martes, 23 de diciembre de 2014

Pecado y pecador


«No odiar a los hombres por los vicios y no amar a los vicios por los hombres» (Ps 138,28), así define san Agustín lo que él llama el "odio perfecto", que nunca puede dirigirse a una persona, sino sólo a sus pecados. La sentencia se ha hecho famosa, e incluso el propio san Agustín la dice de diversas maneras: «odiar el pecado, amar al pecador» es el modo como suele citarse.
Me da la impresión de que después de 300 años de cristianismo, los creyentes habían desarrollado en época de Agustín el mismo vicio con el que continuamos: creer que eran superiores a los demás, al mundo, a los pecadores, al paganismo circundante, en algo. San Agustín, dirigiéndose a esa catolicidad ensoberbecida, pagada de sí misma y olvidada del don, no se pone en la acera de enfrente, pero predica una y otra vez lo mismo: la gracia. Por pura gracia estamos salvados; mío: nada; de Cristo: todo. ¿Quién soy yo para juzgar a quién?
Me encanta, por ejemplo, este pasaje:
«En fin, el mismo Señor intercedió ante los hombres para que no fuese apedreada la adúltera: de ese modo nos recomendó el oficio de intercesores. La diferencia está en que El hizo con el terror lo que nosotros hacemos con una petición. Es que El era el Señor, y nosotros somos los siervos. De todos modos, El sembró el terror para que todos debamos temer. Porque ¿quién de nosotros está sin pecado? Cuando dijo a los que le traían a la pecadora para que la castigase que quien fuese consciente de estar sin pecado arrojase primero la piedra contra ella, se rindió la crueldad por el temor de la conciencia; se desvaneció toda aquella reunión y dejaron sola a la mísera con la Misericordia. Ríndase la piedad cristiana a esta sentencia, a la que se rindió la impiedad de los judíos; ríndase a ella la humildad de los seguidores, pues se rindió la soberbia de los perseguidores; ríndase la confesión de los fieles, pues se rindió el disimulo del tentador. Perdona a los malos, hombre bueno. Sé tanto más benigno cuanto eres mejor. Hazte tanto más humilde cuanto más te encumbras por el poder.» (Carta 153,11)
Y como éste tiene el santo de Hipona muchísimos otros pasajes. Por todas partes aflora en su obra enseñar al creyente a desear para el otro la misma misericordia que obtuvimos nosotros mismos y por lo cual somos creyentes, y a interceder ante Dios para que esa misericordia llegue al hermano cuanto antes mejor.

Andando el tiempo, la sentencia de san Agustín se invirtió: el santo enseñaba el odio al pecado y el amor al pecador, para insistir con el amor al pecador, para enseñar cómo amar en medio de la inevitabilidad del odio, nosotros la enseñamos para insistir en el odio al pecado: enseñamos a odiar a pesar del mandato del amor. Veamos con qué matiz distinto aparece esta misma sentencia en el catecismo de la Iglesia Católica. Viene hablando de la convivencia en la sociedad, del deber del cristiano de mirar al otro como prójimo, y dice:
«Este mismo deber se extiende a los que piensan y actúan diversamente de nosotros. La enseñanza de Cristo exige incluso el perdón de las ofensas. Extiende el mandamiento del amor que es el de la nueva ley a todos los enemigos (cf Mt 5, 43-44). La liberación en el espíritu del Evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en cuanto enemigo.» (nº 1933)
Me llamó la atención la fórmula, que no calza bien en el contexto -no está hablando del pecado sino del pecador- y que además manifiesta la intención contraria a la de la fórmula agustiniana: cómo encontrar el subterfugio para seguir odiando, a pesar del evangelio. Y no se crea que esta inversión es un defecto de la traducción al español, habitualmente tan descuidada y pobre; no: está así en la formulación latina: hablando del pecador y cómo debemos amarlo, cierra el pensamiento enseñándonos qué cosa debemos seguir odiando y cómo hacerlo sin violar el evangelio... Esa sentencia no tiene allí contexto, no se está hablando de ello, si se quería hacer el distingo entre pecador y pecado, entonces debía hacerse en un párrafo aparte.

Y vemos que en general los católicos encontramos en la sentencia agustiniana el parapeto ideal para seguir ejercitándonos en el odio: no odiamos pecadores sino pecados, así mantenemos el "tuning", nos mantenemos en forma, sin violar el evangelio, que por suerte sólo nos prohíbe un odio, no todos... con san Agustín en la mano, hemos conseguido enmendarle la plana al santo, y hacer que en vez de predicarnos para que aprendiéramos a amar, nos ayudara a poder seguir odiando.

Porque el odio no es cosa sólo del objeto. Ya sé yo que no se puede amar la idolatría, la perversión, el crimen, el pecado. Todo eso es odioso, y es natural que el hombre que pretende pertenecer al círculo de la bondad divina lo odie: Dios mismo no ama todo aquello, que es no ser, vacío y oscuridad. Pero el odio es también cosa de quien odia, y mientras odiamos, aunque odiemos con justicia, y cumplamos en ello con el evangelio, estamos alimentando un espíritu de mal dentro nuestro. Es inevitable que odiemos, pero de ninguna manera tenemos que tratar de odiar, aunque nuestro odio sea justo; y mucho menos aprender qué cosas podemos continuar odiando, a pesar del evangelio. El odio, como auténtico mal espíritu, se reviste de ángel de luz, y nos tienta, no mostrándonos cosas prohibidas, sino cómo podemos perpetuar el propio odio en el mundo haciendo cosas permitidas, sin violar ningún precepto evangélico.

El mayor problema es que el consejo agustiniano nos viene muy bien, resuelve problemas concretos: sea una madre que tiene un hijo delincuente, ¿cómo continuar amando a ese hijo, sin ponerse del lado del delito? ama al pecador sin amar su pecado. Sea un mundo sumido en el mal obrar, ¿cómo continuar viviendo en él y amándolo lo suficiente como para desearle lo bueno? ama a cada uno de los pecadores que hay en él, sin amar su pecado. El consejo de Agustín no sólo es bueno, es que es necesario.

Pero en esos dos ejemplos se ve con claridad que cuando se ama al pecador sin amar su pecado una nota distingue al que ama: sufre por quien ama. La madre, por amar a su hijo y odiar el pecado de su hijo sufre, atrae sobre sí el dolor del pecado del hijo, y al hacerlo, de algún modo misterioso lo redime. Lo mismo puede decirse del pecado en el mundo: el mártir sufre por el mundo que lo está matando, y redime al mundo en la medida de su amor por el mundo (fruto misterioso de ese amor es la frecuente conversión de los perseguidores).
Lo que a mí me da la impresión (y esto sabrá cada uno, no puedo saberlo yo, es sólo una impresión) es que cuando en la vida corriente invocamos en la Iglesia el consejo agustiniano, no sufrimos por el pecador al que decimos amar; usamos la frase de san Agustín sólo como subterfugio. Vemos que, por ejemplo, en las páginas católicas se odia los pecados de esta época que nos tocó vivir, pero junto con ellos se odia también a los pecadores de esta época... ¿y cómo lo notamos? en que aunque nos reciten la frase agustiniana, no sufren con ellos ni por ellos (las páginas católicas son semejantes a las parroquias, pero más visibles, y en esa misma medida, más dañinas).

¿Pero debemos entonces integrar toda la lacra moderna en nuestra vida cristiana para mostrar que no odiamos a los pecadores? No, quizás el remedio sea simplemente dejar de ponernos en el lugar de Dios. Sea una familia, de la que somos el hermano "bueno", y sabemos que inevitablemente las obras del hermano "malo" llegarán a oídos del padre de la casa, ¿trataremos de que efectivamente lleguen? ¿trataremos de juzgar todo el tiempo a nuestro hermano, y proclamaremos en voz alta sus acciones cada día, para que sea claro quién es el malvado y cuán malvado es? ¿o si amamos realmente a nuestro hermano (aunque no a su maldad) trataremos de poner un "colchón" a sus acciones, para que el padre sufra lo menos posible, pero también el hijo malo permanezca en el círculo del amor del padre?
Cuando el episodio del becerro en Éxodo 32, Dios quiso destruir al pueblo pecador y contumaz, y ofreció a Moisés crearle un nuevo pueblo. Sin embargo Moisés (que estaba tan harto de los israelitas como el propio Dios) extremó los argumentos para obligar a Dios a reconsiderar su decisión:
«Entonces habló Yahveh a Moisés, y dijo: "¡Anda, baja! Porque tu pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto, ha pecado. Bien pronto se han apartado el camino que yo les había prescrito. Se han hecho un becerro fundido y se han postrado ante él; le han ofrecido sacrificios y han dicho: 'Este es tu Dios, Israel, el que te ha sacado de la tierra de Egipto.'"
Y dijo Yahveh a Moisés: "Ya veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Déjame ahora que se encienda mi ira contra ellos y los devore; de ti, en cambio, haré un gran pueblo."
Pero Moisés trató de aplacar a Yahveh su Dios, diciendo: "¿Por qué, oh Yahveh, ha de encenderse tu ira contra tu pueblo, el que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y mano fuerte? ¿Van a poder decir los egipcios: Por malicia los ha sacado, para matarlos en las montañas y exterminarlos de la faz de la tierra? Abandona el ardor de tu cólera y renuncia a lanzar el mal contra tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel, siervos tuyos, a los cuales juraste por ti mismo: Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; toda esta tierra que os tengo prometida, la daré a vuestros descendientes, y ellos la poseerán como herencia para siempre."
Y Yahveh renunció a lanzar el mal con que había amenazado a su pueblo.» (Ex 32,7-14, hay otras intercesiones similares en Números y Deutreronomio)

Dios no necesita una Iglesia de gente que se adelanta a los sentimientos divinos y pretende obrar como Dios, juzgar como Dios, y condenar con la legitimidad de Dios. Primero que nada porque no somos Dios, y no lo sabemos hacer, y en segundo lugar porque para eso está Dios. Si creó una Iglesia es para continuar su obra redentora: si necesitaba enviarse como Hijo para poder rescatar, si no podía rescatarnos del pecado como Padre, sino sólo como Hijo, tal vez es porque en el misterio del pecado los hermanos que ahora somos cumplimos una función única e irremplazable, ¡que no estamos cumpliendo! No reemplazar al Padre sino ser ese hermano que apacigua la justa cólera del Padre. Como el mismo Agustín lo decía en la cita inicial: «nos recomendó el oficio de intercesores».

En cambio de eso hay ejércitos de cristianos defendiendo la pureza de los derechos divinos, no les importa si los hermanos por los que deben interceder se quedan sin sacramentos, se quedan en las tinieblas del mundo, desesperan o se escandalizan de no ser recibidos ni escuchados. Nosotros estamos dedicados a odiar el pecado, en vez de a lo que toca: amar al pecador e interceder por él.

De cada hombre que desespera de poder alcanzar la gracia a causa de nuestros estúpidos distingos teológicos se nos pedirá cuenta.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Presunción o desesperación

Estaba leyendo en el blog Todo Era Bueno (TEB), como hago habitualmente, y un comentario de un lector me disparó una reflexión. El comentario decía:
«Yo un problema muy gordo que le veo al cristianismo que yo conozco es la cantidad de cristianos que creen que no necesitan sacramentos, sobre todo confesión. Porque, en lugar de considerarnos pecadores y sufridores de las consecuencias del pecado original y necesitar, por tanto, perdón de los pecados y reconciliación con Dios, pues consideramos que nuestro mal es fruto de las circunstancias sociales al más puro estilo del materialismo histórico. Como decía el bueno de Marx: "No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia." Y por eso vemos obispos diciendo que lo mejor es que los divorciados adúlteros comulguen y otros desastres. Y claro, si no necesitamos conversión sino subsidios, pues... el cristianismo no vale para mucho, la verdad.» (user: quebellassontustiendas)

A decir verdad, mi reflexión se disparó muy pronto de ese comentario, y no digamos del tema principal del post... sin embargo se me unió al diálogo el P. Javier Vicens, con quien frecuentemente tenemos intercambios allí mismo, a partir de puntos de vista bastante disímiles.
El tema se fue profundizando y ramificando, y me resultaba vergonzoso ya utilizarle el blog a TEB para responder, así que traigo aquí toda la conversación, agrego un paso más, y si quiere D. Javier (o quien lo desee), podemos continuar.

Abel:
Ese que dijo que "los publicanos y prostitutas os precederán en el Reino", sin aclarar si tenían que dejar de serlo para preceder, seguramente era un populista, qué fácil es prometer utopías para ganarse al pueblito: "liberación a los cautivos...", "Yo os aliviaré..." ¡demagogo! 
Afortunadamente al Demagogo populista lo crucificaron, si no, no sé a dónde hubiéramos llegado... tras lo cual la paciente obra del Gran Inquisidor (en distintas versiones, pero idéntica pasión por la Verdad), año tras años ha conseguido poner un poco de orden en tanto revuelto que casi amenazaba con acabar con nuestra religión.
Lo importante ahora sería completar la obra, sacar del medio a toda la antiiglesia, a todos los pecadores que no consiguen dejar de serlo, a todos los manchados cuya mancha no se puede tapar ni dejar a cero; que se vayan, así no habrá salvación ni alegría de redimidos, ni segundas oportunidades, pero al menos sabremos quién es quién.

Javier:
Si Nuestro Señor, tan amable siempre, le dijo a la amable adultera que no pecase mas, me extrañaría que hubiera propuesto a las prostitutas como ejemplo a seguir sin hacer mención de su arrepentimiento. Herodes escuchaba con gusto a Juan -el bautizador- pero no se arrepentía de estar con la amable mujer de su hermano. Si Herodes se hubiera arrepentido, Jesus -Nuestro Señor- nos habría dicho: "hasta el mismo Herodes os precederá en en el Reino". 
Y perdonen las faltas de acentuación. Es que mi tablet -como los teólogos modernos- pone los acentos no según las reglas de acentuación sino siguiendo los impulsos de su noble corazón o, por decirlo al modo antiguo, a su albur.

Abel:
Lo interesante del relato de la adúltera es que muestra que Jesús daba con mucha facilidad y liberalidad cheques en blanco: "en adelante no peques más"... y nosotros convertimos esa afirmación en su contraria: "Jesús la perdonó A CONDICIÓN de que no pecara más". En realidad nadie sabe si la adúltera siguió pecando o no; ni siquiera es exactamente una condición, bien puede ser un consejo, o un deseo; y a la vista de nuestra naturaleza humana, podemos casi asegurar el resultado. 
Pero mientras tanto salió de la arena feliz con su cheque en blanco, y nadie le pudo quitar ese perdón ya dado de antemano, sin condiciones, sin racionalizaciones, y sin proporciones. 
Jesús predicó y enseñó cosas muy contrastantes, sobre la puerta angosta, pero también con la mano ancha, y cuando dijo el apotegma del camello por el ojo de la aguja y los discípulos sacaron la consecuencia lógica: "entonces ningún rico se puede salvar", les salió por la tangente: "no hay nada imposible para Dios". 
La verdad es que no termino de entender de dónde sacamos y justificamos este agobiante racionalismo que convierte una fe auténticamente liberadora en una religión como todas las demás, "y si no te gusta, vete". 
Luego al propio TEB le contraría un tanto que el Papa aparezca mencionado entre "los demás líderes religiosos"

Javier:
Más que dar cheques en blanco, tal como lo veo yo, Jesus pedía y pide cheques en blanco. Nunca -que yo sepa- dijo: "poned lo que queráis y yo lo firmo y os lo pago" Esa era la actitud de Herodes cuando había bebido más de la cuenta y se emocionaba con el baile de Salomé: "pídeme lo que quieras, la mitad de mi reino o la cabeza del bautizador, tan amable". Nuestro Señor no es Herodes. Lo que vino a decir y dice es, mas bien, "Firmadme un cheque en blanco y dejad que yo ponga la cantidad que me debéis. Todos me debéis mas de lo que podeis pagar pero no os preocupéis. Cualquier deuda reconocida será perdonada porque no he venido al mundo para cobrar deudas sino para perdonar deudas reconocidas".
El "yo confieso" es un cheque en blanco que firmamos en cada Misa confiando en Nuestro Señor Jesucristo que no pondrá ni mas ni menos de lo que le debemos. Una sola gota de su sangre puede librar al mundo entero de todos sus crímenes. Pero el mundo debe firmar algo así como un cheque en blanco o algo así como un reconocimiento de sus crímenes.

Abel:
Ya que estamos en el "tal como lo veo yo", te diría que estoy completamente de acuerdo con lo que dices excepto en un punto: puedo firmar el cheque en blanco, porque Él me lo firmó primero. 
Tú pones el acento en lo que el mundo (la comunidad, el individuo) DEBE hacer primero; lo que yo pienso es que lo bueno y saludable, lo mejor para el mundo y para cada hombre es llegar en algún momento, en esta vida o en la otra (que para algo creemos en el purgatorio) a reconocer los crímenes. Pero eso, que es lo bueno, lo saludable y la salvación, aunque quizás DEBERÍA reconocerlo primero, no PUEDE reconocerlo primero (yo no puedo, y por solidaridad de naturaleza, me atrevo a pensar que tú tampoco); así que se nos da un cheque en blanco, un perdón gratuito de manera absoluta, no relativa, sino absoluta, y gracias a ese perdón, y en la medida en que vamos penetrando en él, que vamos interiorizando ese perdón, que se van curando las heridas de nuestro corazón, nos vamos haciendo capaces (no nosotros a nosotros mismos, sino que ese perdón nos hace capaces) de salir de nuestro pecado. 
Eso tarda en unos lo que una confesión, en otros toda una vida, y otros necesitan un vida terrena + un plus de purgatorio... 
Por racionalizar esto y tomar el efecto como causa, es que convertimos nuestra fe en una máquina de desesperar pecadores: tú no vengas, tú no te acerques, tú no estás limpio, tú no crees lo suficientemente bien, tú no comprendes, tú no ves, tú no sabes, tú no vives, tú no alcanzas la contrición necesaria, tú no pones los medios para dejar de pecar... 
Pero en fin, es "como lo veo yo", así que no hace falta que me hagas más caso que el justito.

Javier:
Conste que sus puntos de vista me interesan muchísimo y que disfruto de lo lindo -y aprendo- leyendo su blog. No discuto la verdad -misteriosa- del perdón de Dios que precede a nuestro arrepentimiento: perdónalos, no saben lo que hacen. Y si, en efecto, nuestro arrepentimiento no es condición para su perdón, si (acento) que lo es para que su perdón nos salve: Dios que te creo (no sale el acento) sin ti, no te salvara (acento) sin ti. Tenemos ante los ojos a Uno que da su Vida por nosotros. Tenemos una vida para reconocer ese Amor. Se nos dice que no desesperemos y que -pase lo que pase- confiemos en ese Amor que siempre perdona. Pero también se nos dice: no tentaras (acento) al Señor. Y se nos advierte así tanto contra la desesperación como contra la presunción. Cierto que la Ley sin gracia es una carga que ni nuestros padres pudieron llevar ni podemos llevar nosotros. Pero no en vano el anuncio del Evangelio va unido a la llamada a la conversión. Podemos convertir nuestra fe en una maquina de desesperar o en una máquina de fabricar presunción. De todo se ha dado en la historia del cristianismo. Gracias por su atención.

Hasta aquí lo ya habido, en comentarios agregaré mi respuesta a esto último, y queda abierto para continuar.

martes, 30 de septiembre de 2014

La carta de Reig Plá, el «gaymonio» y otras cuestiones que dan que pensar...

Con el traído y llevado asunto de la abortada ley Gallardón, hubo en la red opiniones de toda clase. La ley parecía hecha a la medida de las exigencias provida católicas (a la medida de mínimos, ya sé, porque somos inconformables), pero como los provida en España somos una auténtica minoría, la ley cayó antes de levantarse.
El PP había prometido vagamente revisar la Ley Aído, una ley del aborto hiperpermisiva, es más: de activa promoción del aborto. Se le encargó a Gallardón la revisión de la Ley, e hizo una que gustaba a esta minoría (como digo: gustaba de mínimos, pero gustaba).
Con una mano en el corazón: Gallardón no hizo lo que el gobierno le pidió, que era revisar un poco a la baja la Ley Aído, lo que hizo fue contraponer a la Ley Aído otra Ley que partía de otro principio, no del principio mayoritariamente aceptado por la sociedad del "derecho al aborto", así que el gobierno hizo lo que le toca a un gobierno en una democracia: preservar su base de votantes.
Porque aunque ahora los provida lloren y pataleen, la verdad es que no son la base de votantes del PP, que es un partido liberal, «informado ideológicamente por el feminismo radical y la ideología de género, e “infectado”, como el resto de los partidos políticos y sindicatos mayoritarios, por el lobby LGBTQ; siervos todos, a su vez, de instituciones internacionales (públicas y privadas) para la promoción de la llamada “gobernanza global” al servicio del imperialismo transnacional neocapitalista» (jolines con el Obispo! si es que parece un panfleto de izquierda de los 70!). Bueno, de paso acabo de presentarla: es un párrafo de la carta de Mons. Reig Plá, obispo de Alcalá de Henares, a propósito de la retirada del proyecto de Ley Gallardón.
Los provida están que trinan (aquí ya no uso la primera del plural, porque mi postura provida no tiene que ver con las "leyes del aborto" que son otras cosas que el aborto), por un lado se quieren comer crudo a Rajoy, por el otro, el hecho de que ellos y sólo ellos pataleen les muestra bien a las claras que no son la base de votantes del PP, y no tienen ninguna otra fuerza política con posibilidades de gobierno; así que el mismo pataleo demuestra que el gobierno actuó como era previsible que actuara, y que esto no es sentido -ni por el gobierno ni por su base electoral- como una traición a sus promesas electorales, por mucho que los provida lo quieran presentar así. Es más, en el acto por el cual Rajoy daba una patada a la ley y a Gallardón juntos (cuya hora había llegado hacía ya un tiempo), se leyeron esas mismas promesas electorales, signo de que el gobierno no considera que las haya incumplido, sino que "todavía" (y los tiempos de Rajoy son más inescrutables que los de Dios) no ha comenzado a hacerlo.

Presentada la cuestión, de lo que quería hablar es, como tantas veces, del modo de insertarnos los católicos, con nuestras exigencias, nuestras ideas, nuestra cosmovisión, etc. en un mundo que gira para otro lado, que ve las cosas distintas, y en el que tenemos que contar con que la inmensa mayoría de los que van a misa no están en desacuerdo con el aborto (aunque no tengan quizás una teoría al respecto), no están en contra del matrimonio del mismo sexo "si se aman", no ven mal que las parejas convivan años antes de casarse, la señora de la casa compra los preservativos para todos los varoncitos del hogar, "por si salen el fin de semana, para que tengan cuidado, porque estos chicos de hoy...", y no ven mal del todo que los matrimonios se separen "cuando se acabó el amor".
No estoy hablando de las teorías de género, del "derecho a la posesión de mi cuerpo", ni de todo eso tan teórico, sino de percepciones completamente palpables, primitivas, a flor de piel, hechas por fuera de toda consideración teórica: intuiciones del pueblo fiel.
Hace un par de generaciones todavía se representaba en colegios católicos el «Entremés del mancebo que casó con mujer brava», de Alejandro Casona, que es un sátira, pero que resulta también una horrible apología de la violencia de género. La razón es que eso, tan profundamente anticristiano, era aceptado por la gente piadosa: "una buena sacudida [del esposo a la esposa, se entiende] ayuda a mantener el matrimonio como Dios manda", escuché yo mismo hace unos años a una señora mayor en la cola de Mercadona. El santoral católico está bastante nutrido de mujeres maltratadas -pobrecillas ellas y bien santas que fueron, heroicamente-, que los hagiógrafos aprovechaban para poner de ejemplo a las casadas, para que supieran aguantar.
Los horripilantes crímenes pederastas cometidos por eclesiásticos no se pudieron destapar hasta que no entró en la conciencia del pueblo fiel (de ese que va silenciosamente a misa), que no era piadoso guardar silencio ante ello.
Este "sensus fidelium" (sentido cristiano de los fieles) tiene sus tiempos, y no es manipulable, ni reductible a códigos. A veces da gracia cómo los "conscientes de la fe" apelan al "sensus fidelium": cuando concuerda con lo que la doctrina oficial dice, viva el sensus fidelium, cuando no concuerda, "le ha han lavado el cerebro al pueblo cristiano".
Pero resulta que posiblemente el sensus fidelium (que no es infalible) se mueva por un cierto "olor a pastos", y lo interprete a su manera, en parte bien, en parte mal. No creo que haya que casarse con las interpretaciones de la fe y la moral que hacen las viejas al salir de misa, pero estoy seguro de que hay que, al menos, escucharlas un poco más. Y si ellas dicen que "bueno, mejor que se separen si no hay amor", o "si se aman, qué tiene de malo que vivan juntos?", deberíamos saber que allí hay, en la representación de una cáscara cultural que terminará cambiando, un núcleo de verdad que el Espíritu está hablando a nuestra fe.
Por muy cierta que pudiera ser la doctrina oficial sobre el aborto, la anticoncepción, la homosexualidad, la indisolubilidad matrimonial, las relaciones prematrimoniales, etc. hay -y creo que el Espíritu está golpenado la puerta de su Casa a ver si le abrimos- demasiados seres humanos que dejamos fuera, demasiada misericordia que estamos guardando en el cajón para mejores tiempos, demasiados abrazos del Padre que no somos capaces de repartir.

Bueno, ¿y qué hacer entonces? ¿simplemente cambiar 2000 años de convicciones "para que un par de degenerados que igual no vendrán a misa estén contentos"? (la frase es literal de un blog católico). Me parece reductivo ese planteo, pero quizás se trate de algo de eso. En la misa de hoy se leyó el fragmento de Lucas 9,51-56, que en su versión litúrgica dice así:
«Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.
De camino entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron:
-Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo y acabe con ellos?
El se volvió y les regañó, y dijo:
-No sabéis de qué espíritu sois. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos.»
Aclaro que eso dice la versión litúrgica, porque la última frase: "no sabéis...a salvarlos", no figura en muchos manuscritos antiguos, y la crítica bíblica tiene sobradas sospechas de la autenticidad lucana, así que en la mayoría de las biblias no figura. Sin embargo la liturgia la lee, mira por dónde, quizás para azote de la Iglesia, ya que ayuda a tomar conciencia de que lo nuestro no es el juicio ni el fuego del cielo, sino llevar salvación, llevar jaris -gracia, alegría-, "misericordiando" entre los hombres.

Al nivel del lenguaje y de la predicación tenemos mucho para hacer:
-Recibir al mundo con buena voluntad, con voluntad de encontrar en él lo que tenga de verdadero, y eso no se hace sin buena voluntad.
A veces esto se entiende así: yo tengo ya de antemano lo que es verdadero, en lo que el mundo coincide, lo puedo aceptar. No se trata de eso, sino de estar dispuesto a encontrar en el mundo vestigios de verdad que nosotros perdimos, o que nunca tuvimos.
-Nosotros no somos el mundo ni del mundo: aceptar del mundo el lenguaje con el que él habla de la realidad, tal como el mundo la percibe; sólo así podremos transformarla, si es que realmente queremos transformarla por amor a los hombres y deseo de su salvación, y no por mera vanagloria, y para demostrar que teníamos razón.
Sobre esto hay muchos ejemplos, me detengo en uno particularmente lacerante: algún ingenioso bautizó "gaymonio" al matrimonio entre personas del mismo sexo, y en general a lo que es la actual doctrina civil sobre el matrimonio en los países más desarrollados. Cuando un blog habla de "gaymonio", ya sabemos que estamos entre amigos, mientras que si dice "matrimonio homosexual", "matrimonio gay", o "matrimonio entre personas del mismo sexo", es un progre, y si es cristiano, es un "miope" y "le han lavado el cerebro". A mí me han reconvenido varias veces por hablar de "matrimonio homosexual" y no de "gaymonio": "eso no es matrimonio", me han dicho.
Pues permítanme que lo diga con todas las letras: eso es un cristiano irrespetuoso, soberbio, y que le interesa un pito la salvación del mundo, puesto que no está siquiera dispuesto a empezar por aceptarlo tal cual es, primer paso para desear transformarlo.
No se trata de "respetos humanos" (en el mal sentido), sino de auténtica humanidad, una humanidad de la que cada uno de nosotros participamos, y de convicciones que posiblemente sustentaríamos nosotros mismos si Cristo no nos hubiera enseñado el misterio profundo del matrimonio, la matrimonialidad del mundo. Somos privilegiados por haber accedido al secreto sentido de muchas realidades, de muchas instituciones humanas; y resulta entonces un gesto de soberbia hacer de nuestro privilegio la medida de la verdad.
Si queremos transformar el mundo, aceptemos lo verdadero del mundo: sus definiciones de matrimonio, sus definiciones de vida humana, sus definiciones numéricas de la verdad. Aceptando la legitimidad de esas verdades, aceptando que el mundo tiene derecho a plantearse a sí mismo como mejor le parezca, estaremos en el primer peldaño de una escala que en su último paso es la transformación de esos criterios.
Conozco la objeción: "pero el mundo no me acepta mis criterios, me llaman fascista, retrógrado, conserva, me insultan... por qué tendría yo que aceptar esos criterios torcidos y encima sonreír?"
¿Quieres una razón sobrenatural? porque Cristo lo aceptó todo, y partió de allí a proponer algo nuevo, y a los que les propuso y aceptaron, los "sacó del mundo"
¿Quieres una razón civil? porque tu postura representa sólo el 2% de una sociedad que gobierna para el 100%, y se maneja con votos y mayorías, que es una convención, pero es mejor que otras convenciones, al menos es la que mejor funciona de las últimas que hemos probado.
Si quieres que tu postura sea respetada, comienza por aceptar la verdad del mundo, que es que "la verdad" es aquello que consiga el 51% de los votos.
Una vez aceptado esto, sigue por ganar voluntades, entender lo que le ocurre al 98% que no te quiere, corregir lo que es soberbio en tu postura, lo que la hace repelente aunque pudiera ser verdadera. Gana conciencias, no aplastes discursivamente, se trata de transformar la mirada del otro, y no violentándolo, no "lavándole el cerebro", sino ampliándole su campo de mirada.
Una vez comenzado esto, ten mucha paciencia, los procesos históricos no se realizan de un día para el otro. Ahora estamos con el impulso de la absoluta autonomía de la mónada humana. Es un proceso, un proceso que captó algo verdadero y olvidado en el mundo anterior, y está persigueindo esa verdad a la manera humana: a los tumbos. Si no somos capaces de acompañar el proceso de la autonomía, si nos limitamos a ensalzar las partes buenas de la verdad anterior, y nos olvidamos que traía también mucho dolor, muchos excluidos concretos, no conseguiremos ayudar a "optimizar el proceso", y evitar los excluidos del mundo actual.

La carta de Reig Plá, que puertas adentro gustó mucho y que podemos tomar como paradigma de las soluciones católicas a los problemas del mundo, realiza uno a uno lo contrario de todo esto:
-Deslegitima la democracia formal (la única existente hoy).
-No sabe leer el programa electoral tal como fue lanzado a -y recibido por- su mayoría de votantes.
-No entiende ni le interesa entender las cuestiones de lenguaje implicadas en "derecho de la mujer".
-Manda una serie de insultos -o pretendidos insultos- encadenados, como el berrinche de un chico: liberal, marxista, lobby, capitalista, LGTBQ, individualista... una colección de términos destinados a quienes se sienten fuera de todos ellos, y por tanto no a quienes estaba dirigido (supuestamente Monseñor quiere persuadir al Gobierno a que reconsidere), y que juntos no quieren decir absolutamente nada.

No cito la Carta para mofarme de ella, pienso que está escrita con pasión y sinceridad, pero es un modelo de cómo nos movemos los católicos con el mundo, y un muestrario de todos nuestros fallos.

domingo, 31 de agosto de 2014

«cuentas católicas»


Un chico al que sigo en twitter, seminarista chileno, que a veces trae algunas citas interesantes de lo que ve por internet, retuiteaba uno de @Arguments con las «20 cuentas católicas imprescindibles en Twitter.»: http://www.arguments.es/comunicarlafe/20-cuentas-catolicas-twitter/
Inmediatamente salto mi alarma, esa que me hace dar traspiés con amistades, y en mi propia familia, la leche hervida de tano que no puede frenar la lengua: «¿cuentas católicas? qué horror!!!!! el solo concepto me da repeluz (y viendo cuáles son, se me confirma, salvando un par)».
Como en twitter peso menos que una mosca (debo ser el tuitero menos seguido y menos retuiteado de la corta historia de esta red), no creo que este chico me pida justificación de mi exabrupto. De todos modos no veo que pudiera hacerlo en 140 caracteres, así que me he venido aquí a ver si yo mismo me puedo explicar por qué me da repeluz esto de las "cuentas católicas".

El concepto de "sitio católico", "cuenta católica", me incomoda bastante... ¡pero cómo! -me dirán- ¿es que no llevas tú mismo un "sitio catolico" cuyo nombre es "El Testigo Fiel - portal católico"? Sí, efectivamente, contradicciones de uno: me da repeluz lo de "... católico" pero no he encontrado la manera de decir eso mismo en el título de mi sitio. De hecho me incomoda, y desde hace 11 años que trato de ver cómo se puede evitar ponerle de nombre "portal católico".
La justificación en mi caso es que la expresión "el testigo fiel", aunque es completamente bíblica y cristocéntrica, hace pensar en los "Testigos de Jehová" (de hecho, en algunas búsquedas aparece el portal entre links de los Testigos), así que para mí era casi una exigencia de programa que figurara la palabra "católico" en el título. Pero aquí aparece la primera cuestión: no por la identidad del sitio, sino para no engañar a nadie, para que el que buscara cosas de los Testigos de Jehová no se empantanara en algo que no está pensado para él. Si un testigo de Jehová quiere venir a leer cosas de católicos, bienvenido sea, pero que no venga engañado, que no venga creyendo que es de los suyos. No me gustan las páginas evangélicas con pinta de católicas, las páginas católicas que imitan a evangélicos, las páginas provida que hacen pensar que es proaborto, las páginas creyentes que hacen pensar que son ateas, etc.... no me gusta engañar (ni ser engañado).
Cuando el otro busque una página católica, tiene que saber que tiene esta y aquella, pero no que se le imponga una página católica si no la buscaba, y con engaño. Si yo quitara el epígrafe "portal católico" a El Testigo Fiel, sería difícil reconocer rápidamente la identidad católica del sitio. Se podría, desde luego, pero habría un rato en que el lector estaría desorientado/engañado.
Pero entonces -me dirán- hay una identidad católica en los sitios, e incluso puede ser bueno -o al menos necesario- explicitarla, ¿cuál es el problema con las «20 cuentas católicas imprescindibles»? ¡Claro que hay una «identidad católica» en los sitios! eso es sencillamente innegable. El problema, creo yo es doble: si esa identidad es un punto de partida o de llegada, y para qué queremos esa identidad.

Pienso que la identidad tiene que ser un punto de llegada: puesto que quienes hacen el sitio son católicos, y puesto que los contenidos pretenden expresar, reflejar, debatir, la cuestión católica, resulta que el sitio es un sitio católico.
Nos damos cuenta cuando la identidad se ha tomado como punto de partida y no de llegada, porque enseguida el sitio/institución se cree idéntico con la fe católica. Por ejemplo, hay un sitio relativamente nuevo llamado "Infovaticana", no es un sitio oficial ni mucho menos, sin embargo utilizan en el logo el escudo papal como si lo fueran, y no parece que les dé ningún reparo en ello. Estoy seguro que no quieren (subjetivamente) engañar a nadie, pero de hecho se sienten "tan católicos", tan "del riñón" que ¿por qué no habrían de usar el escudo papal? y así de hecho engañan (por ejemplo a mi Sra. que me dijo el otro día que tal noticia la había publicado "La Iglesia"..., pues no, la publicaron unos señores católicos, de un sitio privado llamado infovaticana, buenos o malos católicos, como yo).
Idealmente el nombre de católico no debería figurar en ninguna parte, debería ser algo que los demás descubren, que se nos reconociera por el "hacer católico", no por la etiqueta o el logo.

Pero el problema mayor, creo yo, y es lo que me parece que hace que lo de los "20 sitios..." me dé repeluz, es que cuando partimos de la identidad católica terminamos, querámoslo o no, en un catolicismo de corralito... Me acuerdo de haber ido de joven a algunas manifestaciones políticas en Argentina; naturalmente se mezclaban allí gente de toda clase de sudores, pero los partidos de más a la izquierda (PI, PO, etc) iban envueltos en una soga: el corralito identitario. Soy de izquierda, que no me pierda...
Algo así pasa con los "sitios católicos" que toman el catolicismo como punto de partida, que de tanto creerse "punto de referencia para católicos" en la red, terminan privilegiando la identidad abstracta, pensada (y a menudo meramente imaginada) por sobre la identidad real, es decir, el hecho de que el catolicismo son los creyentes, los buenos creyentes y los malos creyentes, las manos, los pies y los glúteos del Cuerpo de Cristo, Cabeza de su Iglesia.
De allí a juez de la catolicidad de los demás católicos hay un solo paso, y me temo que la mayoría de los "20 sitios..." de la lista han dado ese paso más de una vez, algunos lo dan de manera habitual, alguno hace de dar ese paso una nota de orgullo e identidad.

viernes, 29 de agosto de 2014

Una cosa que me gusta de Francisco...

...es que hable tan sencillo, que tenga bien definido a qué público quiere hablar y sepa cómo hacerlo. Dice cosas mucho menos "rompedoras" que lo que los medios le atribuyen, pero incluso eso, el hecho de que los medios lo vean como un papa "rompedor" es algo muy bueno, ayuda a llamar la atención sobre sus palabras, y a que gente que normalente no se detendría a escuchar al papa, lo haga... ¡y le entienda!
Cuando el papa Benedicto XVI en su encíclica "Deus Caritas est" (nn. 3ss) puso al "agape" en serie con el "eros", mostrando que no hay una total ruptura, sino una continuidad dialéctica, fue mucho más "rompedor" que cualquier catequesis de Francisco... y es curioso que los medios críticos con el papado no le hayan sacado chispas. Pero de lo que sí podemos estar seguros es de que muy pocos entendieron en el momento de qué estaba hablando.
Por supuesto, no significa que una palabra es "más buena" cuando llega inmediatamente, y es "menos buena" si es intelectual, difícil o alambicada... ¡justo yo, incapaz de hablar en sencillo, no diría eso nunca! Una palabra es buena en la medida en que es verdadera, independientemente de si es sencilla o complicada, rompedora o tradicional. A salvo eso, lo de Benedicto tardará mucho en llegar, se habrá perdido la memoria de su pontificado y los teólogos seguirán "haciendo descender" la doctrina de la continuidad tensa entre eros y agape a formulaciones más elementales y "prácticas", mientras que lo que dice Francisco provoca otra clase de efecto, más inmediato, y tan necesario como el "efecto teológico".

Todos necesitamos que se nos hable personalmente, no basta con que nos digan que Dios dijo tal o cual cosa, necesitamos más bien sentir que Dios se dirige a nosotros, y para eso estableció él mismo las mediaciones sensibles. Si nunca sentimos que la Iglesia es ella misma el Dios que habla a cada uno en su lenguaje, entonces la Iglesia no sirve para nada.
Le tocó el turno al lenguaje sencillo, al que no le toca casi nunca, al lenguaje poco "técnico", que parece incluso "descuidado", pero también al lenguaje de problemas religiosos de todos los días, el chismerío, el arribismo, el parroquialismo cerrado... Jesús ha querido ahora pasar de la casa del fariseo cultivado, con quien discute en lenguaje de teólogos, a la casa de Zaqueo, a quien le dice "hoy ha llegado la salvación a esta casa", y esa palabra le perfora el corazón.
Una frase marginal de la entrevista en el avión al regreso de Corea no parece haber llamado mucho la atención de los blogs católicos, pero es toda una novedad: "Yo no soy teólogo". Y no se limita a decirlo: en el curso de la entrevista, frente a una pregunta sobre Mons. Romero, dice que la cuestión en sí debe ser estudiada por los teólogos, pero "piensa que..."; incluso sin ninguna clase de problemas reconoce que "su" próxima encíclica la están redactando gente competente en ello, precisamente porque no es la charlita del avión, sino un texto de Magisterio. Francisco siente (creo yo) muy hondamente que él no es teólogo, y actúa como tal.
Eso es magnífico: ¡hemos sobrecargado a lo largo de la historia al papado con tantas cosas! entre ellas con la responsabilidad de ser teólogo, y es más: de ser un gran teólogo. Y así como en otras ocasiones el papado se desprendió de la tiara, de la silla gestatoria, etc.... ahora se desprendió de algo que tampoco es bueno que le siga pegado: el papa no es, por ser papa, un teólogo, ni mucho menos un gran teólogo, lección que a lo mejor -Dios lo permita- le hace cosquillas a algunos obispos.
Para teólogos están los teólogos, para exégetas, los exégetas, para comunicadores sociales los comunicadores sociales, y para pastores los pastores. Pedro está para ser ícono de la unidad de la iglesia, lo que incluye ser ícono visible del Dios que se acerca, en Jesucristo, a cada uno. En el lenguaje y modo que cada uno requiere. Ese es su modo de ser pastor y maestro.

domingo, 10 de agosto de 2014

Sonatina «Horacio Dantur»


Cuando murió mi papá, el 18 de marzo de este año, escribí una noticia sobre él en este mismo blog, donde, con toda la tristeza del momento, presentaba su figura, en especial en relación a su música.
Unos días más tarde, el 12 de abril, moría también en Buenos Aires el Sr. Horacio Dantur, compañero de secundaria en el Nacional Buenos Aires y amigo de mi papá. Yo no lo conocía, pero su hija, la Sra. Alejandra Dantur, buscando información sobre mi padre en el web, llegó hasta mi post. Por los libros que escribió y su vida pública (aunque opacada en los últimos años), googleando "Hector Della Costa" salen varias entradas, pero Alejandra vino a mi post, de lo que tengo que agradecer a Dios.
Resultó ser que a los 17 años mi papá escribió una sonatina para violín y piano, que dedicó a su amigo por su cumpleaños, reservando la parte de violín para Horacio, y la de piano para un tal Agüero -seguramente como ellos compañero del Buenos Aires-. La partitura la guardó Horacio como un tesoro, y llegó así a manos de su hija, cuyos hija e hijo a su vez estudian piano y violín, respectivamente.
Con gran generosidad, entre los tres pasaron la partitura manuscrita a una edición electrónica en Finale (¡en el endiablado Finale!), y ya es escuchable electrónicamente; mientras tanto, según creo, la preparan para ejecutar humanamente. ¡Y todavía Alejandra me pide disculpas por mail por haber tardado "tanto"!
Es una partitura compleja, evidentemente papá quería mostrar todo lo que sabía en composición, así que no se ahorró notaciones extrañas ni disonancias curiosas. Pero es a la vez fresca, y contiene ya en germen lo que será luego su música de compositor maduro: el oyente no se da cuenta de que está escuchando algo muy difícil, a él le suena natural y sencillo. Es la estela de los artistas que templan su espíritu en Mozart: no necesitan decir "miren qué complicado soy".
Por el dominio de la escritura es evidente que no es su primera obra, aunque sí es la primera y más antigua que tengo de él. De hecho yo estaba convencido de que, aunque sabía leer música desde joven (gracias a lo cual tuvo su primer empleo en SADAIC), había comenzado a componer de mayor; no tenía idea de que lo hiciera ya tan tempranamente.
Me uno por completo al juicio que me hizo Alejandra por email y que me permito transcribir:
«para mí es una obra muy bella, singularísima, llena de disonancias y armonías no convencionales. Me emociona escucharla; se percibe claramente que es el trabajo de una mente joven y, sin duda, genial.»


Sonatina Horacio Dantur by ejecución midi on Grooveshark

Hay que recalcar que es ejecución electrónica (automática), y ni el violín ni el piano suenan con calidad (por ser los sintetizados en un ordenador normal), ni con la calidez que le da la interpretación humana. Pero sirve para hacerse una idea.

Las imágenes que acompañan son el escaneo de la primera página del original (con la caligrafía musical tan característica que acompañó a papá toda su vida), y la misma, tipeada. Muchísimas gracias, Alejandra e hijos, un trabajo emocionante y absolutamente impagable.

martes, 22 de julio de 2014

El derrotismo por sistema


En la estupenda serie «Deshinchar a Castellani», que Hernán está desarrollando en su blog, y que recomiendo a todos los que les gusta Castellani sin estar en lista de espera para casarse con él, se explaya sobre la actitud del cura (y con él de mucha "intelectualidad" de la época) ante el alunizaje del 69. De allí salió la referencia a palabras de Pablo VI en el mismo contexto del hecho: la audiencia del miércoles 23 de julio de 1969 habla elogiosamente del progreso técnico, de cómo ese progreso no se opone a la fe cristiana, y allí se encuentra este párrafo:

«[...] también podríamos observar, de paso, cuán fuera de lugar está, al menos en este campo, ese derrotismo hoy de moda contra la sociedad y sus emprendimientos, y en general contra la vida moderna. Este derrotismo seduce incluso hoy a buena parte de la juventud, y a hombres de pensamiento y de acción; hablan de progresismo insolente, lo cual parece conferirles un aire de superioridad; cuando están llenos de instintos rebeldes, y de un desprecio prejuicioso contra nuestro tiempo y su esfuerzo creativo. Pero la vida es cosa seria; y así nos lo enseña la cantidad inmensa de estudio, gastos, trabajo, tentativas, riesgos y sacrificios que una colosal empresa -como esta espacial- ha exigido. Criticar e imprecar es fácil; lo difícil es construir y cooperar; no sólo en este tipo de iniciativas sino en muchas otras que fundan nuestra civilización actual.
Por esto, creemos que el acontecimiento que celebramos nos obliga a reconsiderar y a apreciar los valores de la vida moderna. No negamos el derecho a la crítica, y no nos oponemos al genio de la juventud con su instinto empancipador e innovador. Pero creemos que el decadentismo iconoclasta y sin amor de los impugnadores de profesión es indigno de esa juventud. Los jóvenes deben acoger el impulso idealista y positivo que conlleva la magnífica aventura espacial.
Y aquí una consideración más: nuestra abierta aprobación hacia la conquista progresiva del mundo natural, hecha mediante la investigación científica y los avances técnicos e industriales, no está en contraste con nuestra fe, y con la concepción de la vida y el universo que ella comporta.» (tr. Hernán)

El problema no es propiamente ver derrotas donde hay derrotas, e incluso lamentarse por ellas, sino el derrotismo por sistema, el suponer que porque algo es nuevo, o aceptado por muchos, o vigente, a actualizado, es necesariamente sospechoso, cuando no por principio equivocado y demoníaco.

«Hijo, estos tiempos no son lo que era antes...» esa frase no proviene de un nostálgico de nuestro siglo, sino de un poema egipcio del siglo XXV aC. Hace 4500 años, y más también, ya experimentaban la falta de suelo, de certezas, de estabilidad, de la vida vivida y experimentada hoy, y ya se angustiaban por compararla con la aparente solidez de la generación anterior. Solidez sólo aparente, porque comparamos algo en desarrollo con algo que ya ha dado frutos. El mito de la edad de oro sigue funcionando en nosotros con la misma fuerza que en los tiempos de Hesiodo.

El devenir del mundo es siempre una transición, a nuevas formas de concebir y experimentar la humanidad, y crecer en ello; eso es y fue siempre así, pero hay épocas, como la nuestra, en la que los cambios se aceleran, la desorientación general es más grande, y un derrotismo de "los lúcidos" -que pretenden parapetarse en las certezas ya conseguidas siglos antes- no aporta nada, y por el contrario, ayuda a que crezcan la angustia y la desazón.
Porque el peligro del derrotismo por sistema no es con uno mismo. Si todos nuestros problemas fueran nuestros personales sentimientos y estados de ánimo, ya está cada uno para apañarse con ellos. El problema fundamental es que somos custodios los unos de los otros. Custodios por naturaleza, pero los cristianos sabemos que también lo somos -doblemente- por gracia.

La comunidad de Corinto le plantea a Pablo el caso de un cristiano que escandalizaba por su inmoralidad. La primera reacción de Pablo fue preservar la pureza escatológica de la comunidad (1Co 5) y mandarlos que expulsen al mal hermano. En aquellos tiempos muy iniciales de la Iglesia (esta carta se escribió un par de décadas antes que los evangelios), aun esperaban que la venida del Señor fuera inminente, entonces no cabían planteos como los que puede hacer hoy un papa Francisco, de la Iglesia como "hospital de campaña", era más la agrupación de los que estaban a la espera del acontecimiento inminente, y es lógico que desarrollaran ese sentimiento de superioridad que da el saberse del lado de lo verdadero y definitivo.
Lógico, pero ¿adecuado?. El propio Pablo reflexiona sobre ello, y produce una segunda respuesta, de mayor profundidad:
«Bastante es para ese tal el castigo infligido por la comunidad, por lo que es mejor, por el contrario, que le perdonéis y le animéis no sea que se vea ése hundido en una excesiva tristeza. Os suplico, pues, que reavivéis la caridad para con él.» (2Co 2,6-8)
La primera respuesta miraba al ideal de la comunidad, la segunda mira a la realidad del hombre, a ese ser débil, que siempre está al cuidado de los demás, incluso cuando aparentemente no lo esté, o diga no estarlo, o crea no estarlo. Somos en parte responsables de la tristeza o alegría (auténticas) que haya en el mundo, y la continua denuncia, la continua descalificación, la continua queja, la continua desvalorización, aun cuando se hiciera sobre cosas completamente ciertas (que además no siempre es así), en tanto aumenta el estado de tristeza en el mundo, lo cierra y envuelve en su no-salvación, en su angustia y aprieto de estar fuera de Dios.

No se trata de optimismos o pesimismos. Esos son estados psicológicos, que pueden o no darse, subjetivamente, y están o no ligados a los datos de la realidad. No se trata de estados psicológicos sino de mirada -incluso de forzarse-, de echar un tipo de mirada que sabemos que ayuda, que "cuida", que alienta y traza camino.

Si pueden ser ciertas muchas cosas que la mayoría de sitios católicos denuncian sobre nuestro mundo presente, el hecho de que esa denuncia se haya convertido en el sistema de "ser católico" en la red, en la cara visible del catolicismo virtual, lo vuielve enfermizo e inválido, por no decir abiertamente antievangélico.

sábado, 5 de julio de 2014

¿Qué espero del sínodo de la familia?


La verdad es que a la vista del "instrumentum laboris" y de la ideologización general que hay en la Iglesia, según la cual importa primero si eres "progre" o "retro" y luego si hay razones en lo que piensas, hay poco para esperar del Sínodo y de nada. Pero de todos modos un sínodo, hermano menor de un concilio, es un acontecimiento especial de gracia, un momento de impulso del Espíritu Santo, y él sí puede hacer mucho, como hizo mucho en cada uno de los concilios, en especial en el Vaticano II.
¿No será "en especial en el de Nicea I" o "en especial en el de Trento"? No, es "en especial en el Vaticano II", porque en cierto sentido todos los anteriores lo tuvieron un tanto más fácil (y fueron concilios difíciles, de tiempos muy conflictivos!); el Concilio Vaticano II tuvo que bregar por hacer pasar a la Iglesia del repliegue en sí misma de la modernidad a una nueva apertura, que la recondujera a lo que ella es: nada en sí, todo desde Cristo, todo para el mundo. Fue un concilio para pasar de la modernidad a la posmodernidad.
No se consiguió en todo, pero sí en mucho. Entre los diversos "aggiornamientos", doctrinales, teológicos, litúrgicos, pastorales, no se abordó un aggiornamiento muy necesario, pero para el que posiblemente la Iglesia no estaba preparada: el aggiornmamiento moral. Sólo la moral (no específicamente la sexual, pero es la más visible en este punto) quedó anclada en el moralismo moderno.
Sería una simpática ironía (de esas que gustan al E.S. y que tanto se ven en la Escritura) que un moralismo inventado por jesuitas sea liquidado por el primer papa jesuita; pero bueno, no es él el que lo liquida, sino una Iglesia que en este momento marcha en ritmos (mal) sincopados: una buena parte va bastante a tempo, en el ritmo del Concilio Vaticano II, tratando de mantenerse pertrechada para el encuentro con la posmodernidad, y una parte viene un tiempo más tarde, a las cansadas, arrítmicamente sincronizada todavía al mundo moderno, y respondiendo a criterios y problemas que el mundo ya no tiene.
Porque toda esa moral que algunos se aferran en defender como el non-plus-ultra de la moral cristiana, o el destilado quintaesencial del irreformable pensamiento de la tradición (perdón, de la Tradición), no tiene más de cinco siglos, es jesuítica de punta a punta, porque es casuística de punta a punta, y tiene como eje el muy jesuítico reemplazo de la conciencia personal por la conciencia del director espiritual.
Claro que ya no es común el director espiritual, así que a la heteronomía de la conciencia hasta cierto punto admisible de abandonarse en manos de otra persona de más experiencia, le sucedió la heteronomía de abandonarse a la interpretación (de más en más literalista y carente de matices) de encíclicas y documentos... La pregunta moral por excelencia «¿entonces qué debo hacer?» resulta ser respondida con: «Lo que dice la "Humanae Vitae"».
Lo que espero del Sínodo de la familia es que se anime a poner como punto de partida la conciencia del creyente: no los documentos, ni la doctrina, ni el director espiritual, sino la conciencia de cada creyente, a partir de lo cual cobran sentido las demás realidades.

Por ejemplo, a la pregunta "¿puede comulgar el que está en una unión matrimonial irregular?" Yo desearía que se respondiera: "es algo que cada creyente tiene que preguntarse y responder primero desde sí mismo, desde su propia conciencia de creyente, en oración, ante la Escritura, ante el Santísimo, ante la exigencia misma de la grandeza del misterio al que quiere acceder. Si le resulta enorme el peso de esa respuesta, que lo consulte con su confesor, su director espìritual, su párroco, su obispo".
No otra es la pregunta que debe hacerse cada creyente para entrar en comunión con su Señor, y en él, con la Iglesia. Resulta un tanto indigno pretender reducir la cuestión a una lista, necesariamente casuística, de los que pueden y los que no pueden comulgar.
La responsabilidad de acercarse a la comunión o no hacerlo sólo la puede tener el propio creyente, ya que tenemos los dos mandatos contrapuestos de respetar la trascendente santidad de la Eucaristía, al tiempo que el contenido de esa misma Eucaritía es "tomad y comed todos de él".

Otro ejemplo: la Humanae Vitae retoma (un poco a regañadientes, n. 7) el concepto de "paternidad responsable"; hace una estupenda síntesis doctrinaria de un concepto cristiano de matrimonio y amor conyugal (nn. 8-9), y luego deduce de allí, entre otras cuestiones, la del control de la natalidad: "En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan, por tanto, libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la Iglesia" (n. 10)
Como principio, no podría estar mejor dicho. Ahora bien: el resultado histórico es que lo que no se dejó a la libre autonomía, en vez de volverse teó-nomo -que es lo que introduce como concepto: "conformar su conducta a la intención creadora de Dios"- se volvió "heterónomo": "¿Entonces, ¿qué método me deja usar la Iglesia?", o aun peor: "La Iglesia te deja usar este método, pero no este", "curso para aprender el método de la Iglesia", etc.
Se sentó a la vez una ficticia división entre métodos "naturales" (típicamente el Billings) y métodos "artificiales". División cuestionable por dos motivos:
-Porque el llamado método "natural" es tan técnico como los otros, sólo que toma como parámetro el ciclo ovular (más visible y por ello en apariencia más "natural"), en lugar de incidir en modificar ese ciclo, como las pastillas, o impedir la unión de óvulo y espermatozoide con una barrera. Sólo es "natural" en apariencia, o bien todos son naturales, porque todos actúan sobre posibilidades que están en la naturaleza de la relación sexual.
-Porque si en los documentos conciliares se habla de que la creación humana y técnica es extensión del poder creador divino, y que cuando el hombre incide en la creación no se opone a los designios creadores divinos sino que más bien los actualiza (esto es doctrina común, incluso mencionada en HV n. 16), ¿cómo es que se va a parar a un concepto en el que la incidencia técnica del hombre parece como raigalmente -y no sólo accidentalmente- opuesta a la acción creadora de Dios?
De esta división surgen los resultados de una lectura heterónoma (y por tanto exterior) de una doctrina que daba (y puede seguir dando) para una comprensión personalista de la cuestión de la natalidad, en donde la conciencia de los esposos fuera el punto de partida, y el diálogo conyugal el lugar donde el poder creador de Dios hablara.

Pienso yo que hay un consenso muy grande entre los creyentes para admitir cambios que serán -sean cuales sean- radicales, si es que se va a las raíces profundas de los problemas, y a la raíz profunda por excelencia, el cambio de época.
El consenso de los creyentes es fundamental, del momento en que en la fe vivida se expresa gran parte del Espíritu. Y en este momento muchos creyentes sinceros, bienintencionados, formados, no pueden, en conciencia, plegarse a las exigencias de una moral puramente moderna (es decir heterónoma y casuísitica), por lo que se da esa impresión de desafección por parte de una masa importante de católicos. No se trata de nada orquestado: la desafección tiene, creo yo, la raíz de no poder discutirse con alguien que de antemano siempre va a tener la razón (la Iglesia), y al mismo tiempo entrar en colisión con lo que personalmente se cree, se vive, y se ve como proveniente de Dios.

Me parece a mí que poner las bases de una superación de esa "arritmia" de la que hablaba antes podrá ser -y ruego que lo sea- uno de los frutos de este sínodo. Independientemente de que los documentos serán, como siempre, conciliadores con todos, y de que conseguirán, como siempre, no dejar conforme a nadie.

martes, 1 de julio de 2014

Jesús y el «sentir general»

Francisco me hace una interesante observación en el post «Ir al mundo». Quise responderle allí mismo, pero mi propio blog me dice que es una respuesta muy larga... cria blogs, y te sacarán las letras.
Dice Francisco (para más contexto, ver todos los comentarios al post):
¿qué debe hacer un cristiano cuando se da cuenta de que no sólo se trata de desiciones puntuales como la del vecino moroso sino de que, peor aún, los fundamentos y objetivos de su comunidad son perversos? Supongo que si la junta de vecinos me convoca a medianoche con antorchas y aperos de labranza para expulsar al vecino moroso o acudir al juez de paz para que ordene a la fuerza pública realizar esta tarea yo podría abstenerme u oponer una objeción de conciencia, pero en el fondo me estoy beneficiando de esta política esencial para la supervivencia de la comunidad.
El alfa y el omega de los estados nacionales es la resistencia al mal, y actualmente el crecimiento económico es el fetiche. Se sostienen sobre la quema del petróleo que provoca muerte por contaminación y guerras, se industrializa todo, lo que provoca la alienación del hombre y la crueldad con los animales, etc.
Es decir, yo puedo tener un exquisito respeto por esta verdad de los otros, pero ¿puedo influir positivamente desde dentro si pertenezco al ku-klux clan? ¿Qué consideración tuvo Jesús con el " sentir general"?
Esto es lo que pienso al respecto:
¿Qué consideración tuvo Jesús con el "sentir general"?
Ahí está la raíz de todo, no en la pregunta abstracta acerca de lo que yo como cristiano podría (o debería) hacer, sino en lo que este buen señor, un tal Jesús, en tal momento de la historia, decidió hacer; y en tanto ese buen señor resultó ser el Señor de la historia, qué me cabe a mí hacer en su nombre y como imitación suya.
Pienso que cuando la fe cristiana inicial fue ahondando desde ese "misterio de Dios en Jesús" que despunta en Marcos, pasando por el origen divino de Jesús en su concepción (Mateo, Lucas), hasta recalar en la preexistencia misma de Jesús (Juan), y su soberanía sobre la historia ("nadie me quita la vida...", etc.), a despecho de las dificultades que luego tendríamos para convertir eso en una serie de frases inteligibles, puso el acento en el punto de la aceptación por Dios de lo humano, de todo lo humano, de lo más oscuro y tenebroso.
Luego podremos semiracionalizar eso imaginando un pecado como una especie de mancha que va tocando a los seres humanos en tanto ellos tocan la existencia, o un ser poderoso y malvado que trata de robar este mundo de las manos del Padre... representaciones que contienen un núcleo de verdad, mucho símbolo sin lo cual no se puede decir esa verdad, y mucha imaginería mitológica adosada, pero lo que está en el fondo es que este mundo tal cual es, y no cuando sea puro, sino ahora, es amado por Dios.
Los jefes religiosos (y diría que la "religión natural" y las "expectativas religiosas del momento") sólo pedían una cosa para aceptarlo: «compórtate como nos dice nuestro instinto religioso, da un golpe sobre la mesa, expulsa el mal de nuestro entorno y te creeremos" (es lo mismo, como puedes ver, que siguen diciendo los sitios católicos actualmente).
Pero él no hizo nada de eso, al contrario: comió con pecadores y publicanos, les dio esperanza, les habló del amor incondicional de Dios, les sanó algunas heridas, no todas, se lamentó con ellos de la estupidez de su generación, y se subió tranquilamente a la cruz; amando incluso a los que lo hacían subir.

A mi entender eso es el programa de la vida cristiana: no tengo, ni debo, ni puedo esperar nada del mundo, tampoco de mí mismo. Sólo estar allí en lugar de estar en otra parte. Eso es ya un fermento en la masa. En la medida que se pueda, fermentar más. Cuando se puede, cuando cabe, dar una palabra explícita sobre el amor de Dios a este mundo; cuando no cabe, darla implícita; cuando ni eso cabe, simplemente permanecer. Como hacían los mártires en los primeros tiempos (y ahora).
Dices, humorísiticamente: ¿puedo influir positivamente desde dentro si pertenezco al ku-klux clan? Sí, es la única manera de influir positivamente. Las denuncias desde afuera, y los likes en facebook no influyen en nada: Pon me gusta si quieres que no se derrita el ártico. Bueno, pues me gusta, y? La única manera es pertenecer a la massa damnata, aceptar que se pertenece a ella, que es nuestro lugar, que es allí donde somos plenamente lo que somos. Y sólo así se puede "denunciar" sin caer en estúpidos moralismos o paralizantes utopismos.
Sólo si acepto desde mi interior que yo no soy distinto del político del que me quejo, que yo posiblemente me tendería a beneficiar del sistema, sólo que no tengo la oportunidad, puedo influir eficazmente (aunque de a poco y en forma lenta, para no arrancar sino enderezar) en que mejore el ejercicio de la política. Es un ejemplo.
Pero puedo hacerlo porque vivo en mí mismo la tensión entre el perdido y el redimido, porque no soy yo el redimido y el perdido el vecino, o viceversa.
Imagínate si toda esa masa de personas que se sienten perfectos porque piensan distinto que el mundo, usaran ese mismo montante de amor en vez de para amarse entre ellos y a ellos mismos, para amar al mundo tal como es, y al cual pertenecen en toda su imperfección, ¿te imaginas la cantidad de amor circulante que habría? Eso solo cambiaría la historia. Una obra de teatro de Javier Daulte ("Nunca estuviste tan adorable") lo dice más o menos así: "en el instante que dos personas concibieron un hijo, en ese instante se amaron, así que hay mucho amor en el mundo."

lunes, 30 de junio de 2014

Tiempos oscuros

El Huffington Post publicó ayer que por fin el gobierno contestó al ofrecimiento que hizo la directora del Canal Historia de dotar sin cargo de testículos al león Daoíz, uno de los dos que enmarcan la entrada del Congreso de los Diputados, en Madrid, y que no tiene testículos.
En 2012 el Canal Historia había comenzado a investigar por qué no estaban, y si era producto de un robo o cuál era la razón. Y llegó a la conclusión de que «no existía razón artística, histórica, biológica o de cualquier otro tipo que justifique la ausencia de ese elemento». Es entonces que la directora del canal ofreció colaborar para que el león estuviera «completo».
Desde el gobierno declinaron el ofrecimiento, haciendo prevalecer el criterio de que la ausencia de elementos en una obra de arte, por rotura o cualquier otra causa, forma parte de la historia de la pieza, y de que incluso en este caso una intervención actual en el bronce podría ser contraproducente.
Lo que llama la atención es que ninguno se haya planteado que los dos leones estén representando a Atalanta e Hipomene, la pareja convertida en leones por la diosa Cibeles para evitar que se amaran (Robert Graves, Los mitos griegos, 80l). Uno de los cuales (Atalanta) carecería, naturalmente, de testículos.
Yo no sé si Daoíz y Velarde representan a Atalanta e Hipomene, pero da la impresión de que el hecho de que a uno de los dos leones le falten los testículos, y que no haya en la historia registrado ningún robo, deterioro o fallo al respecto, debería llevar la investigación por ese lado. Quizás en los papeles que se conserven acerca de su hechura (no son tan antiguos) se pueda encontrar alguna alusión del artista al proyecto.
No entiendo que a nadie del canal Historia, ni del Ministerio de Cultura se les haya dado por preguntar lo más obvio: ¿no será que esta obra de arte es exactamente así?

jueves, 26 de junio de 2014

La nueva kakangelización


En griego "kakón" (que significa malo, torpe, etc.) se usa como prefijo opuesto a "eu" (que significa bueno, adecuado, etc.). Así que si "eu-angelion" es una buena noticia -y para nosotros la Buena Noticia por excelencia: Jesús=Dios con nosotros-, "kak'angelion" vendría a ser una mala noticia; y tal vez la mala noticia por excelencia: estamos perdidos, en la sombra y la tiniebla, deambulando en el vacío.
Cualquiera diría que la palabreja me la inventé yo, pero no: aparece ya en Plutarco y en Esquilo. Es que esto del vértigo de la tiniebla, de sentirse más perdido que salvado, confiar más en la oscuridad que en la luz es algo bastante nuestro. El propio Juan dice que «los hombres amaron más las tinieblas que la luz» (3,19). No es tan claro que los hombres deseen salvarse. Y aun peor: que los que están enviados a anunciar la Buena Noticia deseen hacerlo, y no encuentren más bien excusas para kakangelizar.
Gracias a un tuit de Hernán pude ayer leer algunas partes de este libro. Una interesante lectura, que resume muy bien el espíritu de la kakangelización: esta vida es un infierno, y es sólo el anticipo del que en realidad nos espera, dispuesto por Dios para toda la eternidad. Por supuesto, eso no impide que sepamos que también está el cielo, pero así lo enuncia el autor: «para conocer la horribilidad del Infierno es medio muy proporcionado poner los ojos en su contrario, que es el Cielo» (pág. 534) luego viene una descripción a trazos gruesos de los placeres celestiales, tras lo cual vuelve el autor a lo que toca: los infiernos de esta vida, anticipos infinitamente menores a la «oscura cárcel que la infinita justicia de Dios fabricó en la creación del mundo en medio del corazón de la tierra» (pág. 537).

El cometido de la evangelización es anunciar que estamos por fin salvados, que quien lo desea, puede ir a la luz: «los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11,5), sin embargo andando el tiempo, fueron imponiéndose de a poco las sensibilidades kakangélicas, de tal modo que el anuncio se invirtió: «oh, tú, horrible mundo, tú, que prefieres la tiniebla, ¡estás condenado!».
Y no se crea que aquel texto sobre el infierno constituye una excepción, porque es muy viejo (de 1750). La cosa llegó incluso a textos de devoción, como el tan central «pésame», que todos hemos aprendido de chicos: «pésame por el infierno que merecí, y por el cielo que perdí». Parece muy devoto, pero es horrible, completamente kakangélico, que un cristiano ponga por delante su dolor por el pecado, antes que el perdón que ya le ha sido dado, y la alegría del cielo por la vuelta (otra cosa sería que dijera «por el cielo que podría haber perdido»).
Toda esa predicación del infierno más que del cielo, de nuestro obrar más que del de Dios, de la perdición, más que de la salvación, de la sombra más que de la luz, fue declinando de a poco: simplemente el mundo dejó de escucharnos. Cualquiera pensaría que es porque el mundo no quiere infierno sino cielo, o porque la gente es demasiado optimista... No lo creo. Pienso que sigue valiendo la observación de Juan: el hombre natural ama más la tiniebla que la luz, sólo que no necesita de nosotros para descubrirla. El mayor halago que tenemos los seres humanos para cualquier cosa es afirmar que «vale la pena», con lo cual ponemos la pena y el dolor como moneda de cambio. Ese cristianismo de condena y pesadumbre no es necesario, porque el mundo mismo no experimenta sino la condena y la pesadumbre, ¿qué de nuevo le anuncio si le anuncio eso? «¡A vivir que son dos días!», se dice en el mundo...

Pero llegaron los tiempos de la nueva evangelización. El papa, creo yo, nos está dando un interesante ejemplo de equilibrio en cómo no olvidar los aspectos sombríos que la fe implica, teniendo a la vista el anuncio de la buena noticia, no de la mala. Es decir: implicar los aspectos sombríos sin convertirlos en mala noticia, ni mucho menos en centro del anuncio. No digo que el papa sea el único, ni sea apto para todas las sensibilidades, pero en general es un buen ejemplo de cómo hablar del demonio, de la excomunión, y de las demás realidades «de la sombra», sin hacerlo como centro de la fe, sino más bien como recorte de ese centro luminoso que está a cada paso en sus labios de predicador.
Sin embargo, junto a esta "nueva" evangelización, se está desarrollando también con bastante fuerza una nueva kakangelización, un nuevo modo de predicar las sombras, de amenazar con la condena, o de medir la salvación a partir de la condena. Se trata de todos esos sitios católicos que se dedican a demostrar que el mundo "fue y será una porquería", y a medir su propia santidad y pureza de costumbres con el fango infinito en el que el mundo está sumido. ¡Como si el mundo no lo supiera! ¡Como si cada uno de nosotros no supiéramos -como si no lo sintiéramos a cada instante- que solos estamos perdidos!
Todos estos anunciadores de desgracias, predicadores de la muerte y de las negruras de la existencia olvidan que el mundo no era distinto cuando llegó el evangelio: estaba repleto de los mismos pecados que ahora, y hasta en mayor cantidad. Si tenemos escasas palabras condenatorias de este mundo y sus costumbres en el Nuevo Testamento fue precisamente porque en sus tiempos vitales la fe cristiana no hizo de eso su centro: predicó la gracia y la aceptación sin condiciones, y sólo cuando abrió el camino del amor de Dios en el mundo, los hombres fueron descubriendo las profundidades de ese amor y cómo expresarlo en sus propias vidas, y crearon instituciones nuevas y adecuadas para dar cuenta de ello.

Ese es el camino que debemos seguir, quizás con un nuevo énfasis en la responsabilidad absolutamente personal de ese descubrimiento de amor, que no era el énfasis de la cultura en la que nació el evangelio (y que justifica hablar de la necesidad de una "nueva" evangelización), pero con su misma impronta: hablar de lo que nos toca, y no hablar de lo que no nos toca. Porque no hemos sido enviados para juzgar sino para anunciar la salvación. Un anuncio del que depende nuestra propia salvación.

viernes, 20 de junio de 2014

Un 81% de asesinos...

Ayer leí un tuit (supuestamente) provida, que me dio repeluz y una inmensa vergüenza de tener algo que ver, aunque sea indirectamente, con quienes escriben esas cosas (el sólo hecho de que apareciera en mi TL, aunque no fuera de nadie mío, indica que estoy conectado de alguna manera). Decía:
«El 81% de los andaluces son asesinos de niños», y remitía a este link:  donde el copete de la «noticia» comienza por aclarar: «Según un sondeo del Centro de Estudios Andaluces, el 81% de los andaluces apoyan aborto.»
Es decir que queda claro que para el autor del post, el apoyo a una ley que permite el infanticio es exactamente lo mismo que el infanticidio.
Es tan absurdo, tan fuera de toda perspectiva, de toda consideración honesta de los hechos, en suma, tan ridículo, que luego el propio post consiste en una serie de preguntas donde el autor se cuestiona si realmente los andaluces saben lo que apoyan. Yo más bien preguntaría: ¿no será que el propio autor no tiene la menor idea de cómo relacionar dos hechos y se le ocurre la relación más delirante, lo que lo lleva a no poder siquiera entenderla él, cuánto más a hacersela entender a los demás?
No consumo esa clase de "pensamiento" (llamémosle así, puesto que proviene de un cerebro, órgano mayormente pensante), pero me detengo en este post porque es de lamentar la permanente endecha de los "provida" (muy entrecomillas, cada día una comilla más) porque la gente no entiende las categorías de la lucha pro-vida... ¡categorías que se les sirven en post que equiparan el apoyo a partidos abortistas o a una ley del aborto con el infanticidio!
Hoy leía un post por demás interesante sobre el tema del abuso de niños donde el autor rechazaba de plano que se apliquen indiscriminadamente a los abusadores (y ojo: a los abusadores, no al que vota una ley que finalmente admite el abuso) de "predador" y otra serie de invectivas aparentemente justificadas, pero que en definitiva de lo que hablan es de nuestra nula empatía con la humanidad a la que creemos defender.
Lo dice así, en un párrafo brillante:
And that distinction does matter. Not because it makes statutory rape okay; of course it doesn't. But it does, for example, make the difference between a good man corrupted by his desires and a man who pretended to be good to make his evil more effective. And that difference is important, primarily because different responses are needed, in both cure and prevention, for differing situations. To treat every case of this wrong (or any wrong) as though it were the worst of its kind actually makes things worse, not better; because a response that suits the worst case probably isn't suited to correct the problems of milder, or at any rate different, cases. Which leaves these other cases effectively untreated. And that means that the problem persists.

Debe hacerse la distinción [entre grados de abuso]. No para dar estatus aceptable al abuso: por supuesto que no. Pero sí, por ejemplo, para hacer la diferencia entre un buen hombre corrompido por sus deseos, y un hombre que se hace pasar por bueno para realizar su mal de manera más efectiva [recordemos el caso del fundador de los Legionarios, agrego yo]. Esta diferencia es importante, principalmente a causa de las diferentes respuestas que requiere, tanto en cuanto a la cura como en cuanto a la prevención, para situaciones que son diferentes. Tratar cada tipo de mal (o cada mal) como si fuera el peor de su tipo, es un error, no un acierto. Porque las respuestas que sirven para el peor de los casos, no sirven posiblemente para resolver el caso medio, o de alguna otra proporción en la escala. Esto conlleva a que esos otros casos permanezcan sin tratar. Y eso significa que el problema persiste. (los corchetes con míos, también lo es la pobre traducción)

Volvamos al caso del «asesinato de niños». Entre quienes «admiten» el aborto (y habría que ver si todos realmente lo admiten):

  • hay quienes lo admiten porque es una manera de «normalizar», de «humanizar» lo que ellos/as mismos han practicado. Triste manera, pero no hay necesariamente una aceptación del aborto como tal, sino una fuga hacia adelante de su propio problema interior.
  • quienes lo admiten en el sentido en que teorizan sobre los «derechos» de este o aquel, sin que necesariamente hayan tomado del todo conciencia de lo que está en juego.
  • quienes lo admiten porque viven de ellos (clínicas abortistas).
  • quienes lo admiten porque comen de ello (empleados de las clínicas abortistas).
  • quienes votan en unas cámaras de diputados perversamente sujetas a disciplina de voto.
  • quienes votan a partidos que entre sus plataformas incluyen de manera directa o indirecta el aborto.


Y estos son sólo algunos casos, de muchos más posibles. ¿Se trata siempre de «asesinos»? ¿en el mismo grado? ¿con el mismo significado?
Posiblemente la palabra le quepa al dedillo a los dueños de clínicas abortistas, que representan un muy pequeño (aunque muy significativo) porcentaje de personas que están a favor del aborto, pero entonces, todos los demás han quedado sin tratar: al haber incluido a todos en el registro del mayor, lo que se ha hecho es dejar de entender el problema en su complejidad. Y lo que es peor, se ha rehusado admitir que se pertenece a la misma humanidad donde la separación entre «provida» y «promuerte» es sólo un peldaño, en realidad una minúscula mancha en el ojo que impide ver la realidad de aquello que se elige, o se cree elegir libremente.
Lo que revela esta clase de post es la nula empatía con la humanidad de aquellos que se arrogan estar defendiéndola en sus formas más débiles.

lunes, 16 de junio de 2014

Ir al mundo

Dice un escritor católico que
«en España, los católicos vivimos en alguna de estas situaciones:»

«-Una fe meramente cultural o folclórica. Bodas, bautizos, comuniones y romerías.»
Cuando el conjunto de la fe de un pueblo se reduce a bodas, bautizos, etc. posiblemente se está a un paso de que desaparezca del todo. Eso es cierto. Pero por otro lado no es esperable que todos puedan asumir el riesgo y la tensión interior de la fe cristiana. Dios no llama a todos a eso. Nuestro Dios sigue siendo el Dios que te puede pedir en sacrificio el hijo único (Gn 22), que puede dejar solo al profeta cuya vida buscan (1Re 19,10), porque él mismo fue el Hijo y el Profeta, y todas las demás figuras.
Dios inviste al profeta en su fuerza y al patriarca en su fuerza. Mientras tanto, los sacramentos y el "folclore" hacen de caldo de cultivo, mantienen viva una llama, y en ese sentido son imprescindibles y no deberían ser despreciados por quienes pueden mantener la confesión de la fe gracias al "background" de una sociedad básicamente cristiana.
No digo conformarse con el background, pero tener un poco más de delicadeza al criticarlo: si se es mejor que eso, es un don específico de Dios, y quien lo tenga, si desprecia a los demás será juzgado con mayor severidad por haber pretendido apropiarse de un don.

«-Una fe personalista, que no moleste a nadie y que dialogue con el mundo, renunciando incluso a principios que no son negociables: véase el ejemplo de la ley del aborto y las cesiones continuas al lobby LGTB.»
La fe es esencialmente personalista, es decir, se dirige persona a persona ofreciéndole de parte de Dios un sentido de trascendencia, una vida eterna. En tanto lo hace persona a persona, sólo podrá hacerlo bien si es capaz de hablar a cada persona en su lenguaje.
Si se comienza por creer que los demás están «en lobby», en lugar de pensar que los demás tienen sinceros motivos para pensar lo que piensan, aunque lo que piensan esté errado, y los motivos sean incorrectos, se expone uno mismo a ser considerado parte de un lobby (el lobby cristiano), es decir, no ser tomado en serio, además de quedar imposibilitado de hablar a la persona.
Como buen judío, san Pablo rechazaba con todo su ser cualquier manifestación religiosa que oliera a idolatría. El relato de su predicación en el Areópago (Hech 17) marca muy bien el contraste:
v. 16: Mientras Pablo les esperaba en Atenas, estaba interiormente indignado al ver la ciudad llena de ídolos.
v. 22-23: Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: "Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: "Al Dios desconocido." Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar.
Yo pregunto: ¿era más negociable la idolatría que el aborto o la homosexualidad? San Pablo no tuvo ningún escrúpulo en callarse sus principios cuando le venía bien para ganar una voluntad más. Porque el objetivo de la predicación es que el otro, la persona, ese que vive en el mundo, ese que está en el pantano, reciba a través nuestro (indignamente de nuestra parte) una mano tendida por Dios. No somos ni dueños ni administradores de ninguna verdad, sólo somos el brazo postizo que Dios usa para entrar en el mundo: una prótesis. Eso es el cristiano. Cualquier otra consideración propia que exceda de eso, que implique juzgar la vida de los demás, es pecado, así venga revestida de alta teología.

«-Una fe "de los domingos", ese cumplir el precepto y tranquilizar la conciencia con las pocas monedas que se dan al pobre de la puerta del templo.»
Vale lo mismo que para la primera, con el agravante de que ponerse a juzgar la conciencia de los demás, eso sí que es algo completamente fuera de lugar.

«-Una fe intelectualizada, desencarnada, que asume postulados netamente anticristianos, como aquellos de los filósofos de la sospecha. Un cristiano-nietzscheano, por ejemplo, es un oxímoron. Un cristiano nacionalista es un idólatra.»
La confusión está en creer que el cristianismo es un tabulado de principios, de postulados, y que por tanto entran en competencia con aquellos del mundo.
Si el pensamiento del mundo es Nietzsche, lo que hay que hacer, como cristiano, es leer a Nietzsche (si se ha sido llamado a ese desarrollo intelectual de la fe, que es una parte del necesario desarrollo de la fe), si el pensamiento del mundo es Dawkins, hay que leer a Dawkins. Y no sólo leer: comprender, asumir, traducir la fe en esas categorías.
Porque somos la prótesis de Dios, no su consejo asesor. ¿Cómo se espera que Dios salve el mundo si nosotros, los cristianos, en vez de comprender vicariamente el mundo, en vez de servir a la función para la que hemos sido puestos, nos dedicamos a corregir los malos planes de un Dios que no acribilla ni aplasta a un mundo apóstata?
Un cristiano-nietzscheano no es ningún oxímoron, es posiblemente alguien que está haciendo un esfuerzo de parte de Dios para dejar que Dios le hable a los nitzscheanos y los salve, que es lo que hace normalmente Dios: salvar, no perder.
El agregado de que «Un cristiano nacionalista es un idólatra» no tiene mucho contexto aquí, pero se ve que el autor se salía de la vaina por decirlo. De todos modos el análisis de esa frase llevaría un post aparte (que no descarto escribirlo, aunque es el tema que menos me preocupa).

«-Una fe refugiada en sacristías burguesas, endogámica y complaciente con el poder.»
Nuevamente, vale lo dicho para la primera, la cuestión del "background". Es simplemente imposible para la viejita que va a misa todos los días "dar batalla" en el mundo, pero colabora con la Iglesia rezando, manteniendo en orden la sacristía, abriendo a las 19 para el rosario... y dejando el juicio sobre el mundo a quienes les competa y estén llamados a eso.
Lo más preocupante de esta frase no es lo que dice, sino lo opuesto que supone: da la impresión de que el catolicismo es cosa de alcanzar un poder. Como en este momento el poder nos es (supuestamente) hostil, entonces el catolicismo consiste en alcanzar un contrapoder, una «nación cristiana» (en ese caso creo que el autor nos dejaría ser "nacionalistas y cristianos"), regida por los valores innegociables del cristianismo, y donde el que no comparte esos valores se aguante, mientras esté en minoría, como nos aguantamos nosotros ahora, que somos minoría.
Quisiera hacer notar que nadie puede servir a dos señores (como leí en algún sitio), y quien lucha por el poder, no está luchando por Cristo, así sea luchar por el poder de la Iglesia, de los valores innegociables, de la escuela cristiana, etc. Es poder, y el poder es exactamente lo opuesto de la cruz, que es el no-poder de Dios en el mundo.
El cristiano tiene obligación de hacer una opción: por Dios o contra él. Acepta ser la extensión de Dios en el mundo, o lo rechaza y hace su propio proyecto de mundo, saca su espada y corta la oreja de Malco. Jesús no le quitó la espada a nadie, pero prohibió usarla. Quien la usa, así sea por algo tan loable como defender a Jesús, va contra su proyecto.
Y la espada no es solamente la espada material con la que matar, como si el hecho de pretender un poder no obtenido por la violencia sino por el número (por ejemplo) nos librara de la prohibición de Cristo. Es el poder, el poder como proyecto, como método y como objetivo lo que está interdicto.
Así que sí, señores: si se reúnen 1.000.000 de defensores de los valores innegociables en Madrid, y la Iglesia al día siguiente se ufana de haber conseguido movilizar a un millón de personas contra el aborto, y usa esa cifra como forma de presión, ese día el proyecto de Cristo en este mundo, del que la Iglesia -nosotros- debíamos ser avanzadilla, es traicionado. No importa que no fueron violentos. Fueron "poderosos", y eso nos está prohibido.
¿Entonces no debemos hacer manifestaciones? No lo sé, no sabría qué es lo que hay que hacer para conquistar el poder, pero no debemos hacer nada que implique comprometer a Jesús con la consecución de ningún poder, ni mucho menos debemos engañarnos creyendo que la manifestación de poder de la Iglesia es la realización del Reino en este mundo.

De todas esas situaciones en las que estamos sumergidos los católicos, el escritor saca esta conclusión:
«O la Iglesia y los católicos armamos lío y salimos a la calle, a las periferias, al mundo, como clama el Papa Francisco, o la Iglesia quedará reducida a lo que no es y muchos pretenden que sea: una ONG más, subvencionada y estéril.»

Concuerdo con eso, pero me temo que la expresión del Papa de "hacer lío", de ir "a las periferias", "al mundo" no tiene nada que ver, pero realmente nada que ver con esta propuesta de "ir al mundo" armados hasta los dientes, y con nuestros principios perfectamente definidos, inamovibles, innegociables, bajo el brazo.

Mi propio diagnóstico del catolicismo occidental (España incluida) es el siguiente:
Se nos predicó que nosotros, hermanos menores, éramos acogidos sin reservas por Dios, pero con el tiempo nos hemos vuelto hermanos mayores, esos que traicionan el Evangelio de tan adentro del riñón de Dios que creen estar. O nos volvemos de nuevo con urgencia hermanos menores, o la Iglesia quedará reducida a lo que no es y muchos pretenden que sea: un grupo de presión para hacer prevalecer sus valores innegociables.

martes, 10 de junio de 2014

Opiniones


Por distintas circunstancias me he dado una seguidilla de blogs católicos... cuánta razón la de Hernán en un tuit, que decía algo así como que es útil visitar blogs católicos, porque te hace más tolerante con los que no quieren tener nada que ver con nosotros. Leyendo algunos blogs católicos, casi dan ganas de no tener que ver con esta fe, con esta Iglesia, con lo que soy: un católico.
Ya comenté la semana pasada el que se inventó un canon del Código de Derecho Canónico que -según él- mandaba no bautizar a niños cuyos padres no fueran buenos católicos. Esta semana veremos el que se inventó una definición de historicidad fundamentalista de los evangelios, cortando, pegando y traduciendo según necesidad pedazos del nº 19 de la Dei Verbum.
En realidad estamos en un mundo hecho de palabras, y en el reino de las palabras soy consciente de que estos blogueros tienen el mismo derecho que cualquier otro a entender las cosas a su manera, incluso si necesitan para ello inventarse textos inexistentes o retorcer otros textos hasta hacerles decir lo contrario... ¿quién soy yo para decirles lo que tienen que pensar? son opiniones, eso precisamente, no más, aunque tampoco menos. Con ser opiniones está muy bien. El problema es cuando esas opiniones se transforman en condenas y exclusiones de los que tienen otras opiniones también fundadas a su manera, o que simplemente no admiten estas hermenéuticas enloquecidas. Es ahí cuando el "derecho a entender lo que se les ocurra" se transforma en peligroso.

Hace un par de domingos fue la solemnidad de la Ascensión, entonces el P. José María Iraburu escribía en su blog de Infocatólica un artículo demoledor sobre las hermenéuticas no literalistas (o lo que él entiende por no literalistas) de la Ascensión. Así, trae dos ejemplos de "negadores de la ascensión", Olegario González de Cardedal y José Antonio Pagola, como representantes de una pléyade de teólogos corruptores de la fe.
No digo que este argumento sea de gran peso, pero el hecho de que González de Cardedal sea premio Ratzinger de Teología, y que ese premio se lo haya entregado el propio papa Benedicto XVI debería decir algo respecto a la ortodoxia del autor. Sí, sí, ya sé, no es decisivo, pero creo que es un elemento que debería tenerse presente.
Veamos de este teólogo el texto criticado por Iraburu:
«Esa condición escatológica y esa significación universal, tanto de la muerte como de la resurrección de Jesús, es lo último que quieren explicitar estos artículos del Credo. No son hechos nuevos, que haya que fijar en un lugar y en un tiempo… Por tanto, en realidad, no hay nuevos episodios o fases en el destino de Jesús, que predicó, murió y resucitó. Carece de sentido plantear las cuestiones de tiempo y de lugar, preguntando cuándo subió a los cielos y cuándo bajó a los infiernos, lo mismo que calcularlos con topografías y cronologías»
Los énfasis en el texto son del propio Iraburu, que parece que ve en esas expresiones una negación de la ascensión.
Los evangelios no son unánimes en la narración de la ascensión: Mateo dice abiertamente que Jesús está con nosotros (Mt 28,20), y no menciona ninguna ida al cielo; Marcos dice apenas, sin nada que rodee la escena, que fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios (Mc 16,19); Lucas narra dos veces la ascensión con diferencias de detalle (Lc 24,50ss y Hech 1,4-12), y Juan, aunque menciona la necesidad de Jesús de "volver al Padre" para consumar su obra y poder enviar el Espíritu, no narra propiamente tal ida (Jn 16,18 y otros). 
Aunque el tema de que Jesús no está visible entre nosotros es común a los cuatro, el único que propiamente desarrolla una escena como la ascensión es san Lucas. Esto nos tendría que poner sobre alerta de que lo menos relevante en esa cuestión es que Jesús "salió volando".
Por otra parte, la expresión misma "ascensión" está vinculada a una imagen del mundo que, nos guste o no, simplemente no es la nuestra: nuestra representación del mundo no tiene un arriba y un abajo, Dios no está arriba ni los infiernos abajo, y nosotros no estamos en medio. Eso no depende de la voluntad de cada uno, se trata de una representación cultural común a todos. Para nosotros la metáfora de que Dios está "en el cielo" es eso: una metáfora. Valiosa, preciosa, irreemplazable en el lenguaje poético que utiliza el culto, pero una metáfora. Por tanto la ascensión es parte de la gran metáfora: Jesús no subió ni bajó a ningún "lado", porque la idea de un "lado" donde esté Dios es para nosotros -si no se la entiende como metáfora- un absurdo lingüístico. Como dice el viejo catecismo "Dios está en el cielo, en la tierra y en todo lugar"... es decir, carece de sentido ponerse a discutir si Jesús salió volando o no: no está visible. Está, pero no lo vemos, y esa es la pregunta que, legítimamente, nos hacemos todos los creyentes de todos los tiempos: ¿por qué Jesús, que resucitó y vive, sin embargo no está visible? El símbolo de Mateo habla de una presencia que no se ve, pero acompaña a su Iglesia, el de Marcos de un poder que se ejerce en la predicación, el de Lucas de una fuerza con la que la Igelsia es investida "desde" lo alto, y san Juan de la venida del Paráclito "a cambio" de la ida de Jesús. Los cuatro, con mucha sobriedad, no exenta de imágenes muy potentes y poéticas, responden al creyente en su cuestionamiento. Tal como -siguiendo esas mismas directrices, aunque usando un lenguaje más alambicado, propio de nuestra época- hace el texto de González de Cardedal.

Pero para el P. Iraburu eso no es suficientemente ortodoxo: la ortodoxia no tiene nada que ver con las formas de narrar, con los problemas de lenguaje, y la Divino Afflante no ha sido escrita aun... la ortodoxia es literalidad, así que contra las elaboraciones de todos esos teólogos, Iraburu pone un texto que se supone clarísimo del Concilio Vaticano II que vendría a reafirmar el concepto de historicidad de los evangelios que maneja Iraburu. Veámoslo (cito literal):
–Dice el Concilio Vaticano II:
«La santa Madre Iglesia ha defendido siempre y en todas partes, con firmeza y máxima constancia, que los cuatro Evangelios, cuya historicidad afirma sin dudar, narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos hasta el día de la Ascensión [cf. Hch 1,1-2]… Los autores sagrados… nos transmitieron datos auténticos y genuinos acerca de Jesús» (constitución dogmática Dei Verbum 19).
También en este caso los destacados (y recortes) son de Iraburu. Se supone que en esos destacados está la clave de por qué el texto de González de Cardedal debe considerarse heterodoxo.
Ahora bien, el problema es que el texto está recortado, y en cuanto le agregamos lo que le falta.... ¡pasa a decir lo contrario! es más: el texto de la Dei Verbum apoya precisamente la posición "heterodoxa" de González de Cardedal (y de Pagola, etc). Veámoslo completo (la traducción está tomada del sitio del Vaticano):
19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo. Los Apóstoles, ciertamente, después de la ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes "desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra" para que conozcamos "la verdad" de las palabras que nos enseñan (cf. Lc., 1,2-4)

Es cierto que la traducción de este texto no es muy fina, no tiene en cuenta algunos matices importantes del texto latino... pero es mucho mejor que la que trae Iraburu, además de ser completa. 
El texto latino dice: que los evangelios... "fideliter tradere quae Jesus....", es decir: "fielmente transmiten lo que Jesús...". Grosso modo puede ser válido decir "fielmente narran", pero si se pretende apoyar en eso el concepto de historicidad, mal traducido está, porque no es lo mismo la narración, el relato, que aquello que la narración "trae", "comunica" (como dice la traducción oficial). Lo que la Iglesia garantiza no es la literalidad de la narración, sino lo que se comunica en ella. ¿Y qué se comunica? "lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo". La Iglesia garantiza que lo traído en los evangelios sigue siendo salvador, como lo fue para los apóstoles. Eso no explica todavía cómo debe considerarse la narración, pero nos pone sobre aviso de que la cuestión es bien difícil.

Ya con respecto de la narración hay dos aspectos:
1-Los apóstoles vieron esos hechos de Cristo a una nueva luz, la luz de la resurrección. Comprendieron en ella el verdadero sentido de lo dicho y obrado, y lo narraron "con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban". Dicho de otra manera más pedestre: no narraron como taquígrafos ni como videocámaras, sino como intérpretes que veían lo ocurrido en el pasado a la nueva luz aportada por un hecho posterior, la resurrección.
Todo este párrafo, tan importante, no está en la cita de Iraburu. Ahora bien, este párrafo muestra que la expresión de G. de C. no sólo es ortodoxa, sino preciosa: "en realidad, no hay nuevos episodios o fases en el destino de Jesús, que predicó, murió y resucitó." ¡La resurrección contiene la ascensión y la presencia actual de Jesús!

2-Además debe agregarse a la problemática de la narración la cuestión de los propios narradores, ¿contaron ellos las cosas como escritores autómatas, como documentalistas o algo parecido? De ninguna manera: sintetizaron, ampliaron, enfatizaron, acomodaron al público, etc. Pero, y nuevamente, esto es lo que garantiza la Iglesia, "siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús".
Otra vez una expresión hermosa, rica y profunda, desnaturalizada por una traducción tan tosca cuanto tendenciosa. Dice Iraburu (que no cita entera toda la frase, en particular lo referido a los procedimientos narrativos, que desmienten su concepto literalista de narración): "nos transmitieron datos auténticos y genuinos acerca de Jesús". 
El texto latino dice "ita semper ut vera et sincera de Iesu nobiscum communicarent", ultraliteralmenmte: "de manera que siempre nos comunicaran [cosas] verdaderas y sinceras acerca de Jesús". La palabra "cosas" no está en el texto, pero en latín, cuando se usa un adjetivo en neutro plural, sin sustantivo al que calificar, se puede suplantar la palabra "cosa"; por ejemplo, si digo "trahunt magna" puedo entender "traen [cosas] grandes": si la índole de nuestro idioma requiere un sustantivo, se puede suplantar... pero Iraburu no suplanta, sino que inventa que esas "cosas" tácitas son "datos". Y la palabra "dato" es perfecta para expresar un concepto fundamentalista de la literalidad del evangelio... el problema es que no está en el texto, y no se puede suplir el sustantivo faltante con lo que a cada uno le venga bien según su peculiar teoría.
Por otra parte, la expresión "cosas verdaderas y sinceras" posiblemente deba entenderse como lo ha hecho la traducción oficial, con cierta finura, como una hendíadis: "verdaderas y sinceras": la verdad sincera.
¿Qué hace allí la palabra "sincero"? ¿qué tiene que ver con todo esto? precisamente porque el Concilio reconoce -como lo hace cualquier exégeta con un mínimo de formación- que los evangelios no pueden ser tomados como "datos" en el sentido historiográfico; pero sin embargo son históricos en un sentido absolutamente fundamental y profundo; entonces frente a la idea de una verdad "factual", hecha sólo de lo exterior visible, pone la auténtica verdad del evangelio, que incluso cuando no cuente los hechos como una filmación, en todo lo que cuenta penetra la verdad de la persona de Jesús, y nos transmite por medio de narraciones su salvación. En este sentido la "verdad" de estas narraciones no puede ser juzgada por el "trabajo" al que han sido sometidos los datos, y que tiene que ver a la vez con la inteligencia aumentada de los apóstoles tras la pascua, así como con las necesidades de los narradores y de su auditorio, sino precisamente por aquella transmisión profunda que no deja de ocurrir en estos cuatro relatos, aun cuando aparentemente se contrapongan entre sí.