lunes, 19 de agosto de 2013

Lógica de locos (II)

El rechazo de la experiencia como criterio último de verdad es el punto más débil del espíritu religioso, uno de los que más lo acercan a la locura, y un punto a favor de cualquier "enemigo" que se quiera ensañar con él. No todas las religiones afirman las mismas cosas, pero todas afirman cosas que no sólo están más allá de la experiencia humana, sino que están en abierta contradicción con ella. Casi está demás aclarar que la mía es una de las que más, con sólo la resurrección, tenemos para ganar un concurso de cosas que contradicen cualquier sana experiencia humana. «Sobre esto te oiremos otro día», le dijeron a Pablo; estuvieron elegantes...

Parece que no hay quien gane a la religión en imposibilidad de falsación, punto muy ligado al rechazo de la experiencia como criterio último. ¿Qué es lo que conseguiría que admitieras que el agua del mar no es azul? y allí cada uno puede poner un conjunto de "pruebas" que le harían considerar falsa su percepción. Por ejemplo: si me quedo conforme con una explicación científica de por qué yo la veo azul, admitiré que no lo es; otro se puede conformar con un argumento de autoridad como "si lo dice el Dr. Fulano, admitiré que no es azul"; etc. En la vida diaria nos manejamos con criterios de falsación más bien automáticos, e incluso somos distintamente rigurosos, según los asuntos nos importen existencialmente más o menos: es más rápido y sencillo admitir el adulterio en el vecino que en el marido, naturalmente. En el caso de la religión, su falsación es extremadamente difícil: pesa la experiencia, pero también la autoridad, pero ninguna de las dos en el sentido cotidiano y natural de esos términos; lo que es experiencia falseadora para uno, no lo es para el otro, ante la misma catástrofe natural, por ejemplo, unos creyentes dejan de creer en Dios, mientras que otros redoblan su fe; ante una experiencia interior de Dios determinada, para unos es un signo de su relación personal con nosotros, mientras que para otros es un motivo para dejar de creer... el nivel de falsabilidad varía de un creyente a otro, así como los estímulos que admitirían o no, tanto como varían las cosas que un creyente está dispuesto a admitir como fenómeno religioso, ya que así como hay algunos que no hay  nada "raro" que ocurra que no sea signo de Dios, otros no admitirían como objeto religioso más que una experiencia puramente interior.
Parece el terreno ideal para locuras de toda especie. Es normal: en la religión pueden vivir lenguajes reacios a toda verificación, sin que haya un criterio "objetivo" para decirles "eso ya no es religión, es locura". Hay católicos en la actualidad que están absolutamente dispuestos a seguir manteniendo una lectura literal del Génesis, si la oportunidad cultural se presenta, es decir que los cambios en los paradigmas científicos, el incontestable avance en el conocimiento de los fenomenos físicos, etc, sólo los ha vuelto apocados y tímidos a la hora de expresar su convicción, pero no les ha hecho perder la percepción interior de que Dios "amasó barro", etc. y sienten que eso es en algún punto literalmente cierto.
Pienso que el caso de la falsación debe tratarse en cada religión por separado, aunque haya notas comunes al "espíritu religioso" como tal. En el cristianismo, la acomodación a nuevos paradigmas de conocimiento es algo que ha ocurrido siempre; con todas las resistencias que pueda haber en cada época, pero el cristianismo ha admitido oficialmente siempre el paradigma de imagen del mundo que cada época le brindó, viniera de donde viniere. Luego de la ruptura del siglo XVI, el catolicismo mantuvo esa tónica, mientras que al protestantismo, con su dinámica interna de la "sola scriptura" le ha costado más, aunque todos sabemos hasta qué punto la teología protestante ha sido tan "abierta al mundo" como la católica, y en algunos momentos más.

Entiéndase: no estoy diciendo que todos y cada uno de los católicos tiendan a admitir los paradignas de conocimiento de su época... eso no sólo no es así, sino que es más bien al revés, por la natural tendencia del espíritu religioso a la conservación y el inmovilismo. Pero bajo todos los conflictos que se quieran, el catolicismo (al igual que las formas más estructuradas del protestantismo) están dispuestos a admitir en su dogmática los datos que vienen de los paradigmas de conocimiento del mundo en cada época.
Wellhausen postuló a fines del siglo XIX la teoría más acabada sobre los estratos documentales de los primeros libros de la Biblia (y que por tanto destronó para siempre a Moisés como autor de esos libros); esa teoría, con enormes modificaciones, aun vige. No se trata sólo de un par de asertos teóricos literarios, sino de la admisión en el seno de la teoría de la composición bíblica del paradigma moderno de la evolución. Naturalmente, en el momento fue rechazado y resistido por todos, sin embargo dejó escrito: «Las iglesias rechazarán primero mi teoría durante cincuenta años, para admitirla después en su credo con argumentos más o menos sutiles.» Lo cual es literalmente cierto. En el caso de los católicos, no decimos en el Credo que "creemos en la teoría de Wellhausen", pero rechazamos como impropia de la fe la forma de leer la Biblia que no admitiera en su seno la evolución de las formas literarias, y en general una teoría de la composición fuertemente ligada a los criterios de nuestra época.

Si hiciéramos una lista de todos los "credenda" (pero de todos los reales, que son muchos más que los artículos del Credo), que incluyera cosas que para el creyente forman indisolublemente parte de la fe, aunque no estén en el credo, como los milagros y fenómenos extraordinarios, la capacidad intercesora de ciertos objetos y de ciertas personas, la cuestión de los tiempos sagrados en oposición a los profanos, los modos de vestir sagrados.... ¡todo eso también son credenda de una época, en la medida en que la fe los percibe como ligados indisolublemente a su Credo! Si hiciéramos una lista tal, exhaustiva, yo creo que no encontraríamos dos puntos en donde viéramos las cosas del mismo modo que hace veinte siglos, ni diez, ni dos. Es difícil saber qué le da continuidad a una religión: no es ciertamente la interpretación de la fe, por muchos protestos de identidad que hagamos los creyentes; no son tampoco las costumbres. No es nada evidente. Lo único que parece permanecer como signo de identidad es la formulación. Quizás la mejor síntesis sea la de san Pablo: «con el corazón se cree, con la boca se profesa» (Rm 10,10).

Resumiendo: la no-falsabilidad de la religión tiene que ver con su extrema variabilidad. No puede falsearse, pero cambia tanto, que en la práctica su propio desarrollo es una autofalsación.
El creyente vive esto sin apenas hacelo consciente nunca. Pero es, como señalé, terreno abonado a toda locura lingüística, ya que como la profesión de la fe tiene un papel tan central, también lo tienen los documentos, la fijación de fórmulas, y todo aquello que da una impresión de inmovilidad que no es tal en lo profundo, así que siempre se encontrará un documento que diga que lo que el creyente cree hoy es herejía y anatema. En el canon 36 del Concilio de Elvira (año 305 aprox), por ejemplo, dice literalmente: "no se coloquen pinturas en las iglesias, para que no se conviertan en objetos de adoración y culto", ¿no es eso acaso iconoclasia, en el más estricto sentido? si hasta parecería una formulación "reformada" si no fuera porque Lutero cargó repetidamente contra los iconoclastas, a pesar de que su iglesia resultó volverse iconoclasta más tarde...
Cuando los "tradicionalistas" actuales dicen que la Iglesia post Vaticano II adoptó todas las tesis condenadas en el Syllabus y el juramento antimodernista, no les falta razón en la letra, el sentido que le damos a muchos dogmas tiene que ver con percepciones que tienen relación con el modernismo. Pero la Iglesia es lo que ella misma es a cada momento, y por tanto no hay fe de la Iglesia fuera de la Iglesia, sea cual sea la tesis que ella formule sobre un tema. La continuidad de la fe no es idéntica a la continuidad del sentido de las fórmulas, aunque las fórmulas son lo único que garantiza esa identidad. Paradójico, es verdad, porque podemos ser «apostólicos» sin que nada de lo que formulamos lo sea en el mismo sentido en que lo formularon los apóstoles... pero puesto que ninguna autoridad de la Iglesia dirá nunca esto con claridad, ahí está el terreno libre para albergar toda especie de fijistas e inmovilistas convencidos de que se puede (es más: que se debe!) poner cercos al viento.

1 comentario:

  1. Algunos puntos me quedan oscuros, quizás ameriten revisión o desarrollo.

    No se confunde (desde el primer párrafo) "no-verificable" con "contrario a la experiencia"?
    La resurrección es, desde un punto de vista, una experiencia, y desde otro punto de vista, es falsable.

    En el contexto de la "falsabilidad", una afirmación se tiene por científica si 1) es (en principio) falsable 2) no ha sido (de hecho) falseada.

    Así, la frase

    "la no-falsabilidad de la religión tiene que ver con su extrema variabilidad. No puede falsearse, pero cambia tanto, que en la práctica su propio desarrollo es una autofalsación."

    me resulta oscura, porque parece confundir las dos partes, y porque las afirmaciones ("no puede falsarse") no sé en qué medida las hacés tuyas; cómo se diferencia esa "autofalsación" de una autorefutación por contradicción? Cómo se concilia variabilidad con identidad?

    "eso también son credenda de una época, en la medida en que la fe los percibe como ligados indisolublemente a su Credo"
    Pero, de nuevo, no me queda claro si estás criticando esa perpepción. (si sólo estás señalando dificultades, aporías y paradojas en suspenso, perfecto, pero como al final rechazás explicitamente la solución inmovilista... )

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