martes, 22 de octubre de 2013

La inversión


El paganismo llegaba a formular que el amor es un dios. Es a lo más a lo que puede llegar la religión natural, ese impulso interior y espontáneo hacia el misterio último -dirían unos-, o hacia la ilusoria redención de nuestra debilidad -dirían otros-. El amor, una fuerza entre tantas otras de las que que pugnan por atraer y conducir al hombre; el valor, el deber, la sabiduría... cada una de ellas queriendo llegar a ser el principio de los principios. De entre todas esas fuerzas, sin embargo, el amor parece la más extraña, la más híbrida, ¿es racional, en tanto conduce al logos, la razón del hombre, a la unidad? ¿o es irracional, en tanto, tocado por él el hombre pierde todo freno, brida y vergüenza?
El paganismo no podia resolver esto, y ahí lo tenemos al pobre Platón haciendo esfuerzos por fundar en el Amor la redención del hombre en la alta contemplación del Bien (Banquete, Fedro), aunque sin perder la oportunidad en esos mismos diáologos de mofarse un poco de las locuras del amor.

Si hubiera que decir un aporte del cristianismo a la cultura humana, que merecería subsistir incluso aunque la fe cristiana fuera falsa, es la inversión: Dios es amor. Eso que buscaba la cultura natural expresar: cómo es que eso que sale del hombre, parece que le es a la vez ajeno, exterior, viene de atrás, de lejos, de arriba. El cristianismo lo expresó con esa sencilla fórmula: Dios es amor.
Sin embargo no es una mera fórmula, es un nuevo principio, un nuevo punto de partida, un nuevo lugar desde donde comenzar a construir una existencia con sentido, con un nuevo sentido. Si Dios es amor, aquello en lo que se trasluce el amor, está teñido de divinidad. Las instituciones más elementales de cualquier sociedad deben por fuerza quedar trastrocadas por esta inversión.
Tomemos por caso la institución del matrimonio. En el Derecho Romano es una cuestión "de hecho": dos personas forman un matrimonio porque afirman estar casadas, o porque conviven como tales, se profesan un afecto y respeto matrimoniales, y llevan una comunidad de vida, que incluye alguna forma de comunidad de bienes. Recién cuando la cuestión de la unión de dos personas tiene necesarias consecuencias patrimoniales, como en la unión de dos patricios, el matrimonio requiere ser una institución "de derecho".
No es el sitio ni el contexto para desarrollar la complicada cuestión del matrimonio en el Derecho Romano (ni mucho menos en el derecho antiguo, más amplio), con sus diversas etapas de evolución; lo que me interesa destacar es que para el antiguo el amor conyugal (la affectio maritalis) crea el hecho, no el derecho, el derecho proviene de la cuestión patrimonial.
Pero en tanto el cristianismo aporta como novedad que Dios es amor, saca también unas primeras consecuencias prácticas: lo que une a Dios con el mundo no es entonces la relación de servicio del hombre hacia él (que es la perspectiva de la religión "natural"), sino el afecto de Dios hacia lo suyo, su mundo, su creatura humana. De allí a presentar la relación de Dios con el hombre como «matrimonio» hay un solo paso, y lo da San Pablo, cuando ve en la unión de dos esposos un "mysterium" de la unión de Cristo con su Iglesia. Por tanto la «affectio matrimonialis» no es sólo una nota indicativa de una unión estable, sino el verdadero centro de esa unión. Fue el cristianismo el que poco a poco y por sus propias necesidades mistéricas puso en el centro del matrimonio el amor.
De todos modos, las consecuencias de la inversión se dejan ver en todos los aspectos de la sociedad, en todas sus instituciones, no sólo en el matrimonio.

Ahora bien, estamos en una epoca postcristiana (puede ampliarse la cuestión con esto y esto). No significa esto que ya no hay fe cristiana, sino que el cristianismo ni informa la civilización, ni es convocado para interpretarla. Aunque algunos no se resignen a esto, hemos vuelto a ser lo que somos: una fe. No somos los intérpretes autorizados de la Naturaleza, no somos los campeones del Sentido Común... somos creyentes que tienen una interpretación (por cierto bastante paralógica) de la existencia, y a quienes -aleccionados por la fe en la resurrección de su Maestro- anima la esperanza de que todo esto que nos rodea, que parece marchar hacia menos vida, marcha hacia más, hacia toda la vida posible, hacia Dios todo-en-todos.
La época moderna fue la última parte de la era cristiana, que acabó, creo yo (las fechas de estos acontecimientos son siempre extremadamente discutibles), en el siglo XIX. Nos encontramos encaminados ahora hacia donde no sabemos, conducidos por nadie. A falta de nombre llamamos a nuestra época "postmoderna", lo que no quiere decir demasiado, sólo que lo antiguo ya no vige, y no hay nada nuevo que lo haga.

Sin embargo, bajo un aspecto creo que va despuntando algo nuevo, una nueva fuente de valores seculares que (para nuestro consuelo) emerge de la inversión misma operada por la fe cristiana. Como siempre: "lo que permanece lo fundan los poetas", así que es entre ellos donde corresponde buscar eso nuevo.
Bergman (me refiero a Ingmar) habla a propósito de sus películas de crisis religiosa-existencial del 60 (El manantial de la doncella, Los comulgantes, Como en un espejo, El silencio...) de una "certeza conquistada" en "Como en un espejo" (titulada impropiamente en Argentina "Detrás de un vidrio oscuro"); esa certeza es una nueva inversión: El amor es Dios; y lo desarrolla así: «El que está rodeado de amor, también está rodeado de Dios.» (Imágenes, pág 217; el tema lo desarrolla en pág 210 y ss. con su característica neurosis de autoinfravaloración).

No ser podría haber alcanzado esto sin el cristianismo, pero esto excede al cristianismo, se transforma por su propia fuerza en un valor secular, capaz de movilizar todas las fuerzas humanas, independientemente de la fe. La religiosidad natural lo intuye, pero su radicalidad no había llegado nunca a ser adecuadamente desvelada. Esta radicalidad es capaz de dar lugar a nuevas instituciones, pero también a una nueva alegría común: si el amor es Dios, nadie, ni el más abyecto de los hombres, está exento de una experiencia de Dios posible y a la mano.

Un delicado guiño de ojo a la nueva época que va despuntando lo hizo, para quien deseara oírlo, la encíclica de Benedicto XVI "Deus Caritas", que desarrolla (a lo que creo por primera vez de manera oficial) la articulación del "eros" en la serie del amor que alcanza a Dios, de manera que puede incluso terminar su primera parte con una fórmula bastante parecida a la inversión posmoderna: «El amor es "divino"» ("divino" lleva comillas en el original).

¿Seremos capaces, desde nuestra experiencia de un Dios que es Amor, y en la convicción del carácter «divino» del amor, de acompañar al mundo que emerge en la creación de intuiciones e instituciones propias de un Amor que es Dios?

2 comentarios:

  1. "fórmula bastante parecida a la inversión posmoderna"
    Todo muy bien, pero no acabo de veo cómo encaja eso, no habías hablado de ninguna inversión posmoderna sino de la inversión cristiana ¿Estás poniendo que el -digamos- posmodernismo está revirtiendo la inversión cristiana y volviendo a la formulación pagana? No lo veo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Por una cuestión de extensión, lo trato en un nuevo post: «La inversión explicá» http://snarkia.blogspot.com.es/2013/10/la-inversion-explica.html

      Eliminar