sábado, 2 de noviembre de 2013

Excomunión

Leía recién una carta de Simone Weil que no consigo recordar en qué otro contexto había leído, pero que en aquel momento este párrafo que citaré no me llamó la atención:

«Cuando [la especulación intelectual] se mantiene en el ámbito de la especulación puramente teórica, tienen [la Iglesia y/o el Estado] también el deber, llegado el caso, de poner al público en guardia, por todos los medios a su alcance, contra el peligro de la influencia práctica que ciertas especulaciones pueden tener sobre la conducta. Pero cualesquiera que sean esas especulaciones teóricas, ni la Iglesia ni el Estado tienen derecho a tratar de asfixiarlas o a infligir a sus autores ningún daño material o moral. En particular, no se les debería privar de los sacramentos si los desean. Pues sea lo que fuere lo que hubieran dicho, aun cuando hubiesen negado públicamente la existencia de Dios, no han cometido quizá ningún pecado. En tal caso, la Iglesia debe declarar que están en el error, pero no exigir de ellos nada semejante a una retractación ni privarles tampoco del Pan de vida.»

Creo que ha acertado con exactitud en el centro de un problema que arrastramos casi desde el principio: la pecaminosa tendencia de la Iglesia (y de cada uno de nosotros en tanto Iglesia), de quitarle el sitio a Dios y sentarnos en su lugar. Yo no entiendo en absoluto las leyes que rigen la ex-comunión; excluir a alguien de la comunión de la Iglesia en el sentido místico, y en concreto de su medio sacramental: la comunión eucarística, me parece una monstruosidad y un abuso de poder, de un poder que no es el de los hombres sino el del propio Dios. Lo digo con todas las letras y consciente de lo que estoy diciendo.

Pero más monstruoso me resulta que algún cristiano públicamente aulle de placer porque la Iglesia excluye a otros de la comunión, se alegre y aplauda porque por fin Müller restableció el orden y se puede seguir considerando excluidos a los divorciados en nueva unión. ¿cómo puede alguien sentir la verdad de la Iglesia sobre la base de que esa verdad se expresa como exclusión?

Posiblemente la exclusión humana de la Iglesia sea algo necesario, y en esa medida, aceptable (por ejemplo, impedir que el hereje hable en nombre de la Iglesia). Quizás haya algún caso teórico en que la Iglesia se sienta en el deber de prohibir a uno de sus miembros la comunión (con sinceridad, no se me ocurre ninguno, ni el caso de un hereje), pero de allí a considerar normal que en la Iglesia haya gente que no puede acceder de manera regular, por su personal debilidad moral, al único medio establecido por nuestro Señor para sobrellevar e incluso curar la debilidad humana... ¿en qué cabeza cabe? o mejor, ¿en qué corazón cabe? ¿tan comido el corazón por la doctrina, los libros, los razonamientos, las leyes en definitiva, que no se siente en lo hondo de la fe cristiana el primado del bien de la persona y de la caridad concreta y la misericordia hacia la persona por sobre cualquier otra determinación?


N.B: toda la carta de donde proviene la cita, que forma parte de la autobiografía de SW, es impresionante; se puede descargar de aquí (el archivo se llama Autobiografía, pero no trae todo el libro sino sólo la carta)

2 comentarios:

  1. Leyendo el Evangelio de hoy (Zaqueo), vemos que Jesús no exigió a Zaqueo ninguna condición de pureza antes de hospedarse en su casa.
    A veces tengo la sensación de que la Iglesia se encuentra presa de su propia infalibilidad, al igual que el fariseísmo del tiempo de Jesús.

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    1. Esa es la palabra, "presa de su propia infalibilidad", es decir, del modo como ella misma a lo largo de siglos, se anotició -muchas veces errónea y exageradamente- del gran don de la infalibilidad, que no creo que deba entenderse como un cheque en blanco.

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