martes, 8 de octubre de 2013

La primera verdad antropológica

Otra parte de la objeción de Hernán, referida a este post, y continuada en este post:
«Respetar la situación vital de un catecúmeno con padres homosexuales no es en esencia diferente a la de un hijo de un ladrón confeso al cual nos toca explicarle los mandamientos. Claro que hay que tener delicadeza a la hora de enseñarle que eso que su papá hace está mal, pero no hay que dejar de enseñarlo.»
¡Qué difícil me resulta plantear estos problemas! Desde un cierto punto de vista no es esencialmente diferente, pero desde otro punto de vista, sí que lo es.
Por un lado está lo que podríamos llamar la "verdad objetiva": para nosotros (los católicos y muchos otros creyentes) es tan clara la determinación bíblica sobre varón y mujer como portadores -en su diferencia, en su "matrimonialidad"- del "plan de Dios", como lo es la diferencia entre lo propio y lo ajeno, y por tanto entre robar y no robar. Desde ese punto de vista, cuando los padres mandan a catequesis al chico ya saben que se les va a enseñar el mandamiento de no robar, igual que se les va a enseñar el sacramento del matrimonio, que excede pero se basa en la institución natural de la familia.
Y como se diría en este lado del charco: punto pelota. Si alguno no se enteró de lo que se le va a enseñar en catecismo al chico, es que vive colgado de la palmera. Si no está de acuerdo con lo que le van a enseñar, que no lo mande, pero el catequista no tiene por qué ocultar "la verdad" o disfrazarla, o hacerla tragable a los padres homosexuales (o divorciados, o en unión irregular, o anticoncepcionistas, o, o, o, me ahorro toda la lista, pero cabe aquí la vida misma) del catecúmeno.

Pero las cosas no son tan sencillas, y creo que por dos motivos:
-La función de la catequesis, que implica también (es su avanzadilla) la función de la Iglesia
-La diferencia entre el problema moral de robar y los problemas morales aquí tratados

Vamos a lo primero: es difícil resumir la función de la Iglesia sin dejar nada afuera, pero si me tengo que quedar con lo esencial, creo que el evangelio (y la práctica apostólica) apunta en primer lugar al perdón, la acogida del hombre por Dios sin condiciones, restañar heridas, abrir cepos, anunciar a los afligidos el consuelo.
No es que en el Nuevo Testamento no haya una preocupación por "la verdad", pero la preocupación tiene un orden jerárquico: recién cuando la comunidad está formada y ha madurado, aparecen los problemas de "sana doctrina", de "lo que creemos nosotros y lo que creen los otros", y de la ortopraxis. Incluso si ponemos en una serie histórica los evangelios: primero tenemos a Marcos, un anunciador kerigmático de gran profundidad, pero que se preocupa poco por lo que podría ser "la fórmula de la verdad sobre Jesús", creciendo hasta Juan, cuya sutilidad en distinguir la verdad íntima de Jesús no hace falta que yo declare.
Todos ellos predicaron en época apostólica en distintas comunidades, unas más formadas, otras menos, unas judías "hebreas" -con su gusto por las distinciones y el "cumplimiento"-, otras judías "griegas" -con su hábito de inculturación-, otras gentiles -con su completo desconocimiento del esencial trasfondo judío de nuestra fe-, otras mixtas, donde no tardaron en surgir conflictos en torno al cumplimiento y "lo cristiano esencial" (Gálatas es del año 56), y donde "lo esencial" se dirimió siempre a favor de la acogida fraterna, la comunión con Cristo y entre los creyentes, antes que en relación a la recta formulación de la verdad, sea teológica o moral.
En primer lugar siempre primero la acogida, la recepción, y sólo más tarde la profundización en "la verdad". Incluso en casos morales como el que tienen de trasfondo las cartas a los corintios (sobre todo la primera, ver cap 5), el Apóstol interviene realmente cuando "la sangre llega al río"... para llegar a reprender al incestuoso, y a otras inmoralidades matrimoniales y sexuales, primero esperó tanto que "se oye hablar de inmoralidad entre vosotros, y una inmoralidad tal, que no se da ni entre los gentiles"...
A mí me parece evidente que nosotros hemos invertido las prioridades de la fe tal como las retrata el Nuevo Testamento. Y no estoy diciendo que no sean importantes los temas morales, pero son para cristianos maduros. Papa Benedicto lo había retratado muy bien en la entrevista de P. Seewald cuando habló del uso de los preservativos en relación a la prostitución como un primer paso humanizador; lástima que el lobby fariseo -tan fuerte en la Iglesia- le hizo recular y salió Lombardi a decir que el Papa no dijo lo que dijo cuando todos entendimos que dijo lo que no dijo.
Creo que podría expresarlo así: no tenemos una verdad para "dar" sino una verdad para plantar, regar, y hacer crecer. No damos algo hecho, sino una semilla. No otra es la tarea de la catequesis.

"Decirle la verdad sobre la familia" a un hijo de padres homosexuales (o, o, o) posiblemente sólo aleje a sus padres y al hijo. Pero no se trata de marketing, se trata de que además esa verdad no es verdad (por eso aleja y por eso no funciona, porque no es verdadera): nuestra "verdad sobre la familia" empieza en el amor de autodonación, donde hay autodonación auténtica hay amor, y hay paternidad, hay, por tanto, familia. No será todo lo plena que dicen los manuales, pero es familia, y negar eso es mentir.
Fácilmente se arguye (este argumento ya me lo han puesto) que a san Pablo en el Areópago le dijeron "sobre esto te oiremos hablar otro día", y se dieron media vuelta, burlándose: el mundo no quiere escuchar la verdad que tenemos para decir: no nos escucha porque no quiere saber la verdad, no porque seamos pésimos comunicadores, además de transmitir verdades ideológicamente sesgadas. Se omite en este argumento que cuando unos padres homosexuales (o, o, o) mandan a su hijo a catequesis están en una situación distinta que los atenienses del areópago: estos eran paganos, a los que san Pablo buscó ganar con un argumento poético sobre el Dios desconocido, unos no picaron, pero algunos se dejaron conducir un peldaño más, y abrirse a la cuestión de la resurrección; es totalmente distinto al caso de los que envían su hijo a catequesis, confundidos o no, mundanizados o no, están ya dentro de la fe, y lo que no quieren escuchar es porque tal vez (yo estoy seguro de que es así) estamos diciendo las cosas de mal a peor.

Además de todo esto, hay una diferencia radical entre los problemas morales de la familia contemporánea y el robar o matar. Quien roba o mata sabe que eso está mal, es más, lo más probable es que no lo quiera para su hijo, e incluso si lo quiere para él, lo quiere como una "solución provisoria", incluso para sí mismo lo considera provisorio y fruto de las circunstancias. En cambio quien forma un matrimonio homosexual y adopta un chico, o quien seleccione de ocho embriones uno, etc. no siente que eso esté mal. No se trata de que no lo sabe (porque si sólo fuera cuestión de saber, bastaría con decírselo), se trata de que ese "saber" incluso aunque lo tuviera, no lo siente como verdadero: su mente puede ser que lo distinga, pero su corazón no lo percibe. Y la verdad que no pasa por el corazón del hombre es una mera fórmula, no es la verdad. Así que aunque le digamos al chico "la verdad sobre su familia", no le estaremos transmitiendo la verdad, no será recibida como verdad sino como ideología, incluso aunque (lo que además es poco frecuente), nosotros no lo dijéramos ideológicamente. Se decía en la escolástica aristotélica que nada hay en el intelecto que no haya estado antes en los sentidos; yo diría que nada hay en el intelecto que no haya estado antes en el corazón: si invertimos las prioridades, seremos simplemente rechazados, con justicia.

La "verdad sobre el hombre", de la que tanto se llena la boca cierta apologética católica, empieza por reconocer que el hombre es un sujeto moral, no un objeto de moralidad, una máquina de recibir preceptos y cumplirlos, ni un animal que funciona a golpe de "ley natural" (sea lo que sea que se quiera decir con eso). Como sujeto moral que es, la primera verdad antropológica es su propia vida, sea cual sea, sólo sobre esa base es posible el intercambio de signos lo suficientemente humano como para que la vida de uno quede iluminada por la del otro y así todos podamos llegar a superar el estrecho círculo de nuestros condicionamientos, vivencias, criterios, valoraciones parciales y limitadas.
En una comunidad donde no se "sintiera" la diferencia entre lo propio y lo ajeno, habría que ser muy delicado para plantear el precepto de no robar, e incluso podría ser necesario no plantearlo, hasta que la fuerza de la promoción humana obrada por la fe en la vida de esas personas creara el terreno apto para el planteo.

2 comentarios:

  1. Estimados, Pienso que tanta distinción (acentos en el trabajo apostólico, saber vs sentir el pecado, jerarquías antropológicas, etc.) sólo es, a falta de una metáfora más apropiada, poner colchones sobre la arveja. Que alguien me diga por favor ¿Qué hay de malo en consumar una relación homosexual? ¿Quién se ve perjudicado -que no sea el defensor de un principio abstracto?¿De qué modo? Si son los propios perpetradores, tendrán algún testimonio del dolor -directo- que esta aberración contranatura ocasionó.
    El catecismo no responde esto y apela a la ley natural. Surge entonces otra pregunta. ¿Quién llamó a los católicos a sistematizar la ley natural como una especie de Rae que fija, pule y da esplendor a la buena voluntad?
    Al chiquillo aquel se le puede distraer un rato pero tarde o temprano tropezará con el cruel y arbitrario catecismo y entonces nuevamente nos sonrojaremos. ¿No es más honesto decirle que no estamos de acuerdo con éste?

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    1. Soy absolutamente incapaz de responder breve; pero he tratado tu objeción en un nuevo post: http://snarkia.blogspot.com.es/2013/10/sexualidad-objetiva.html
      Muchas gracias por ayudarme a plantear estos problemas

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