sábado, 5 de julio de 2014

¿Qué espero del sínodo de la familia?


La verdad es que a la vista del "instrumentum laboris" y de la ideologización general que hay en la Iglesia, según la cual importa primero si eres "progre" o "retro" y luego si hay razones en lo que piensas, hay poco para esperar del Sínodo y de nada. Pero de todos modos un sínodo, hermano menor de un concilio, es un acontecimiento especial de gracia, un momento de impulso del Espíritu Santo, y él sí puede hacer mucho, como hizo mucho en cada uno de los concilios, en especial en el Vaticano II.
¿No será "en especial en el de Nicea I" o "en especial en el de Trento"? No, es "en especial en el Vaticano II", porque en cierto sentido todos los anteriores lo tuvieron un tanto más fácil (y fueron concilios difíciles, de tiempos muy conflictivos!); el Concilio Vaticano II tuvo que bregar por hacer pasar a la Iglesia del repliegue en sí misma de la modernidad a una nueva apertura, que la recondujera a lo que ella es: nada en sí, todo desde Cristo, todo para el mundo. Fue un concilio para pasar de la modernidad a la posmodernidad.
No se consiguió en todo, pero sí en mucho. Entre los diversos "aggiornamientos", doctrinales, teológicos, litúrgicos, pastorales, no se abordó un aggiornamiento muy necesario, pero para el que posiblemente la Iglesia no estaba preparada: el aggiornmamiento moral. Sólo la moral (no específicamente la sexual, pero es la más visible en este punto) quedó anclada en el moralismo moderno.
Sería una simpática ironía (de esas que gustan al E.S. y que tanto se ven en la Escritura) que un moralismo inventado por jesuitas sea liquidado por el primer papa jesuita; pero bueno, no es él el que lo liquida, sino una Iglesia que en este momento marcha en ritmos (mal) sincopados: una buena parte va bastante a tempo, en el ritmo del Concilio Vaticano II, tratando de mantenerse pertrechada para el encuentro con la posmodernidad, y una parte viene un tiempo más tarde, a las cansadas, arrítmicamente sincronizada todavía al mundo moderno, y respondiendo a criterios y problemas que el mundo ya no tiene.
Porque toda esa moral que algunos se aferran en defender como el non-plus-ultra de la moral cristiana, o el destilado quintaesencial del irreformable pensamiento de la tradición (perdón, de la Tradición), no tiene más de cinco siglos, es jesuítica de punta a punta, porque es casuística de punta a punta, y tiene como eje el muy jesuítico reemplazo de la conciencia personal por la conciencia del director espiritual.
Claro que ya no es común el director espiritual, así que a la heteronomía de la conciencia hasta cierto punto admisible de abandonarse en manos de otra persona de más experiencia, le sucedió la heteronomía de abandonarse a la interpretación (de más en más literalista y carente de matices) de encíclicas y documentos... La pregunta moral por excelencia «¿entonces qué debo hacer?» resulta ser respondida con: «Lo que dice la "Humanae Vitae"».
Lo que espero del Sínodo de la familia es que se anime a poner como punto de partida la conciencia del creyente: no los documentos, ni la doctrina, ni el director espiritual, sino la conciencia de cada creyente, a partir de lo cual cobran sentido las demás realidades.

Por ejemplo, a la pregunta "¿puede comulgar el que está en una unión matrimonial irregular?" Yo desearía que se respondiera: "es algo que cada creyente tiene que preguntarse y responder primero desde sí mismo, desde su propia conciencia de creyente, en oración, ante la Escritura, ante el Santísimo, ante la exigencia misma de la grandeza del misterio al que quiere acceder. Si le resulta enorme el peso de esa respuesta, que lo consulte con su confesor, su director espìritual, su párroco, su obispo".
No otra es la pregunta que debe hacerse cada creyente para entrar en comunión con su Señor, y en él, con la Iglesia. Resulta un tanto indigno pretender reducir la cuestión a una lista, necesariamente casuística, de los que pueden y los que no pueden comulgar.
La responsabilidad de acercarse a la comunión o no hacerlo sólo la puede tener el propio creyente, ya que tenemos los dos mandatos contrapuestos de respetar la trascendente santidad de la Eucaristía, al tiempo que el contenido de esa misma Eucaritía es "tomad y comed todos de él".

Otro ejemplo: la Humanae Vitae retoma (un poco a regañadientes, n. 7) el concepto de "paternidad responsable"; hace una estupenda síntesis doctrinaria de un concepto cristiano de matrimonio y amor conyugal (nn. 8-9), y luego deduce de allí, entre otras cuestiones, la del control de la natalidad: "En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan, por tanto, libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la Iglesia" (n. 10)
Como principio, no podría estar mejor dicho. Ahora bien: el resultado histórico es que lo que no se dejó a la libre autonomía, en vez de volverse teó-nomo -que es lo que introduce como concepto: "conformar su conducta a la intención creadora de Dios"- se volvió "heterónomo": "¿Entonces, ¿qué método me deja usar la Iglesia?", o aun peor: "La Iglesia te deja usar este método, pero no este", "curso para aprender el método de la Iglesia", etc.
Se sentó a la vez una ficticia división entre métodos "naturales" (típicamente el Billings) y métodos "artificiales". División cuestionable por dos motivos:
-Porque el llamado método "natural" es tan técnico como los otros, sólo que toma como parámetro el ciclo ovular (más visible y por ello en apariencia más "natural"), en lugar de incidir en modificar ese ciclo, como las pastillas, o impedir la unión de óvulo y espermatozoide con una barrera. Sólo es "natural" en apariencia, o bien todos son naturales, porque todos actúan sobre posibilidades que están en la naturaleza de la relación sexual.
-Porque si en los documentos conciliares se habla de que la creación humana y técnica es extensión del poder creador divino, y que cuando el hombre incide en la creación no se opone a los designios creadores divinos sino que más bien los actualiza (esto es doctrina común, incluso mencionada en HV n. 16), ¿cómo es que se va a parar a un concepto en el que la incidencia técnica del hombre parece como raigalmente -y no sólo accidentalmente- opuesta a la acción creadora de Dios?
De esta división surgen los resultados de una lectura heterónoma (y por tanto exterior) de una doctrina que daba (y puede seguir dando) para una comprensión personalista de la cuestión de la natalidad, en donde la conciencia de los esposos fuera el punto de partida, y el diálogo conyugal el lugar donde el poder creador de Dios hablara.

Pienso yo que hay un consenso muy grande entre los creyentes para admitir cambios que serán -sean cuales sean- radicales, si es que se va a las raíces profundas de los problemas, y a la raíz profunda por excelencia, el cambio de época.
El consenso de los creyentes es fundamental, del momento en que en la fe vivida se expresa gran parte del Espíritu. Y en este momento muchos creyentes sinceros, bienintencionados, formados, no pueden, en conciencia, plegarse a las exigencias de una moral puramente moderna (es decir heterónoma y casuísitica), por lo que se da esa impresión de desafección por parte de una masa importante de católicos. No se trata de nada orquestado: la desafección tiene, creo yo, la raíz de no poder discutirse con alguien que de antemano siempre va a tener la razón (la Iglesia), y al mismo tiempo entrar en colisión con lo que personalmente se cree, se vive, y se ve como proveniente de Dios.

Me parece a mí que poner las bases de una superación de esa "arritmia" de la que hablaba antes podrá ser -y ruego que lo sea- uno de los frutos de este sínodo. Independientemente de que los documentos serán, como siempre, conciliadores con todos, y de que conseguirán, como siempre, no dejar conforme a nadie.

6 comentarios:

  1. La confianza en que había algo fuera de mi que tenía algo que decirme (la Iglesia), aunque al principio, y después por momentos, no entendiera lo que me pedía, es lo único que me está permitiendo salir de una situación de pecado dolorosa y ver la luz al final del túnel.

    ¿No es precisamente el confiarse a la sabiduría y amor del otro, casi como un niño, la base de la fe? Con esa moral heterónoma de los niños pequeños.

    Es cierto que en muchos casos caemos en una casuística morbosa o incluso ridícula, pero ¿no puede ser que el depósito de sabiduría de la Iglesia pueda ayudarnos si se usa con amor y no con afán moralista?

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    1. Todo lo que se use con amor en nombre de Dios puede ayudarnos, el problema, creo yo, es cuando la despersonalización de las respuestas hacen imposible ese amor, que es siempre un contacto de tú a tú.
      Si te fijas en lo que escribí, distingo dos "momentos" en el casuismo moderno: hay un primer momento en que el creyente es "invitado" a dejar su conciencia en manos de una conciencia más experimentada: el confesor/director.
      Yo mismo soy más bien partidario de "arreglar los casos de conciencia en el confesionario" (es una manera de decir, bien puede ser en la charla espiritual). Sin embargo es innegable que se espera de la Iglesia que diga y oriente, y la Iglesia misma asume como una función primaria el legislar, y allí, en el momento en que se produce el relevo del director por el documento, es donde la heteronomía admisible se vuelve alienación inadmisible.
      Sobre todo cuando, por la dinámica misma del documento (testigo mudo que responde siempre lo mismo, se le pregunte lo que se le pregunte, como decía Platón), surgen como hongos (venenosos) coros de católicos decidiendo sobre la moral de los demás, sin tener no ya los elementos de juicio concretos sobre cada caso, sino ni siquiera la más mínima formación más que la lectura fundamentalista de documentos (Humanae Vitae, Código de Derecho Canónico, etc.).
      La comunidad, de nave de viaje, compañera de ruta, se convierte en instancia acusadora, y el pecador es expulsado no por ninguna ley objetiva sino por la presión misma de la ignorancia y la mala fe. Simplemente el pecador ya no volverá a acercarse, ¿se le puede culpar de ello?

      Siempre tenemos un documento en el que parapetarnos: si la Iglesia no maltrata a nadie, mira lo que dice el Catecismo sobre los homosexuales, por ejemplo: que los amamos a ellos pero no su pecado., ¿Ves lo buenos que somos? Y es cierto: no se puede decir que la Iglesia expulse a nadie, pero con los católicos interpretando documentos, ya tienes los formularios de expulsión firmados, sin que nadie se haga cargo de ello.

      Cuando todo eso se vuelve un sistema de exclusión, es hora de cambiar de método, este lleva 400 años, y funciona mal, y cada vez peor, potenciado por el anonimato y la chulería del cibercatolicismo.

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    2. Está claro que cuando me refiero al anonimato de internet no tiene relación con que tú, por comprensibles motivos, hayas firmado como anónimo.

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  2. > a la pregunta "¿puede comulgar el que está en una unión matrimonial irregular?" Yo desearía que se respondiera: "es algo que cada creyente tiene que preguntarse y responder primero desde sí mismo, desde su propia conciencia de creyente, en oración, ante la Escritura...

    Las objecines son obvias, creo yo. ¿Acaso esa "respuesta" (o ese abstenerse de dar una respuesta) no debería entonces extenderse a cualquier pregunta moral? ¿es todo lo que la Iglesia tiene -en derecho- que decir a sus fieles en materia moral? ¿tiene la Iglesia el derecho -y el deber- de afirmar "hacer esto está mal" y "hacer esto está bien"? ¿y qué hacemos con eso de que la conciencia debe "estar formada"? ¿quién y cómo la formará? ¿no se parece todo esto demasiado al argumento de quienes se niegan a dar a sus hijos una formación religiosa cualquiera, para que "elija por sí mismo"? ¿acaso los padres no deben inculcar a sus hijos lo que, según su parecer, está bien o mal? ¿no es parte de la maternidad de la Iglesia?
    Claro que no tengo respuestas claras.

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  3. A lo anterior se me podría decir que la pregunta/respuesta ("puede comulgar..") no es precisamente una cuestión moral, sino más bien disciplinaria. Si así fuera (discutible), más a mi favor. ¿estamos diciendo, no ya que la Iglesia no debe pretender ser maestra de moral, sino -más aún- ni siquiera tiene derecho a imponer disciplinas eclesiales? ¿"haz lo que tu conciencia te diga" y nada más que decir, no solo en cuestiones de tu vida privada, sino incluso en el culto?

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    1. Si bien en mi post voy a bulto en cuestiones morales y disciplinares, sin demasiadas distinciones, los distingos se imponen.
      En particular la cuestión de las exclusiones e inclusiones en la comunión es algo muy delicado, que difícilmente puede dirimirse con una tablita que diga quiénes pueden y quiénes no pueden.
      Y esto por la sustancia misma de la cuestión: porque la comunión es comunión con el Cuerpo de Cristo y eso exige una "limpieza" mucho más que moral, ontológica diría yo, para acercarse. Pero a la vez hay una invitación formal y explícita de Jesús a entrar en comunión con él: "tomad y comed TODOS de él".
      No es fácil interpretar el contenido de ese "todos", ¿todos en general, todos los hombres? ¿todos los creyentes? ¿todos los que en este momento estén arrepentidos de sus pecados y en estado de gracia? ¿todos los que además de eso último no tengan situaciones de pecado a futuro?
      El típico escándalo de plató de TV: puede comulgar el torturador, si entre tortura y tortura se confiesa, pero no puede comulgar el que se casó a los 18, se divorció a los 19, se volvió a casar a los 20, y lleva 40 años de matrimonio irregular.
      Puede comulgar el homosexual promiscuo, que se acuesta cada noche con un tío distinto, si entre noche y noche se confiesa, pero no puede comulgar el que tiene una pareja estable, y dentro de su cuestión moral para la que no tenemos receta trata de llevar una existencia cristiana.
      Yo no tengo la respuesta segura a esto, sólo quisiera hacer notar que el principio de respuesta que utilizamos no es "de la bimilenaria Tradición de la Iglesia que en su maternal sabiduría, etc etc etc", sino de una tradición mucho menos bimilenaria, que nació en una época concreta de la cultura, la moderna, y que acabada esa época de la cultura amenaza con convertirse en una respuesta esclerótica, que tapa la savia vital de la fe, que es circular y producir perdón y amor, no juicios, sospechas y exclusiones.

      Creo, estoy convencido, que necesitamos no un documento que diga: "Pueden comulgar B C y D, pero no A" donde antes decía "Pueden A y B, pero no C y D", sino un auténtico cambio de ruta, un acto de "humildad documentaria" por parte de la Iglesia, un poco de vacío en tanta saturación de cánones.

      ¿Implica eso que la Iglesia deje de dar directivas concretas? Puede ser, quizás no vendría mal parar un poco, sobre todo cuando esas directivas no terminan nunca de ser verdaderamente concretas, y verdaderamente aplicables.

      La Iglesia no tiene que renunciar a su tarea de acompañar a cada hombre hacia Cristo, de ser ella misma ese cuerpo doliente de Cristo que necesita orientaciones concretas, casi como niño (como decía el comentario anterior). Pero a lo mejor es momento de incorporar la perplejidad como parte del discurso de la Iglesia: no lo sabemos todo, no tenemos respuesta para todo, hay problemas morales que nos exceden, que son nuevos, que no existían cuando Jesús predicó, y no tenemos realmente respuestas hechas.
      Y sobre todo, dejar de usar la comunión como zanahoria: es pan, no hortaliza. A mí, sinceramente, la falta de respeto a tan gran regalo por parte de quienes se arrogan que ellos pueden comulgar pero el resto no, mientras no hagan esto o aquello, me suena a blasfemia, y quizás lo es.
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