homosexual? ¿Quién se ve perjudicado -que no sea el defensor de un principio abstracto?¿De qué modo? Si son los propios perpetradores, tendrán algún testimonio del dolor -directo- que esta aberración contranatura ocasionó. 
El catecismo no responde esto y apela a la ley natural. Surge entonces otra pregunta. ¿Quién llamó a los católicos a sistematizar la ley natural como una especie de Rae que fija, pule y da esplendor a la buena voluntad?
Al chiquillo aquel se le puede distraer un rato pero tarde o temprano tropezará con el cruel y arbitrario catecismo y entonces nuevamente nos sonrojaremos. ¿No es más honesto decirle que no estamos de acuerdo con éste?»

En realidad el catecismo (nn 2357-2359) no apela a la ley natural, sino a la Sagrada Escritura y a la tradición moral constante; sin mayores explicaciones, afirma que ella presenta los actos homosexuales como una grave depravación, y cita Gn 19,1-29; Rm 1,24-27; 1Co 6,9-10; 1Tm 1,10, lo cual no es del todo cierto:
Gn 19, el relato de Sodoma, ya no hay exégetas -salvo predicadores populares, y precisamente en contextos de invectivas contra la homosexualidad- que afirmen que el relato de Sodoma tiene algo que ver con la homosexualidad, y las citas de 1Cor y 1Tim se refieren a una lectura y traducción populares de esos textos; la palabra que supuestamente denota a la homosexualidad (Biblia de Jerusalén dice directamente "los homosexuales") es un "hapaxlegómenon", es decir, una palabra que solo aparece allí y para la que no hay contexto interpretativo en la Biblia, y en este caso, tampoco fuera de la Biblia, se trata de un neologismo que debía resultar claro para los lectores originales, pero que es objeto de debates en la actualidad. La palabra es "arsenokoites", algo así como "machofollador", que quizás designe la actitud lasciva y promiscua, metrosexual diríamos, que tanto se ve en relaciones homosexuales y heterosexuales. La asociación con la homosexualidad viene de que en la lista de 1Cor (no en la otra) la palabra está al lado de "malakoi", que significa algo así como "blandos", "pusilánimes", lo que en un contexto sexual podría referirse (yo creo que no es el contexto, pero bueno...) a los jovencitos que eran pareja sexual de un amante adulto, algo muy común en la decadente sociedad pagana del siglo I de nuestra era.  Podría ser (remotamente) que el Apóstol estuviera pensando en eso cuando redactó 1Cor, pero no creo que circunscribiera el pecado a eso, sino a cierta forma de "usar" la sexualidad, prueba de lo cual es que en 1Tim la asociación de los malakoi con los arsenokoites no aparece, y no hay ninguna clase de motivo, ni siquiera remoto, para apoyar lingüísticamente la identificación de "arsenokoites" con homosexualidad.
En fin, es una apretada síntesis (la desarrollé más en este hilo del foro de ETF) de la cuestión de la palabra arsenokoites. A lo que iba es a que de las cuatro citas, sólo una habla realmente de la homosexualidaad, y esa mención es explícita: Rm 1,24-27. El tema central de ese pasaje no es la homosexualidad sino la idolatría, pero es verdad que menciona inexcusablemente a la homosexualidad (y precisamente como un síntoma de la idolatría), por lo que los malabarismos de los teólogos de la homosexualidad para que allí no hable de la homosexualidad se parecen a los de los teólogos del "naturalismo sexual" para que Sodoma hable de la homosexualidad. En suma, cada uno quiere tirar de la Escritura para que diga lo que avale la propia posición. Pero ella dice lo que dice. En otro momento o contexto sería bueno ocuparse exegéticamente de Rom 1.
¿Por qué menciono todo esto? Porque me parece lamentable que el Catecismo, en el único fragmento que se ocupa de una cuestión tan extendida y preocupante para nuestra época, lo haga desarrapadamente, citando la Escritura sin un mínimo de seriedad, y despachando la cuestión con una apelación a la tradición moral que está lejos de ser cierta. De hecho, cuando afirma que «la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados”» (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8), la afirmación no viene avalada, ni aquí ni en el documento Persona Humana que cita, por ni una sola cita de la tradición patrística ni de teología antigua. En el documento Persona humana, se limita a volver a citar Romanos 1, acompañado de una más que discutible exégesis.
En fin, dijo el Papa el otro día que «El catecismo de la Iglesia católica lo explica de forma muy bella esto. Dice que no se deben marginar a estas personas por eso.», supongo que se referiría al siguiente número, que habla de no discriminación, porque lo que dice el número del fundamento teológico, el que acabo de comentar, no podía ser más descuidado, y difícilmente se pueda calificar de bello.

Al contrario, lo que sorprende en la tradición moral antigua es que haya guardado casi completo silencio en torno a este tema, sobre todo la Escritura, siendo que la homosexualidad estaba tan extendida y normalizada en el Imperio Romano, y causaba tanto horror a lo judíos. No hay entre los antiguos ninguna de esas condenas al infierno de las que tanto gustan los pastores vociferantes del Norte. Pienso que si se le hubiera preguntado a los Padres de la Iglesia, a los grandes escritores eclesiásticos, a los teólogos del medioevo por la homosexualidad, la hubieran considerado "contra naturam", pero quizás más por el derramamiento del valioso semen, único responsable de la generación del ser humano, que por otros motivos. En suma: me parece a mí que no entraba en el orden de sus preocupaciones la cuestión de la práctica de la homosexualidad.
Esto que estoy diciendo es sólo una opinión personal, pero me hubiera encantado encontrarme alguna vez con la Tradición unánimente hablando con claridad del tema, y no con un documento actual sin notas de apoyo que afirma que la Tradición dice lo que nunca he encontrado en ella.
Creo yo -vuelvo a decir sólo mi opinión, aunque fundada en muchas lecturas- que la moral privada, la moral de puertas adentro de la casa, en todo sentido, incluida la moral sexual, no entró en las preocupaciones de la moral cristiana más que hasta la aparición del casuismo jesuita, siglo XVII, con sus precisas distinciones y su nunca velado intento de llegar hasta la raíz misma de la conciencia personal.
La moral sexual católica llegó en los dos últimos siglos a meterse en cuestiones tan íntimas y personales como el sexo oral en las relaciones de matrimonio, como si el cura que da las charlas prematrimoniales tuviera alguna competencia para opinar -o lo que es peor: dar directivas- sobre cómo debe ser un encuentro sexual de un matrimonio.
Este movimiento no es exclusivo del cristianismo, entre los judíos kosher también se desarrolló un extremamiento de la pureza moral sexual, al punto de practicar el coito a través de sábanas "con agujero", para que los cuerpos no se toquen, en una suerte de búsqueda del "coito objetivo". Una ruina para el afecto matrimonial, está claro. Desconozco la antigüedad de esta práctica, pero me malicio que no pasa de dos siglos.

Afirmas que "tanta distinción (acentos en el trabajo apostólico, saber vs sentir el pecado, jerarquías antropológicas, etc.)..." como las que hago yo en mis post, "sólo es, a falta de una metáfora más apropiada, poner colchones sobre la arveja". Sinceramente, no lo creo: el ser humano es un ser de lenguaje, y necesitamos que lo que nos rodea pase por el corazón, la mente y no menos el lenguaje. Si falta en alguno de los tres, podrá sonar consolador, pero no conforma como verdad.
En cuatro siglos hemos pasado de descubrir el poder de la conciencia personal, a querer rápidamente controlarla hasta en sus más mínimos movimientos. No basta con decir: "a mí no me jodan, yo hago lo que quiero y no molesto a nadie", porque para bien o para mal, ya está en circulación toda una "teoría" (es verdad que abstracta y sobre fundamentos muy falaces) acerca de la relación entre sexualidad y religión. No atender a eso, no buscar fundamentos más sólidos, no pensar la cuestión en el lugar de lenguaje donde ella se produce, lo único que logra es que unos se queden con sus tozudas ideas llorando porque nadie los escucha, y otros abandonen el contacto con la fe pensando que sólo es posible creer adoptando todas esas teorías. Otros, en fin, incapaces de controlar sus impulsos sexuales y no menos reclamados por una percepción de la verdad y trascendencia de la fe, sucumben picológicamente al peso de una culpa desproporcionadamente mórbida y aniquilante.
Todos tenemos mucho para perder con no pensar estos problemas. Creo que no hay nada más necesario hoy que volver a pensar el punto de partida, la verdad de la conciencia y de la persona tal como ella la experimenta.

En cuanto a lo malo que pueda haber en consumar una relación homosexual, eso no soy quién para decirlo, es más, considero que no hay nadie que sea quién para decirlo, por las mismas razones expuestas más arriba, sólo te pido que consideres que en toda relación humana hay siempre tres, no dos, ya que Cristo está en medio; por tanto el daño no se mide en consecuencias pasajeras o puramente biológicas, sino en capacidad o no de darse y de recibir amor, que es siempre y en todos los casos un vestigio del amor eterno.
Esto, por supuesto, excede la cuestión de la homosexualidad; cualquier relación, homo o héterosexual, puede dañar a los dos en la medida de su encierro y mero hedonismo, y quizás precisamente cuando más "objetiva" es, cuando menos parece dañar, como en la "sábana con agujerito".

martes, 8 de octubre de 2013

La primera verdad antropológica

Otra parte de la objeción de Hernán, referida a este post, y continuada en este post:
«Respetar la situación vital de un catecúmeno con padres homosexuales no es en esencia diferente a la de un hijo de un ladrón confeso al cual nos toca explicarle los mandamientos. Claro que hay que tener delicadeza a la hora de enseñarle que eso que su papá hace está mal, pero no hay que dejar de enseñarlo.»
¡Qué difícil me resulta plantear estos problemas! Desde un cierto punto de vista no es esencialmente diferente, pero desde otro punto de vista, sí que lo es.
Por un lado está lo que podríamos llamar la "verdad objetiva": para nosotros (los católicos y muchos otros creyentes) es tan clara la determinación bíblica sobre varón y mujer como portadores -en su diferencia, en su "matrimonialidad"- del "plan de Dios", como lo es la diferencia entre lo propio y lo ajeno, y por tanto entre robar y no robar. Desde ese punto de vista, cuando los padres mandan a catequesis al chico ya saben que se les va a enseñar el mandamiento de no robar, igual que se les va a enseñar el sacramento del matrimonio, que excede pero se basa en la institución natural de la familia.
Y como se diría en este lado del charco: punto pelota. Si alguno no se enteró de lo que se le va a enseñar en catecismo al chico, es que vive colgado de la palmera. Si no está de acuerdo con lo que le van a enseñar, que no lo mande, pero el catequista no tiene por qué ocultar "la verdad" o disfrazarla, o hacerla tragable a los padres homosexuales (o divorciados, o en unión irregular, o anticoncepcionistas, o, o, o, me ahorro toda la lista, pero cabe aquí la vida misma) del catecúmeno.

Pero las cosas no son tan sencillas, y creo que por dos motivos:
-La función de la catequesis, que implica también (es su avanzadilla) la función de la Iglesia
-La diferencia entre el problema moral de robar y los problemas morales aquí tratados

Vamos a lo primero: es difícil resumir la función de la Iglesia sin dejar nada afuera, pero si me tengo que quedar con lo esencial, creo que el evangelio (y la práctica apostólica) apunta en primer lugar al perdón, la acogida del hombre por Dios sin condiciones, restañar heridas, abrir cepos, anunciar a los afligidos el consuelo.
No es que en el Nuevo Testamento no haya una preocupación por "la verdad", pero la preocupación tiene un orden jerárquico: recién cuando la comunidad está formada y ha madurado, aparecen los problemas de "sana doctrina", de "lo que creemos nosotros y lo que creen los otros", y de la ortopraxis. Incluso si ponemos en una serie histórica los evangelios: primero tenemos a Marcos, un anunciador kerigmático de gran profundidad, pero que se preocupa poco por lo que podría ser "la fórmula de la verdad sobre Jesús", creciendo hasta Juan, cuya sutilidad en distinguir la verdad íntima de Jesús no hace falta que yo declare.
Todos ellos predicaron en época apostólica en distintas comunidades, unas más formadas, otras menos, unas judías "hebreas" -con su gusto por las distinciones y el "cumplimiento"-, otras judías "griegas" -con su hábito de inculturación-, otras gentiles -con su completo desconocimiento del esencial trasfondo judío de nuestra fe-, otras mixtas, donde no tardaron en surgir conflictos en torno al cumplimiento y "lo cristiano esencial" (Gálatas es del año 56), y donde "lo esencial" se dirimió siempre a favor de la acogida fraterna, la comunión con Cristo y entre los creyentes, antes que en relación a la recta formulación de la verdad, sea teológica o moral.
En primer lugar siempre primero la acogida, la recepción, y sólo más tarde la profundización en "la verdad". Incluso en casos morales como el que tienen de trasfondo las cartas a los corintios (sobre todo la primera, ver cap 5), el Apóstol interviene realmente cuando "la sangre llega al río"... para llegar a reprender al incestuoso, y a otras inmoralidades matrimoniales y sexuales, primero esperó tanto que "se oye hablar de inmoralidad entre vosotros, y una inmoralidad tal, que no se da ni entre los gentiles"...
A mí me parece evidente que nosotros hemos invertido las prioridades de la fe tal como las retrata el Nuevo Testamento. Y no estoy diciendo que no sean importantes los temas morales, pero son para cristianos maduros. Papa Benedicto lo había retratado muy bien en la entrevista de P. Seewald cuando habló del uso de los preservativos en relación a la prostitución como un primer paso humanizador; lástima que el lobby fariseo -tan fuerte en la Iglesia- le hizo recular y salió Lombardi a decir que el Papa no dijo lo que dijo cuando todos entendimos que dijo lo que no dijo.
Creo que podría expresarlo así: no tenemos una verdad para "dar" sino una verdad para plantar, regar, y hacer crecer. No damos algo hecho, sino una semilla. No otra es la tarea de la catequesis.

"Decirle la verdad sobre la familia" a un hijo de padres homosexuales (o, o, o) posiblemente sólo aleje a sus padres y al hijo. Pero no se trata de marketing, se trata de que además esa verdad no es verdad (por eso aleja y por eso no funciona, porque no es verdadera): nuestra "verdad sobre la familia" empieza en el amor de autodonación, donde hay autodonación auténtica hay amor, y hay paternidad, hay, por tanto, familia. No será todo lo plena que dicen los manuales, pero es familia, y negar eso es mentir.
Fácilmente se arguye (este argumento ya me lo han puesto) que a san Pablo en el Areópago le dijeron "sobre esto te oiremos hablar otro día", y se dieron media vuelta, burlándose: el mundo no quiere escuchar la verdad que tenemos para decir: no nos escucha porque no quiere saber la verdad, no porque seamos pésimos comunicadores, además de transmitir verdades ideológicamente sesgadas. Se omite en este argumento que cuando unos padres homosexuales (o, o, o) mandan a su hijo a catequesis están en una situación distinta que los atenienses del areópago: estos eran paganos, a los que san Pablo buscó ganar con un argumento poético sobre el Dios desconocido, unos no picaron, pero algunos se dejaron conducir un peldaño más, y abrirse a la cuestión de la resurrección; es totalmente distinto al caso de los que envían su hijo a catequesis, confundidos o no, mundanizados o no, están ya dentro de la fe, y lo que no quieren escuchar es porque tal vez (yo estoy seguro de que es así) estamos diciendo las cosas de mal a peor.

Además de todo esto, hay una diferencia radical entre los problemas morales de la familia contemporánea y el robar o matar. Quien roba o mata sabe que eso está mal, es más, lo más probable es que no lo quiera para su hijo, e incluso si lo quiere para él, lo quiere como una "solución provisoria", incluso para sí mismo lo considera provisorio y fruto de las circunstancias. En cambio quien forma un matrimonio homosexual y adopta un chico, o quien seleccione de ocho embriones uno, etc. no siente que eso esté mal. No se trata de que no lo sabe (porque si sólo fuera cuestión de saber, bastaría con decírselo), se trata de que ese "saber" incluso aunque lo tuviera, no lo siente como verdadero: su mente puede ser que lo distinga, pero su corazón no lo percibe. Y la verdad que no pasa por el corazón del hombre es una mera fórmula, no es la verdad. Así que aunque le digamos al chico "la verdad sobre su familia", no le estaremos transmitiendo la verdad, no será recibida como verdad sino como ideología, incluso aunque (lo que además es poco frecuente), nosotros no lo dijéramos ideológicamente. Se decía en la escolástica aristotélica que nada hay en el intelecto que no haya estado antes en los sentidos; yo diría que nada hay en el intelecto que no haya estado antes en el corazón: si invertimos las prioridades, seremos simplemente rechazados, con justicia.

La "verdad sobre el hombre", de la que tanto se llena la boca cierta apologética católica, empieza por reconocer que el hombre es un sujeto moral, no un objeto de moralidad, una máquina de recibir preceptos y cumplirlos, ni un animal que funciona a golpe de "ley natural" (sea lo que sea que se quiera decir con eso). Como sujeto moral que es, la primera verdad antropológica es su propia vida, sea cual sea, sólo sobre esa base es posible el intercambio de signos lo suficientemente humano como para que la vida de uno quede iluminada por la del otro y así todos podamos llegar a superar el estrecho círculo de nuestros condicionamientos, vivencias, criterios, valoraciones parciales y limitadas.
En una comunidad donde no se "sintiera" la diferencia entre lo propio y lo ajeno, habría que ser muy delicado para plantear el precepto de no robar, e incluso podría ser necesario no plantearlo, hasta que la fuerza de la promoción humana obrada por la fe en la vida de esas personas creara el terreno apto para el planteo.

lunes, 7 de octubre de 2013

Relativamente relativo


Transcribo la objeción que trae Hernán a mi último post (dejo constancia de que no expresa lo que Hernán piensa, sino que objeta como "abogado del diablo"):

«[...] ¿Acaso no sabemos los católicos ciertas "verdades sobre la familia" que son universales? Por ejemplo ¿No sabemos que la familia se funda sobre el matrimonio, y que este es -para empezar- la unión de un hombre y una mujer? ¿No sabemos que "así deben ser las cosas" - que es decir "así quiere Dios que sean"?
Esas frases tuyas de "el lugar de verdad de cada existencia humana" y "la verdad de la existencia de cada persona" y " aceptar la verdad de la vida del otro tal como el otro la está viviendo" son, en el mejor de los casos (si no son puro y simple relativismo), consideraciones más o menos válidas pero que no forman parte de la doctrina a enseñar en una catequesis, que tienen relevancia solamente "pastoral" y que no pueden suprimir las verdades católicas antedichas.
Respetar la situación vital de un catecúmeno con padres homosexuales no es en esencia diferente a la de un hijo de un ladrón confeso al cual nos toca explicarle los mandamientos. Claro que hay que tener delicadeza a la hora de enseñarle que eso que su papá hace está mal, pero no hay que dejar de enseñarlo.»

Responder a esta objeción no es tarea de un único post, quizás sea la razón misma de la existencia de este blog, pero me quedo de momento con una sola frase, un paréntesis:
«son, en el mejor de los casos (si no son puro y simple relativismo), consideraciones más o menos válidas pero que no forman parte de la doctrina a enseñar en una catequesis»
Somos todos muy sensibles a lo que los demás convierten en consigna, pero no a lo que cada uno de nosotros convierte en arma de lucha, en verdad empobrecida y slogan. No digo que esto le pase sólo a los demás, a mí también me pasará en cosas en las que no me doy cuenta, pero me resulta claro que en muchos círculos católicos, los más "doctrinarios", esto del "relativismo", lanzado primero por Juan Pablo II y retomado por Benedicto XVI terminó siendo un slogan, una verdad que ya no significa nada, a fuerza de querer resolver todo con ella. ¿Alguien afirma, por ejemplo, que la doctrina hay que reformularla para abarcar nuevas realidades? ¡relativismo! ¿Alguien afirma que el error absoluto no existe y que en todo hay algo de verdad? ¡relativismo!
El relativismo es el gran enemigo de la búsqueda de la verdad, porque renuncia de antemano a buscar, pero no toda relatividad es relativismo.

-Hay un primer nivel de relatividad que si resulta ser relativismo, apaguemos la luz y salgamos... la vida entera se nos da "relativamente". El hecho mismo de que hablemos de "buscar" la Verdad, de "ir tras ella" y metáforas semejantes nos muestra que hay un primer nivel relativo de acceso a la verdad. Ni los filósofos, teólogos, papas, etc. se refieren a eso cuando hablan de relativismo. Es la relatividad de nuestra propia existencia la que impide ver la verdad absoluta incluso aunque estuviéramos ante ella. Todo se recibe "al modo del que lo recibe" -es un dogma de sana metafísica-, así que si el hombre que recibe la Verdad es relativo, la recibirá "relativamente", nunca como Verdad, sino como verdad.

-Hay un segundo nivel de relatividad que tiene que ver con la pobreza de nuestras formulaciones: incluso en aquello que estamos seguros -como de los dogmas de fe- la formulación lingüística está llena de trampas y vericuetos que deben ser aclarados, reformulados, vaciados y vueltos a llenar para que "digan" la verdad. En otras épocas hemos hecho la guerra por si "El Espíritu Santo procede del Padre a través del Hijo", o "procede del Padre y del Hijo [Filioque]", mientras que en la actualidad ese aspecto se resuelve como diferencias de enunciado en la unidad de verdad. Luego de 5 siglos y no pocos escollos se alcanzó en 1999 la "Declaración conjunta sobre la Doctrina de la Justificación entre la Iglesia católica y la Federación Luterana Mundial", donde hemos limado ciertas asperezas (no todas), de modo que en lo fundamental de la justificación podemos estar ciertos que luteranos y católicos decimos lo mismo en distintas formulaciones.

-Entiendo que hay un tercer nivel de relatividad más difícil de explicar, pero que tiene que ver con los compromisos personales de aquellos que enuncian la verdad: hay verdades que son ciertas cuando se enuncian en general, otras lo son sólo en la relación interpersonal, y otras lo son sólo en la confesión personal.
Si yo le digo a otro "tú eres pecador", eso no es casi nunca cierto. La verdad "tú eres pecador" sólo puede ser verdadera a condición de que yo esté habilitado a realizar ese juicio... sólo Dios y aquellos a quienes él invista como profetas pueden realizarlo con verdad, nadie más. En cambio la verdad "yo soy pecador" es casi siempre cierta. Es una verdad de primera persona, sólo es cierta cuando se dice en primera persona -del singular o del plural-, en el horizonte de una confesión de la verdad de mí mismo (o de nosotros mismos).
Hay verdades de segunda persona, por ejemplo "tú eres santo", cualquiera que lo dijera (o lo pensara) de sí mismo, estaría por ello mismo fuera de la santidad. Sin embargo la santidad, en tanto es transparencia de la absolutez de Dios en la vida relativa de los hombres, sí puede ser vista y contemplada por los demás. Por ello es una verdad de segunda persona, ni de primera, ni de tercera.
Hay finalmente verdades generales, de tercera persona, son verdades "objetivas", porque se refieren a objetos, o a personas objetivadas, para las cuales pueden valer algunas determinaciones de los objetos, por ejemplo: todo hombre es mortal.
Lamentablemente solemos quedarnos con esta clase de verdades, que son las que podemos intercambiar en el foro público. Aunque a veces avanzamos más, y convertimos las otras, más delicadas, en verdades de tercera persona.

Nada de todo eso tiene que ver con el relativismo. Relatividad y relativismo son opuestos. Relatividad indica relación, límite, caducidad, incluso moralmente puede ser signo de humildad (siempre que no se transforme en un enunciado de primera persona ("yo soy humilde"). En cambio el relativismo es la verdad sofística que tanto denunciara Platón: la verdad como poder, y por tanto simplemente como derecho del más fuerte, tiene qie ver con poseer la verdad, no con buscarla. La diferencia entre un totalitario y un relativista es sólo de enunciación, no de sustancia: el dogmático afirma que él posee la verdad, y cree que es única, el relativista afirma que él posee toda la verdad que desea o necesita poseer, aunque los demás tienen la propia. No es un problema de cantidad de verdad sino de ausencia de movimiento, y de falta de respeto hacia los sujetos de la verdad, que son siempre personas.

* * *

El "punto de partida" determinó desde siempre el problema de la búsqueda de la verdad, ¿desde dónde comenzar la búsqueda? Descartes, por ejemplo, comenzó en el Yo (el "cogito"), y gran parte, sino toda, nuestra civilización occidental, en lo que queda de la modernidad, se ha construido sobre eso. Pero eso hizo agua (imposible desarrollar en un post el acabamiento de la modernidad, la necesidad de ese acabamiento, y la enorme oportunidad que representa para todos aquellos que desean la verdad).

Me hacen reír los doctrinalistas que toman en solfa la postmodernidad, como si fueran "cosas de relativistas": creen defender la fe ¡poniéndose de parte de la subjetividad moderna! y eso nada más que por no abandonar sus falsas certezas, su sensación de tranquilidad y el dominio de sus certezas... ¡todo poder! ¡toda falsa fe!

La verdad de nuestra época es que no tenemos un nuevo punto de partida; cualquier punto de partida de los ya experimentados sería una imposición intolerable. ¿Qué haremos aquellos que nos toca vivir y sentir nuestra época, padecerla y construirla, y no estamos dispuestos a huir hacia ningún lado?

Creo yo que el punto de partida provisorio tiene que ser siempre la verdad de la vida del otro como enigma, intocable, quebradizo. Los ejemplos los di en el post anterior, pero volviendo a Sarah: quizás a Dios "no le guste" que "un varoncito" que él creó, resulte finalmente "una niña", porque "se sentía" "interiormente" "mujer".... ¿pero en nombre de qué me puedo yo arrogar saber lo que a Dios le gusta o no le gusta de Sarah? ¿lo que le admite o no le admite, lo que le tolera, lo que espera de ella?
El enunciado general de la identidad sexual de cada persona (hay personas humanas que son mujeres y hay personas humanas que son varones) es eso mismo, un enunciado general, una verdad de tercera persona, y no puede pretenderse partir de allí para comprender y resolver el enigma de primera persona que es la identidad sexual de cada uno, apoyado solo en su existencia y su conciencia de sí, su autopercepción.

Ya sé que tras esto vienen los famosos "lobbys", que quieren transformar la autoconciencia de primera persona en "ideología de género", y "tú, Abel, a lo mejor quieres comprender con buena voluntad al otro, y con las mejores intenciones, pero dices cosas que pueden ser manipuladas..."

¡Todo puede ser manipulado! La ideología de género y la doctrina del doctrinalista son dos intentos de apoderarse de la verdad de las existencias particulares, del pobre punto de partida provisorio que tenemos para encontrarnos con los otros y testimoniar la verdad de nuestra propia existencia, que, si realmente somos creyentes (aunque sea como menos que grano de mostaza) apunta a Cristo, y da su luz, no la nuestra, ni la de nuestras palabras, por muy solemnes que parezcan.

La verdad de los otros

Justo iba a escribir sobre una cuestión que incluye los benditos "malentendidos" de los que habla Hernán esta semana, y que recomiendo. Es natural: el círculo de problemas en que cada uno se mueve tiene mucho que ver con lo que está sucediendo en la Iglesia.
Yo me había quedado pensando en la frase del papa volviendo de Río:
«Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para criticarlo? El catecismo de la Iglesia católica lo explica de forma muy bella esto. Dice que no se deben marginar a estas personas por eso. Hay que integrarlas en la sociedad. El problema no es tener esta tendencia.»
Y se me juntó con la reflexión de un blog norteamericano que trajo también Hernán hace un par de semanas: en la Iglesia no hay lugar para Sarah. Una transexual que quisiera creer y practicar su fe católica, ¿qué podría hacer? Una pareja de homosexuales que hubiera adoptado un hijo, ¿lo podría mandar al catecismo? no digo legalmente, sino humanamente, ¿lo podría enviar sin riesgo de que le quieran "cambiar la cabeza" al chico?
Precisamente pasó algo así esta semana: estábamos en reunión de catequistas hablando del tema de la semana, que tenía que ver indirectamente con la familia, ya que estamos entrando a "La Iglesia, familia de Dios", y una catequista de mucha rectitud, comentó que en su grupo había un chico "con dos papás". Yo le repregunté por ver si había entendido bien: ¿papá 1 y papá 2 simultáneamente, o hijo de padres separados con nueva unión, y por tanto con un papá y un "nuevo papá"? finalmente no me quedó del todo claro, porque a esta catequista todo le parece un mismo moderno horror, así que no me llegó a dejar en claro de lo que hablaba.
Lo que me llamó la atención y me hizo acordar al caso de Sarah del blog norteamericano es que la catequista dijo que ella "le dijo la verdad  al chico", porque nosotros "no tenemos que andar siendo cómplices de la mentira". Dio por hecho que yo sabía a qué verdad y qué mentira se refería ella, y los demás estaban un poco distraídos cuando se armó ese subdiáologo en la charla general.
Pero yo no sé a qué verdad se refería, porque no me imagino teniendo que decirle a ese chico ninguna verdad sobre su familia, que no salga de su propia familia, y en los límites en que su familia quiera explicarse. Es decir, yo puedo tener toda la metafísica de la familia que me parezca acorde con el relato de Adán y Eva y la teología del cuerpo de Juan Pablo II, pero ante un chico que tiene progenitor A y progenitor B, simultáneos o sucesivos, y esos son su familia, la que lo identifica, si yo le voy con "la verdad" sobre su familia, soy un mentiroso, aunque me saque un 10 por tener tan clara la doctrina. La verdad de su familia es su familia, no ninguna otra doctrinaria, ideal, catequística, etc.
Opino que aceptar la verdad de la vida del otro tal como el otro la está viviendo, es el primer paso para abrir espacio a la verdad, que es en definitiva el espacio de la Iglesia. ¿Significa eso que todo da lo mismo? No me parece, o yo no lo sé, no puedo responder a eso. De lo que sí estoy seguro, es que la verdad de Sarah la transexual es la de su identidad reconstruida a partir de su operación, la verdad del chico con progenitores A y B es la de dos papás que lo aman (si es que era ese el caso), la verdad de los esposos en segundas nupcias es la de unas vida recontruidas como se pudo, la verdad de la pareja de homosexuales que tratan de vivir honesta y fielmente es la de un amor de mutua donación, etc etc etc.
Creo yo que sólo sobre la base de aceptar el lugar de verdad de cada existencia humana es posible luego pensar, proponer, e incluso depurar el ideal.
Luego vendrán las famosas "soluciones pastorales" a los distintos problemas: ¿se puede casar por Iglesia Sarah? ¿se puede bautizar el hijo de progenitor A y progenitor B? ¿pueden comulgar Ana y su segundo marido, o Antonio y Rubén? Las "soluciones pastorales" son en definitiva disciplinares, y siempre entrañarán un achicamiento de la perspectiva, sean soluciones "permisivas" o "restrictivas". No se pueden pensar los problemas desde allí, ni tampoco desde el ideal, al cual ninguno alcanza (¡ninguno... tampoco el Hijo Mayor!).
Los problemas, me parece, se deben comenzar a pensar -en el sentido evangélico del término- en la verdad de la existencia de cada persona, en el respeto a lo poco o mucho que esa persona haya podido hacer para poder apechugar con esta existencia en la que fue arrojado para un desafío del que tiene apenas unos pocos años para dar con su clave eterna. Poder apechugar, poder ponerle el cuerpo a esta existencia... ¡no es poco desafío! si no partimos de allí, pienso que no estamos tomando en serio a nadie, ni tampoco a nuestra fe.