martes, 23 de diciembre de 2014

Pecado y pecador


«No odiar a los hombres por los vicios y no amar a los vicios por los hombres» (Ps 138,28), así define san Agustín lo que él llama el "odio perfecto", que nunca puede dirigirse a una persona, sino sólo a sus pecados. La sentencia se ha hecho famosa, e incluso el propio san Agustín la dice de diversas maneras: «odiar el pecado, amar al pecador» es el modo como suele citarse.
Me da la impresión de que después de 300 años de cristianismo, los creyentes habían desarrollado en época de Agustín el mismo vicio con el que continuamos: creer que eran superiores a los demás, al mundo, a los pecadores, al paganismo circundante, en algo. San Agustín, dirigiéndose a esa catolicidad ensoberbecida, pagada de sí misma y olvidada del don, no se pone en la acera de enfrente, pero predica una y otra vez lo mismo: la gracia. Por pura gracia estamos salvados; mío: nada; de Cristo: todo. ¿Quién soy yo para juzgar a quién?
Me encanta, por ejemplo, este pasaje:
«En fin, el mismo Señor intercedió ante los hombres para que no fuese apedreada la adúltera: de ese modo nos recomendó el oficio de intercesores. La diferencia está en que El hizo con el terror lo que nosotros hacemos con una petición. Es que El era el Señor, y nosotros somos los siervos. De todos modos, El sembró el terror para que todos debamos temer. Porque ¿quién de nosotros está sin pecado? Cuando dijo a los que le traían a la pecadora para que la castigase que quien fuese consciente de estar sin pecado arrojase primero la piedra contra ella, se rindió la crueldad por el temor de la conciencia; se desvaneció toda aquella reunión y dejaron sola a la mísera con la Misericordia. Ríndase la piedad cristiana a esta sentencia, a la que se rindió la impiedad de los judíos; ríndase a ella la humildad de los seguidores, pues se rindió la soberbia de los perseguidores; ríndase la confesión de los fieles, pues se rindió el disimulo del tentador. Perdona a los malos, hombre bueno. Sé tanto más benigno cuanto eres mejor. Hazte tanto más humilde cuanto más te encumbras por el poder.» (Carta 153,11)
Y como éste tiene el santo de Hipona muchísimos otros pasajes. Por todas partes aflora en su obra enseñar al creyente a desear para el otro la misma misericordia que obtuvimos nosotros mismos y por lo cual somos creyentes, y a interceder ante Dios para que esa misericordia llegue al hermano cuanto antes mejor.

Andando el tiempo, la sentencia de san Agustín se invirtió: el santo enseñaba el odio al pecado y el amor al pecador, para insistir con el amor al pecador, para enseñar cómo amar en medio de la inevitabilidad del odio, nosotros la enseñamos para insistir en el odio al pecado: enseñamos a odiar a pesar del mandato del amor. Veamos con qué matiz distinto aparece esta misma sentencia en el catecismo de la Iglesia Católica. Viene hablando de la convivencia en la sociedad, del deber del cristiano de mirar al otro como prójimo, y dice:
«Este mismo deber se extiende a los que piensan y actúan diversamente de nosotros. La enseñanza de Cristo exige incluso el perdón de las ofensas. Extiende el mandamiento del amor que es el de la nueva ley a todos los enemigos (cf Mt 5, 43-44). La liberación en el espíritu del Evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en cuanto enemigo.» (nº 1933)
Me llamó la atención la fórmula, que no calza bien en el contexto -no está hablando del pecado sino del pecador- y que además manifiesta la intención contraria a la de la fórmula agustiniana: cómo encontrar el subterfugio para seguir odiando, a pesar del evangelio. Y no se crea que esta inversión es un defecto de la traducción al español, habitualmente tan descuidada y pobre; no: está así en la formulación latina: hablando del pecador y cómo debemos amarlo, cierra el pensamiento enseñándonos qué cosa debemos seguir odiando y cómo hacerlo sin violar el evangelio... Esa sentencia no tiene allí contexto, no se está hablando de ello, si se quería hacer el distingo entre pecador y pecado, entonces debía hacerse en un párrafo aparte.

Y vemos que en general los católicos encontramos en la sentencia agustiniana el parapeto ideal para seguir ejercitándonos en el odio: no odiamos pecadores sino pecados, así mantenemos el "tuning", nos mantenemos en forma, sin violar el evangelio, que por suerte sólo nos prohíbe un odio, no todos... con san Agustín en la mano, hemos conseguido enmendarle la plana al santo, y hacer que en vez de predicarnos para que aprendiéramos a amar, nos ayudara a poder seguir odiando.

Porque el odio no es cosa sólo del objeto. Ya sé yo que no se puede amar la idolatría, la perversión, el crimen, el pecado. Todo eso es odioso, y es natural que el hombre que pretende pertenecer al círculo de la bondad divina lo odie: Dios mismo no ama todo aquello, que es no ser, vacío y oscuridad. Pero el odio es también cosa de quien odia, y mientras odiamos, aunque odiemos con justicia, y cumplamos en ello con el evangelio, estamos alimentando un espíritu de mal dentro nuestro. Es inevitable que odiemos, pero de ninguna manera tenemos que tratar de odiar, aunque nuestro odio sea justo; y mucho menos aprender qué cosas podemos continuar odiando, a pesar del evangelio. El odio, como auténtico mal espíritu, se reviste de ángel de luz, y nos tienta, no mostrándonos cosas prohibidas, sino cómo podemos perpetuar el propio odio en el mundo haciendo cosas permitidas, sin violar ningún precepto evangélico.

El mayor problema es que el consejo agustiniano nos viene muy bien, resuelve problemas concretos: sea una madre que tiene un hijo delincuente, ¿cómo continuar amando a ese hijo, sin ponerse del lado del delito? ama al pecador sin amar su pecado. Sea un mundo sumido en el mal obrar, ¿cómo continuar viviendo en él y amándolo lo suficiente como para desearle lo bueno? ama a cada uno de los pecadores que hay en él, sin amar su pecado. El consejo de Agustín no sólo es bueno, es que es necesario.

Pero en esos dos ejemplos se ve con claridad que cuando se ama al pecador sin amar su pecado una nota distingue al que ama: sufre por quien ama. La madre, por amar a su hijo y odiar el pecado de su hijo sufre, atrae sobre sí el dolor del pecado del hijo, y al hacerlo, de algún modo misterioso lo redime. Lo mismo puede decirse del pecado en el mundo: el mártir sufre por el mundo que lo está matando, y redime al mundo en la medida de su amor por el mundo (fruto misterioso de ese amor es la frecuente conversión de los perseguidores).
Lo que a mí me da la impresión (y esto sabrá cada uno, no puedo saberlo yo, es sólo una impresión) es que cuando en la vida corriente invocamos en la Iglesia el consejo agustiniano, no sufrimos por el pecador al que decimos amar; usamos la frase de san Agustín sólo como subterfugio. Vemos que, por ejemplo, en las páginas católicas se odia los pecados de esta época que nos tocó vivir, pero junto con ellos se odia también a los pecadores de esta época... ¿y cómo lo notamos? en que aunque nos reciten la frase agustiniana, no sufren con ellos ni por ellos (las páginas católicas son semejantes a las parroquias, pero más visibles, y en esa misma medida, más dañinas).

¿Pero debemos entonces integrar toda la lacra moderna en nuestra vida cristiana para mostrar que no odiamos a los pecadores? No, quizás el remedio sea simplemente dejar de ponernos en el lugar de Dios. Sea una familia, de la que somos el hermano "bueno", y sabemos que inevitablemente las obras del hermano "malo" llegarán a oídos del padre de la casa, ¿trataremos de que efectivamente lleguen? ¿trataremos de juzgar todo el tiempo a nuestro hermano, y proclamaremos en voz alta sus acciones cada día, para que sea claro quién es el malvado y cuán malvado es? ¿o si amamos realmente a nuestro hermano (aunque no a su maldad) trataremos de poner un "colchón" a sus acciones, para que el padre sufra lo menos posible, pero también el hijo malo permanezca en el círculo del amor del padre?
Cuando el episodio del becerro en Éxodo 32, Dios quiso destruir al pueblo pecador y contumaz, y ofreció a Moisés crearle un nuevo pueblo. Sin embargo Moisés (que estaba tan harto de los israelitas como el propio Dios) extremó los argumentos para obligar a Dios a reconsiderar su decisión:
«Entonces habló Yahveh a Moisés, y dijo: "¡Anda, baja! Porque tu pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto, ha pecado. Bien pronto se han apartado el camino que yo les había prescrito. Se han hecho un becerro fundido y se han postrado ante él; le han ofrecido sacrificios y han dicho: 'Este es tu Dios, Israel, el que te ha sacado de la tierra de Egipto.'"
Y dijo Yahveh a Moisés: "Ya veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Déjame ahora que se encienda mi ira contra ellos y los devore; de ti, en cambio, haré un gran pueblo."
Pero Moisés trató de aplacar a Yahveh su Dios, diciendo: "¿Por qué, oh Yahveh, ha de encenderse tu ira contra tu pueblo, el que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y mano fuerte? ¿Van a poder decir los egipcios: Por malicia los ha sacado, para matarlos en las montañas y exterminarlos de la faz de la tierra? Abandona el ardor de tu cólera y renuncia a lanzar el mal contra tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel, siervos tuyos, a los cuales juraste por ti mismo: Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; toda esta tierra que os tengo prometida, la daré a vuestros descendientes, y ellos la poseerán como herencia para siempre."
Y Yahveh renunció a lanzar el mal con que había amenazado a su pueblo.» (Ex 32,7-14, hay otras intercesiones similares en Números y Deutreronomio)

Dios no necesita una Iglesia de gente que se adelanta a los sentimientos divinos y pretende obrar como Dios, juzgar como Dios, y condenar con la legitimidad de Dios. Primero que nada porque no somos Dios, y no lo sabemos hacer, y en segundo lugar porque para eso está Dios. Si creó una Iglesia es para continuar su obra redentora: si necesitaba enviarse como Hijo para poder rescatar, si no podía rescatarnos del pecado como Padre, sino sólo como Hijo, tal vez es porque en el misterio del pecado los hermanos que ahora somos cumplimos una función única e irremplazable, ¡que no estamos cumpliendo! No reemplazar al Padre sino ser ese hermano que apacigua la justa cólera del Padre. Como el mismo Agustín lo decía en la cita inicial: «nos recomendó el oficio de intercesores».

En cambio de eso hay ejércitos de cristianos defendiendo la pureza de los derechos divinos, no les importa si los hermanos por los que deben interceder se quedan sin sacramentos, se quedan en las tinieblas del mundo, desesperan o se escandalizan de no ser recibidos ni escuchados. Nosotros estamos dedicados a odiar el pecado, en vez de a lo que toca: amar al pecador e interceder por él.

De cada hombre que desespera de poder alcanzar la gracia a causa de nuestros estúpidos distingos teológicos se nos pedirá cuenta.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Presunción o desesperación

Estaba leyendo en el blog Todo Era Bueno (TEB), como hago habitualmente, y un comentario de un lector me disparó una reflexión. El comentario decía:
«Yo un problema muy gordo que le veo al cristianismo que yo conozco es la cantidad de cristianos que creen que no necesitan sacramentos, sobre todo confesión. Porque, en lugar de considerarnos pecadores y sufridores de las consecuencias del pecado original y necesitar, por tanto, perdón de los pecados y reconciliación con Dios, pues consideramos que nuestro mal es fruto de las circunstancias sociales al más puro estilo del materialismo histórico. Como decía el bueno de Marx: "No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia." Y por eso vemos obispos diciendo que lo mejor es que los divorciados adúlteros comulguen y otros desastres. Y claro, si no necesitamos conversión sino subsidios, pues... el cristianismo no vale para mucho, la verdad.» (user: quebellassontustiendas)

A decir verdad, mi reflexión se disparó muy pronto de ese comentario, y no digamos del tema principal del post... sin embargo se me unió al diálogo el P. Javier Vicens, con quien frecuentemente tenemos intercambios allí mismo, a partir de puntos de vista bastante disímiles.
El tema se fue profundizando y ramificando, y me resultaba vergonzoso ya utilizarle el blog a TEB para responder, así que traigo aquí toda la conversación, agrego un paso más, y si quiere D. Javier (o quien lo desee), podemos continuar.

Abel:
Ese que dijo que "los publicanos y prostitutas os precederán en el Reino", sin aclarar si tenían que dejar de serlo para preceder, seguramente era un populista, qué fácil es prometer utopías para ganarse al pueblito: "liberación a los cautivos...", "Yo os aliviaré..." ¡demagogo! 
Afortunadamente al Demagogo populista lo crucificaron, si no, no sé a dónde hubiéramos llegado... tras lo cual la paciente obra del Gran Inquisidor (en distintas versiones, pero idéntica pasión por la Verdad), año tras años ha conseguido poner un poco de orden en tanto revuelto que casi amenazaba con acabar con nuestra religión.
Lo importante ahora sería completar la obra, sacar del medio a toda la antiiglesia, a todos los pecadores que no consiguen dejar de serlo, a todos los manchados cuya mancha no se puede tapar ni dejar a cero; que se vayan, así no habrá salvación ni alegría de redimidos, ni segundas oportunidades, pero al menos sabremos quién es quién.

Javier:
Si Nuestro Señor, tan amable siempre, le dijo a la amable adultera que no pecase mas, me extrañaría que hubiera propuesto a las prostitutas como ejemplo a seguir sin hacer mención de su arrepentimiento. Herodes escuchaba con gusto a Juan -el bautizador- pero no se arrepentía de estar con la amable mujer de su hermano. Si Herodes se hubiera arrepentido, Jesus -Nuestro Señor- nos habría dicho: "hasta el mismo Herodes os precederá en en el Reino". 
Y perdonen las faltas de acentuación. Es que mi tablet -como los teólogos modernos- pone los acentos no según las reglas de acentuación sino siguiendo los impulsos de su noble corazón o, por decirlo al modo antiguo, a su albur.

Abel:
Lo interesante del relato de la adúltera es que muestra que Jesús daba con mucha facilidad y liberalidad cheques en blanco: "en adelante no peques más"... y nosotros convertimos esa afirmación en su contraria: "Jesús la perdonó A CONDICIÓN de que no pecara más". En realidad nadie sabe si la adúltera siguió pecando o no; ni siquiera es exactamente una condición, bien puede ser un consejo, o un deseo; y a la vista de nuestra naturaleza humana, podemos casi asegurar el resultado. 
Pero mientras tanto salió de la arena feliz con su cheque en blanco, y nadie le pudo quitar ese perdón ya dado de antemano, sin condiciones, sin racionalizaciones, y sin proporciones. 
Jesús predicó y enseñó cosas muy contrastantes, sobre la puerta angosta, pero también con la mano ancha, y cuando dijo el apotegma del camello por el ojo de la aguja y los discípulos sacaron la consecuencia lógica: "entonces ningún rico se puede salvar", les salió por la tangente: "no hay nada imposible para Dios". 
La verdad es que no termino de entender de dónde sacamos y justificamos este agobiante racionalismo que convierte una fe auténticamente liberadora en una religión como todas las demás, "y si no te gusta, vete". 
Luego al propio TEB le contraría un tanto que el Papa aparezca mencionado entre "los demás líderes religiosos"

Javier:
Más que dar cheques en blanco, tal como lo veo yo, Jesus pedía y pide cheques en blanco. Nunca -que yo sepa- dijo: "poned lo que queráis y yo lo firmo y os lo pago" Esa era la actitud de Herodes cuando había bebido más de la cuenta y se emocionaba con el baile de Salomé: "pídeme lo que quieras, la mitad de mi reino o la cabeza del bautizador, tan amable". Nuestro Señor no es Herodes. Lo que vino a decir y dice es, mas bien, "Firmadme un cheque en blanco y dejad que yo ponga la cantidad que me debéis. Todos me debéis mas de lo que podeis pagar pero no os preocupéis. Cualquier deuda reconocida será perdonada porque no he venido al mundo para cobrar deudas sino para perdonar deudas reconocidas".
El "yo confieso" es un cheque en blanco que firmamos en cada Misa confiando en Nuestro Señor Jesucristo que no pondrá ni mas ni menos de lo que le debemos. Una sola gota de su sangre puede librar al mundo entero de todos sus crímenes. Pero el mundo debe firmar algo así como un cheque en blanco o algo así como un reconocimiento de sus crímenes.

Abel:
Ya que estamos en el "tal como lo veo yo", te diría que estoy completamente de acuerdo con lo que dices excepto en un punto: puedo firmar el cheque en blanco, porque Él me lo firmó primero. 
Tú pones el acento en lo que el mundo (la comunidad, el individuo) DEBE hacer primero; lo que yo pienso es que lo bueno y saludable, lo mejor para el mundo y para cada hombre es llegar en algún momento, en esta vida o en la otra (que para algo creemos en el purgatorio) a reconocer los crímenes. Pero eso, que es lo bueno, lo saludable y la salvación, aunque quizás DEBERÍA reconocerlo primero, no PUEDE reconocerlo primero (yo no puedo, y por solidaridad de naturaleza, me atrevo a pensar que tú tampoco); así que se nos da un cheque en blanco, un perdón gratuito de manera absoluta, no relativa, sino absoluta, y gracias a ese perdón, y en la medida en que vamos penetrando en él, que vamos interiorizando ese perdón, que se van curando las heridas de nuestro corazón, nos vamos haciendo capaces (no nosotros a nosotros mismos, sino que ese perdón nos hace capaces) de salir de nuestro pecado. 
Eso tarda en unos lo que una confesión, en otros toda una vida, y otros necesitan un vida terrena + un plus de purgatorio... 
Por racionalizar esto y tomar el efecto como causa, es que convertimos nuestra fe en una máquina de desesperar pecadores: tú no vengas, tú no te acerques, tú no estás limpio, tú no crees lo suficientemente bien, tú no comprendes, tú no ves, tú no sabes, tú no vives, tú no alcanzas la contrición necesaria, tú no pones los medios para dejar de pecar... 
Pero en fin, es "como lo veo yo", así que no hace falta que me hagas más caso que el justito.

Javier:
Conste que sus puntos de vista me interesan muchísimo y que disfruto de lo lindo -y aprendo- leyendo su blog. No discuto la verdad -misteriosa- del perdón de Dios que precede a nuestro arrepentimiento: perdónalos, no saben lo que hacen. Y si, en efecto, nuestro arrepentimiento no es condición para su perdón, si (acento) que lo es para que su perdón nos salve: Dios que te creo (no sale el acento) sin ti, no te salvara (acento) sin ti. Tenemos ante los ojos a Uno que da su Vida por nosotros. Tenemos una vida para reconocer ese Amor. Se nos dice que no desesperemos y que -pase lo que pase- confiemos en ese Amor que siempre perdona. Pero también se nos dice: no tentaras (acento) al Señor. Y se nos advierte así tanto contra la desesperación como contra la presunción. Cierto que la Ley sin gracia es una carga que ni nuestros padres pudieron llevar ni podemos llevar nosotros. Pero no en vano el anuncio del Evangelio va unido a la llamada a la conversión. Podemos convertir nuestra fe en una maquina de desesperar o en una máquina de fabricar presunción. De todo se ha dado en la historia del cristianismo. Gracias por su atención.

Hasta aquí lo ya habido, en comentarios agregaré mi respuesta a esto último, y queda abierto para continuar.