martes, 23 de diciembre de 2014

Pecado y pecador


«No odiar a los hombres por los vicios y no amar a los vicios por los hombres» (Ps 138,28), así define san Agustín lo que él llama el "odio perfecto", que nunca puede dirigirse a una persona, sino sólo a sus pecados. La sentencia se ha hecho famosa, e incluso el propio san Agustín la dice de diversas maneras: «odiar el pecado, amar al pecador» es el modo como suele citarse.
Me da la impresión de que después de 300 años de cristianismo, los creyentes habían desarrollado en época de Agustín el mismo vicio con el que continuamos: creer que eran superiores a los demás, al mundo, a los pecadores, al paganismo circundante, en algo. San Agustín, dirigiéndose a esa catolicidad ensoberbecida, pagada de sí misma y olvidada del don, no se pone en la acera de enfrente, pero predica una y otra vez lo mismo: la gracia. Por pura gracia estamos salvados; mío: nada; de Cristo: todo. ¿Quién soy yo para juzgar a quién?
Me encanta, por ejemplo, este pasaje:
«En fin, el mismo Señor intercedió ante los hombres para que no fuese apedreada la adúltera: de ese modo nos recomendó el oficio de intercesores. La diferencia está en que El hizo con el terror lo que nosotros hacemos con una petición. Es que El era el Señor, y nosotros somos los siervos. De todos modos, El sembró el terror para que todos debamos temer. Porque ¿quién de nosotros está sin pecado? Cuando dijo a los que le traían a la pecadora para que la castigase que quien fuese consciente de estar sin pecado arrojase primero la piedra contra ella, se rindió la crueldad por el temor de la conciencia; se desvaneció toda aquella reunión y dejaron sola a la mísera con la Misericordia. Ríndase la piedad cristiana a esta sentencia, a la que se rindió la impiedad de los judíos; ríndase a ella la humildad de los seguidores, pues se rindió la soberbia de los perseguidores; ríndase la confesión de los fieles, pues se rindió el disimulo del tentador. Perdona a los malos, hombre bueno. Sé tanto más benigno cuanto eres mejor. Hazte tanto más humilde cuanto más te encumbras por el poder.» (Carta 153,11)
Y como éste tiene el santo de Hipona muchísimos otros pasajes. Por todas partes aflora en su obra enseñar al creyente a desear para el otro la misma misericordia que obtuvimos nosotros mismos y por lo cual somos creyentes, y a interceder ante Dios para que esa misericordia llegue al hermano cuanto antes mejor.

Andando el tiempo, la sentencia de san Agustín se invirtió: el santo enseñaba el odio al pecado y el amor al pecador, para insistir con el amor al pecador, para enseñar cómo amar en medio de la inevitabilidad del odio, nosotros la enseñamos para insistir en el odio al pecado: enseñamos a odiar a pesar del mandato del amor. Veamos con qué matiz distinto aparece esta misma sentencia en el catecismo de la Iglesia Católica. Viene hablando de la convivencia en la sociedad, del deber del cristiano de mirar al otro como prójimo, y dice:
«Este mismo deber se extiende a los que piensan y actúan diversamente de nosotros. La enseñanza de Cristo exige incluso el perdón de las ofensas. Extiende el mandamiento del amor que es el de la nueva ley a todos los enemigos (cf Mt 5, 43-44). La liberación en el espíritu del Evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en cuanto enemigo.» (nº 1933)
Me llamó la atención la fórmula, que no calza bien en el contexto -no está hablando del pecado sino del pecador- y que además manifiesta la intención contraria a la de la fórmula agustiniana: cómo encontrar el subterfugio para seguir odiando, a pesar del evangelio. Y no se crea que esta inversión es un defecto de la traducción al español, habitualmente tan descuidada y pobre; no: está así en la formulación latina: hablando del pecador y cómo debemos amarlo, cierra el pensamiento enseñándonos qué cosa debemos seguir odiando y cómo hacerlo sin violar el evangelio... Esa sentencia no tiene allí contexto, no se está hablando de ello, si se quería hacer el distingo entre pecador y pecado, entonces debía hacerse en un párrafo aparte.

Y vemos que en general los católicos encontramos en la sentencia agustiniana el parapeto ideal para seguir ejercitándonos en el odio: no odiamos pecadores sino pecados, así mantenemos el "tuning", nos mantenemos en forma, sin violar el evangelio, que por suerte sólo nos prohíbe un odio, no todos... con san Agustín en la mano, hemos conseguido enmendarle la plana al santo, y hacer que en vez de predicarnos para que aprendiéramos a amar, nos ayudara a poder seguir odiando.

Porque el odio no es cosa sólo del objeto. Ya sé yo que no se puede amar la idolatría, la perversión, el crimen, el pecado. Todo eso es odioso, y es natural que el hombre que pretende pertenecer al círculo de la bondad divina lo odie: Dios mismo no ama todo aquello, que es no ser, vacío y oscuridad. Pero el odio es también cosa de quien odia, y mientras odiamos, aunque odiemos con justicia, y cumplamos en ello con el evangelio, estamos alimentando un espíritu de mal dentro nuestro. Es inevitable que odiemos, pero de ninguna manera tenemos que tratar de odiar, aunque nuestro odio sea justo; y mucho menos aprender qué cosas podemos continuar odiando, a pesar del evangelio. El odio, como auténtico mal espíritu, se reviste de ángel de luz, y nos tienta, no mostrándonos cosas prohibidas, sino cómo podemos perpetuar el propio odio en el mundo haciendo cosas permitidas, sin violar ningún precepto evangélico.

El mayor problema es que el consejo agustiniano nos viene muy bien, resuelve problemas concretos: sea una madre que tiene un hijo delincuente, ¿cómo continuar amando a ese hijo, sin ponerse del lado del delito? ama al pecador sin amar su pecado. Sea un mundo sumido en el mal obrar, ¿cómo continuar viviendo en él y amándolo lo suficiente como para desearle lo bueno? ama a cada uno de los pecadores que hay en él, sin amar su pecado. El consejo de Agustín no sólo es bueno, es que es necesario.

Pero en esos dos ejemplos se ve con claridad que cuando se ama al pecador sin amar su pecado una nota distingue al que ama: sufre por quien ama. La madre, por amar a su hijo y odiar el pecado de su hijo sufre, atrae sobre sí el dolor del pecado del hijo, y al hacerlo, de algún modo misterioso lo redime. Lo mismo puede decirse del pecado en el mundo: el mártir sufre por el mundo que lo está matando, y redime al mundo en la medida de su amor por el mundo (fruto misterioso de ese amor es la frecuente conversión de los perseguidores).
Lo que a mí me da la impresión (y esto sabrá cada uno, no puedo saberlo yo, es sólo una impresión) es que cuando en la vida corriente invocamos en la Iglesia el consejo agustiniano, no sufrimos por el pecador al que decimos amar; usamos la frase de san Agustín sólo como subterfugio. Vemos que, por ejemplo, en las páginas católicas se odia los pecados de esta época que nos tocó vivir, pero junto con ellos se odia también a los pecadores de esta época... ¿y cómo lo notamos? en que aunque nos reciten la frase agustiniana, no sufren con ellos ni por ellos (las páginas católicas son semejantes a las parroquias, pero más visibles, y en esa misma medida, más dañinas).

¿Pero debemos entonces integrar toda la lacra moderna en nuestra vida cristiana para mostrar que no odiamos a los pecadores? No, quizás el remedio sea simplemente dejar de ponernos en el lugar de Dios. Sea una familia, de la que somos el hermano "bueno", y sabemos que inevitablemente las obras del hermano "malo" llegarán a oídos del padre de la casa, ¿trataremos de que efectivamente lleguen? ¿trataremos de juzgar todo el tiempo a nuestro hermano, y proclamaremos en voz alta sus acciones cada día, para que sea claro quién es el malvado y cuán malvado es? ¿o si amamos realmente a nuestro hermano (aunque no a su maldad) trataremos de poner un "colchón" a sus acciones, para que el padre sufra lo menos posible, pero también el hijo malo permanezca en el círculo del amor del padre?
Cuando el episodio del becerro en Éxodo 32, Dios quiso destruir al pueblo pecador y contumaz, y ofreció a Moisés crearle un nuevo pueblo. Sin embargo Moisés (que estaba tan harto de los israelitas como el propio Dios) extremó los argumentos para obligar a Dios a reconsiderar su decisión:
«Entonces habló Yahveh a Moisés, y dijo: "¡Anda, baja! Porque tu pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto, ha pecado. Bien pronto se han apartado el camino que yo les había prescrito. Se han hecho un becerro fundido y se han postrado ante él; le han ofrecido sacrificios y han dicho: 'Este es tu Dios, Israel, el que te ha sacado de la tierra de Egipto.'"
Y dijo Yahveh a Moisés: "Ya veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Déjame ahora que se encienda mi ira contra ellos y los devore; de ti, en cambio, haré un gran pueblo."
Pero Moisés trató de aplacar a Yahveh su Dios, diciendo: "¿Por qué, oh Yahveh, ha de encenderse tu ira contra tu pueblo, el que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y mano fuerte? ¿Van a poder decir los egipcios: Por malicia los ha sacado, para matarlos en las montañas y exterminarlos de la faz de la tierra? Abandona el ardor de tu cólera y renuncia a lanzar el mal contra tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel, siervos tuyos, a los cuales juraste por ti mismo: Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; toda esta tierra que os tengo prometida, la daré a vuestros descendientes, y ellos la poseerán como herencia para siempre."
Y Yahveh renunció a lanzar el mal con que había amenazado a su pueblo.» (Ex 32,7-14, hay otras intercesiones similares en Números y Deutreronomio)

Dios no necesita una Iglesia de gente que se adelanta a los sentimientos divinos y pretende obrar como Dios, juzgar como Dios, y condenar con la legitimidad de Dios. Primero que nada porque no somos Dios, y no lo sabemos hacer, y en segundo lugar porque para eso está Dios. Si creó una Iglesia es para continuar su obra redentora: si necesitaba enviarse como Hijo para poder rescatar, si no podía rescatarnos del pecado como Padre, sino sólo como Hijo, tal vez es porque en el misterio del pecado los hermanos que ahora somos cumplimos una función única e irremplazable, ¡que no estamos cumpliendo! No reemplazar al Padre sino ser ese hermano que apacigua la justa cólera del Padre. Como el mismo Agustín lo decía en la cita inicial: «nos recomendó el oficio de intercesores».

En cambio de eso hay ejércitos de cristianos defendiendo la pureza de los derechos divinos, no les importa si los hermanos por los que deben interceder se quedan sin sacramentos, se quedan en las tinieblas del mundo, desesperan o se escandalizan de no ser recibidos ni escuchados. Nosotros estamos dedicados a odiar el pecado, en vez de a lo que toca: amar al pecador e interceder por él.

De cada hombre que desespera de poder alcanzar la gracia a causa de nuestros estúpidos distingos teológicos se nos pedirá cuenta.

11 comentarios:

  1. Sugerencia: lea a Santo Tomás y el monumental comentario de Ramírez sobre la caridad y las dos clases de odio: de enemistad y de abominación. Es superador de San Agustín.
    "Odio" se ha vuelto palabra talismán cargada de sentido exclusivamente negativo. Y es una falsedad: hay odio bueno, caritativo y no sólo del pecado como abstracción o idea platónica que flota en algún limbo y no está arraigada en ninguna persona concreta. Y por cierto hay reciprocidad de odios caritativos: el prójimo debe odiar nuestros pecados y a nosotros, en cuanto pecadores, no en cuanto personas. Así es que forma parte de una "civilización del amor" (de caridad) el odiar y ser odiados.
    Saludos.

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  2. Algunos comentarios:

    “Porque el odio no es cosa sólo del objeto. Ya sé yo que no se puede amar la idolatría, la perversión, el crimen, el pecado. Todo eso es odioso, y es natural que el hombre que pretende pertenecer al círculo de la bondad divina lo odie: Dios mismo no ama todo aquello, que es no ser, vacío y oscuridad.”

    No es sólo cosa del objeto pero el objeto es importantísimo y especifica el acto de odio. Si odio un bien, hay desorden. Si odio un mal, hay que seguir analizando el acto.

    “Pero el odio es también cosa de quien odia, y mientras odiamos, aunque odiemos con justicia, y cumplamos en ello con el evangelio, estamos alimentando un espíritu de mal dentro nuestro.”

    Amor y odio son dos dimensiones de la caridad. Sus dos piernas. Debemos amar lo amable y odiar lo odiable. Y la posibilidad de que estos actos de amor/odio se desvíen existe tanto para el amor como para el odio. Es decir, el amor puede pasar de noble a desordenado. Y también el odio.

    Si al odiar lo que es objetivamente detestable estamos alimentando un espíritu de mal dentro nuestro, lo mismo hay que decir del amar lo objetivamente amable. Ya que tanto amor como odio son desordenables por efecto del pecado. ¿Por el peligro de trompezar nos amputaríamos la pierna izquierda? Hay un fondo de maniqueísmo inconsciente en el planteo de “prescindir del odio”. O una antropología incompleta. Y además parece determinista: ¿por qué el odio alimenta un espíritu de mal y el amor no alimenta a otro espíritu de mal?


    Es inevitable que odiemos, pero de ninguna manera tenemos que tratar de odiar, aunque nuestro odio sea justo; y mucho menos aprender qué cosas podemos continuar odiando, a pesar del evangelio.

    Parece suponer que todo odio es malo. Y en el mejor de los casos un mal necesario. No se trata sólo de odios justos, ¡hay odios caritativos!

    El odio, como auténtico mal espíritu, se reviste de ángel de luz, y nos tienta, no mostrándonos cosas prohibidas, sino cómo podemos perpetuar el propio odio en el mundo haciendo cosas permitidas, sin violar ningún precepto evangélico.

    Lo mismo se podría decir del amor… Cuantas “amistades espirituales” comenzaron así y terminaron en “amistades carnales”… ¿No hay que tener amigos por el peligro? ¿O hay que vigilar el corazón?

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    1. «Parece suponer que todo odio es malo»
      El hecho de que en el mundo haya odio, y que incluso ese odio sea "necesario" (hay que odiar el mal) es el resultado del nuevo orden del mundo introducido por el pecado original, y participa de la misma maldad intrínseca del pecado original.
      Entiendo que, en este mundo, y sumidos aun en el orden perverso introducido por el pecado original, el odio forme parte del ejercicio de la caridad. Pero es algo, precisamente, para este mundo, en el mismo sentido paradójico en que podemos hablar de la "Felix culpa".
      Ese distingo teológico, mientras se mantenga en el nivel de la paradoja, es perfectamente compatible con lo que estoy diciendo. En cuanto se convierte en un paraguas para poder odiar (cosa que forma parte de los placeres más perversos del espíritu humano) sin culpa, deja de ser paradoja y se transforma en uno de los estúpidos distingos teológicos a los que aludo... la línea es muy delgada, y pienso que se cruza con facilidad.

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    2. Afortunadamente los hombres, por experiencia digo, distinguen muy bien entre la gracia, siempre inmerecida, inesperada, graciosa, valga la redundancia y absolutamente libre, y los estúpidos distingos teológicos.
      Entiendo lo que quiere decir y conozco bien esa desesperación , pero respecto de la Iglesia, nunca respecto a la posibilidad de alcanzar la gracia (por ejemplo cuando escucho "Dichosos los invitados a la cena del Señor" y, pensando en todos los excluidos, me suena a lastimoso regodeo. ¿Cómo puede decirse algo así cuando tienes una masa a la que no permites acercarse a la cena del Señor?).
      Dios es bondadoso, y es Padre. Ningún padre niega el alimento a sus hijos.No son tan poderosos los de los estúpidos distingos, las casuísticas, los enredos lógicos y los juicios sumarísimos. No son los dueños, aunque lo pretendan, de la gracia.

      Amar al "pecador"... pero quién es nadie para considerar a nadie "pecador", pero cómo vas a amarlo si ya lo estás juzgando, condenando y lapidando.
      ¿No es un poco farisaico eso de colgarle a alguien el sambenito de "pecador" y luego presumir de "acogerlo". Y el "acogedor" ¿qué pasa con él, no necesita ser "acogido"? ¿ acaso hay alguien que no sea "pecador"?. Lo gracioso es que el calificativo de "pecador" siempre se reserva para el otro, ese al que amamos mucho. Nosotros sólo tenemos pecados, pero no somos nuestro pecado. Ellos sí, acojámoslos.

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    3. Muchas gracias por el comentario.
      En la liturgia hacemos y decimos cosas que en cierto sentido niegan lo que vivimos, como "dichosos los invitados..." (y su respuesta correspondiente), el "saludo de la paz", la fórmula consecratoria "tomad y comed TODOS de él"... en fin, la liturgia está llena de Reino ya realizado, de cielo ya alcanzado.
      Más que verlo como hipocresía (cómo nos atrevemos a decir eso! justo nosotros!) puede verlo como una marca que la providencia de Dios, tan cercana y detallista, nos ha dejado. Vaya a saber quién diseñó el uso de esos y no otros textos; pero esos textos nos obligan día tras día.

      Comentando la reforma litúrgica del Concilio, le pregunté a mi padre qué pensaba del saludo de la paz. En realidad me preparaba a divertirme con todo lo que iría a decir en contra. Pero en lugar de expresar su rechazo, me dijo que le gustaba paradójicamente, es decir, le gustaba, ya que el gesto le parecía chocante, porque es muy sencillo creerse que uno ama a todos, en abstracto, pero tener que darle la mano al de al lado y desearle la paz (a lo mejor a ese vecino insoportable de la misma finca) era una exigencia muy grande y muy concreta.
      Gracias a estos textos muchos siguen exigiendo coherencia, y esa exigencia no se puede acallar.

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  3. Se habla y mucho de condiciones: condiciones para acercarse a la Eucaristía, condiciones para poder recibir la absolución en el sacramento de la Penitencia...y chirría bastante el asunto cuando luego se nos dice que es Dios el que toma la iniciativa, el que se hace el encontradizo, el que nos ayuda a amar porque Él nos amó primero cuando aún éramos pecadores...en definitiva, el que nos ayuda a salir del hoyo ofreciendo un perdón gratuito, sin condiciones.
    Por otro lado, acerca del odio al pecado pero no al pecador, y viendo sobre todo ese catolicismo de trinchera más preocupado en no contaminarse con el mundo que en "mancharse con el barro del camino", mi sensación es que de alguna manera lo que hacen es fomentar esa identidad de guetto, de grupo de los puros, de " resto de Israel", ese "gracias porque yo no soy como ese publicano", cuando efectivamente hay que dar gracias por la Gracia recibida, pero también dolerse y mucho porque otros aún no la han recibido. También hay ahí un punto de presunción, ya que la Gracia opera por caminos misteriosos y a menudo ocultos, al margen del camino " oficial", y quién sabe, quizá poniendo el acento en normas, cumplimientos y condiciones se está obstaculizando ese trabajo oculto de Dios.

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    1. Me parece que la clave está en el tercer puesto asignado a los hermanos del Hijo, y que no terminamos de creérnoslo: somos intercesores, para eso nos quiere Jesús en este mundo antes de consumar su obra.
      Dos siglos de catolicismo de "salva tu alma" nos dejó sin trabajo: no podemos salvarnos a nosotros mismos, pero olvidamos para qué estamos aquí: estamos para salvar a los demás, para repartir misericordia, para allanar lo que parezca complicado de los caminos de Dios, para decirle al otro, "no te achiques, yo también lo creí difícil, y mira, aquí estoy. Si yo estoy aquí, cualquiera llega". Intercesión, apoyo, compañía, hacer de bastones del mundo.
      Hay tanto trabajo, que perder tiempo en juzgar si los demás tienen o no tienen que comulgar es un dislate. Que de eso se ocupe el papa, que para eso le pagamos (dicho con una sonrisa :-)

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  4. Me has hecho pensar en el concepto de "sanador herido" que aparece con cierta frecuencia en los libros de Henry Nouwen; el hecho de no ser perfectos, de tener una naturaleza herida pero que ha sentido el poder sanador de Dios, en definitiva el hecho de ser pecadores, nos capacita para acercarnos a aquellos que sufren lo mismo que nosotros y poder acompañarles y apoyarles en su camino de sanación en un plano de igualdad, y no de superioridad condescendiente.

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    1. Como perfectamente lo sintetiza Hernán González en un tuit: "La suficiencia nos está matando"

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  5. Agradezco infinito sus palabras. Casi ni me atrevía a volver. Me esperaba una sarta de "acogedoras" descalificaciones.

    Son temas de los que resulta muy difícil hablar, porque no se puede hablar en abstracto, yo al menos no sé. Y no es cosa de quedarse en cueros, ni de hablar de esta persona, de este familiar, de aquella situación absurda, de esa circunstancia que no se considera, de tanto juicio apresurado, de tanta exigencia incomprensible...

    Creo que eso es parte del problema: Que por una parte están los que hablan en abstracto, los de la teórica, y por otra la gente con sus vidas. Y lo que dicen los de la teórica es evidente, no creo que nadie lo niegue: que el matrimonio es un sacramento y es indisoluble, y que lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Pero en lo que de ahí concluyen, en el paso a su aplicación concreta, caben mundos de juicios, rechazos, desprecios, temores infundados, condenas apresuradas...
    De ahí concluyen, por ejemplo que un casado por la Iglesia que vive una segunda unión, no merece más nombre que el de "adúltero" (y su cónyuge evidentemente lo mismo, y sus hijos, hijos del adulterio a los que hay que abrir los ojos sobre la tremenda situación de sus padres, y su familia en fin, algo que ni siquiera merece el nombre de familia, no desde luego una de esas familias a las que hay que defender), y de ahí que sin género de dudas esté en pecado mortal, y de ahí que le esté vetado acercarse a comulgar. Y de esa clara, clarísima, incontestable secuencia caen en cascada todos esos reproches sobre la presunción y la falta de arrepentimiento de los que, mortalmente empecatados, llenos de frivolidad y falta de respeto por el sacramento de la Eucaristía (lógica en quien no respeta el otro sacramento), pretenden que se les permita comulgar. Es más, no se entiende que quieran comulgar, a no ser por ofender a Cristo y a los buenos cristianos.
    Y ellos por lo general se callan, porque no es cierto que sean frívolos ni presuntuosos, porque doctores tiene la Iglesia y porque qué cristiano no se siente en el fondo de su alma indigno de recibir a Cristo. Y mientras a los teóricos no se les cae de la boca la historia de la adúltera, y dicen cosas como "querindonga" y "abominación" y se escandalizan hasta de que se sugiera la posiblidad de que comulguen "espiritualmente", porque una cosa es que los "acojamos" y otra que estén en comunión de ninguna clase con nosotros, ellos se callan y se dan la mediavuelta, claro, porque si eso es "acoger", qué será expulsar, y porque lo único que tienen contra esa perfecta cadena lógica es su vida concreta, y esa la conoce Dios y no tienen por qué andar contándosela a nadie. Y porque en el fondo saben que Dios, el único que de verdad sabe si su primer matrimonio fue un matrimonio o sólo un simulacro, el que de verdad sabe cómo se reparte la responsabilidad de ese simulacro, (y qué parte le toca a la Iglesia, que todavía no he oído ni un ligero mea culpa por su propensión a casar tan fácil y descasar tan difícil), el único que sabe lo que verdaderamente ha unido (seguramente muchos segundos matrimonios celebrados a la fuerza en los juzgados con verdadera fe) y lo que era imposible unir, Dios digo, el único que de verdad sabe, él unico que puede juzgar, no los abandona, los dejen o no los dejen comulgar.

    Gracias por su paciencia y perdone las posibles inconveniencias. No es bueno hablar por la herida.


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    1. Por favor, bienvenido sea si el blog te sirve para despacharte un poco, a veces es muy necesario.
      He escrito aquí en el blog muchas veces en relación a la comunión de los divorciados ( y de los homosexuales, y de, y de, y de...), y lo mismo he hecho en el sitio que dirijo.
      No puedo responderte nada a lo que dices, porque considero que tienes razón. Lamentablemente, lo más que puedo decirte es: sigue tu conciencia, siempre.

      Te dejo aquí algunos de los artículos en donde he hablado de esta cuestión, por si te sirve para elaborarla:
      -http://snarkia.blogspot.com.es/2014/07/que-espero-del-sinodo-de-la-familia.html
      -http://snarkia.blogspot.com.es/2013/11/excomunion.html
      -http://snarkia.blogspot.com.es/2013/10/la-verdad-de-los-otros.html

      y en El Testigo Fiel (hay varios hilos con el tema, pero este es el último):
      http://www.eltestigofiel.org/dialogo/foros.php?idu=62993 (por supuesto, te recomiendo de allí no sólo mis propios escritos, sino el conjunto del hilo)

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